JORGE MUZAM
El calor
veraniego se ha vuelto a ensañar con el valle. Llegan noticias desesperadas
desde Coelemu, desde Nacimiento. El infierno adelantó la partida. Hogares
cremados, carros de bomberos encerrados entre las llamas.
Horas,
semanas y meses se esfuman como vaho de media mañana. Lo que pospusiste ayer
será pasto de nadie. La memoria tiene exceso de archivos y carencias
secretariles. Hace algunos días me propuse sistematizar mi producción
literaria. Minar mi espacio personal. Sacarme la pesada carga de guerra de las
batallas que ya no di. Rasguñarle momentos a la sobrevivencia, porque de alguna
forma escribir es también sobrevivir, dejar constancia, medicinarse, vengarse,
arremeter. Algo tarde, por cierto que sí.
No significa
escribir La Guerra y la Paz cada jornada. A veces solo un dictado de los útiles
del escritorio, meros oficios burocráticos de lo que quisieras hacer algún día,
paranoias íntimas respecto al transcurrir de los afectos. Mi mente está en
tantas partes a la vez, acariciando, abrazando, conduciendo, maldiciendo,
anteponiendo el cuerpo holográfico como escudo para que nadie dañe a los
propios.
Debatimos a
través del chat con Claudio Rodríguez acerca de la obra de Ferrufino. Ambos lo
consideramos un gigante. Para mí es el mejor en su categoría, junto a
Cingolani. Pero Cingolani es un dios, la perfección hecha amor. Solo podemos
admirarlo, y sentir su fe como propia. En cambio Ferrufino es desgarradoramente
humano, contaminado, rabioso, un sibarita triste que degusta delicias y brinda
con los fantasmas mientras su barca sigue naufragando. Un kamikaze nihilista
que se incinera con lo que ataca y con lo que ama. Más cercano al demonio
Céline, tenemos la convicción de que la honestidad de su poesía, compuesta de
amaneceres, resacas y enaguas en el piso de amantes extranjeras, le permitirá
tramontar las llamas y neblinas de la historia. Hemos sabido que se
apronta la publicación de su obra completa, que por sí sola sustentaría el más
merecido Nobel. ¿Por qué tan pronto? Lo consideramos aún joven, un capitán
curtido de Jack London presto a arponear mil sabandijas. Elucubramos que quizás
sienta su pecho oprimido, la caballería roja no ha vuelto por él, ronda el
ajedrecista de Bergman, el tiempo pues, la vida que se desgaja, que se acorta,
que desaparece. Gracchus se distingue en la lejanía.
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De
CUADERNOS DE LA IRA (blog del autor), 15/02/2019
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