Sunday, March 31, 2019

MISCELÁNEAS


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Sucede que a veces se están pensando tantas cosas, haciendo otras, imaginando más, planificando después, que se hace difícil coordinar las ideas y salir con un texto coherente, precioso, mejor…

Pues es una de esas noches. Hoy hizo calor. En Colorado la temperatura puede subir o bajar treinta grados con facilidad el mismo día, Fahrenheit; clima de desierto. Te quemas en la arena; te congelas en ella.

Asombra la cantidad de tierra en este país, en este estado para ser precisos. El llano tiene eso, la inmensidad. Nosotros, montañeses, Observamos un panorama estrecho, macizo pero estrecho. No hay sentido de infinitud, todo en nosotros son finisterres, hitos que marcan fines y comienzos. Fronteras al fin.

Manejo por las ciudades aledañas a Denver, muchas. Pequeña población, pero se extienden hasta donde alcanza la vista. Y construyen. Y construyen, sin parar. En el ladrillo está el barómetro de la economía. Y es México, en la presencia de sus hijos, que acapara como casi cada gremio, este. Como jornalero o subcontratista. Dueño al fin. Se dice que todos los mexicanos son mecánicos, todos plomeros, albañiles. La pobreza es la mejor universidad técnica: el hambre produce diplomas.

Las horas continúan silenciosas  y ajenas. Juegan Argentina, Marruecos, México, Paraguay, Chile en el televisor. Desde Sumy, casi en la frontera rusa, me avisan desde un bar-karaoke, que los hombres ucranianos se caen de borrachos y gritan en días de fútbol. Espíritus pobres, almas gregarias que no condicen con el aprendizaje de silencios, con cordura de libros. Aúllan. Borges era drástico aunque en esto no lo comparto, y hablaba de veintidós tarados corriendo detrás de una pelota. Viéndolo así es un absurdo. ¿Pero acaso vivir no es otro? ¿Otro absurdo? Pero está Garrincha, la poesía hecha piernas, roscas, deformes, dispares.

Me sueno la nariz con un pañuelo. Con el mismo que bailaría cueca si cueca hubiere. Leo poemas en Facebook, de maestros y aprendices. Mucho de Benedetti, nada de Celan. Mucho de Bukovski, nada de Saint John Perse. El espíritu gregario se mueve incluso en los gustos, trata de uniformizar lo imposible, aunque, contemplando las hordas del fascismo, quizá se lo haya logrado a veces, arrear a los hombres como el flautista de Hamelin arreaba ratas. Y niños.

Me escribe alguien desde un ateísmo recalcitrante. Le hablo de Nietzsche. No lo conoce ni lo ha leído. Ni escuchado. El profeta del fin del mundo. Pero el mundo no falleció, le sobrevivió y superó (eufemísticamente) el desastre. Al infierno de Siria se le opone el edén de Noruega. Dejo los libros de lado y me ocupo de la música, alguna cueca de Violeta Parra que habría que bailarla ebrio, porque esas rondas son como ametralladoras que sí matan. Que lo diga ella, si no, donde esté que ya no está.

Escribo misceláneas cuando debiera escribir aforismos. Me gustaban los del maestro Lichtenberg, los del profeta William Blake. Mi amigo Miguel (Sánchez-Ostiz) está rescatando este antiguo género. La modernidad lo había enterrado, la globalización, el hablar del escozor imaginado de piel que destacan los autores latinoamericanos pajeros que nunca rozaron la vida. No se puede escribir desde la comodidad de un sillón. A Proust se lo acepto, pero a ellos no. A qué va esa opinión, a que hablo de temas al azar, resultado de impresiones más que digresiones. Un aforismo necesita concentración, es una granada de mano. Tres, cuatro, palabras, una frase, que dice un universo. El pueblo, el ser popular como representación cultural colectiva, es bueno en ellos, y anónimo.

Creo que comenzaré a llevar una agenda para ir tomando nota de posibles temas para escribir columnas. No caer en este cuentagotas multicolor que queda como ejercicio de escritura sin decir nada. Pero, así y todo, vale. La palabra es una adarga que hay que mantener brillosa, filosa, hermosa.
26/03/19

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Publicado en SÉPTIMO DÍA (EL DEBER), 31/03/2019

Imagen: Afiche de exhibición de Max Ernst en Poznán

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