Tuesday, July 5, 2011

Nostalgias uruguayas/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Arruiné la tarde mirando "Moulin Rouge"(2001), la aclamada película de Baz Furhman, y no entiendo cómo se mueven los gustos de los críticos, que del público se puede entender dada la diversidad. Sentí lo mismo que con "Los paraguas de Cherburgo" (Jacques Demy, 1964), aburrimiento o, más que eso, molestia. Horas expuestas al bodrio, a la vanidad intelectual, a mascaradas de Montmartre y la melancólica Cherburgo.

Luego leo unas páginas de "Liberación", diario uruguayo de la eterna lejanía. Nostalgia de revolución; personalmente recuerdos de Malmö, exilio que me eludió una noche del 80 y que no hubiera merecido; visiones de ciudad báltica donde nunca estaré, pero que vivió en cartas espaciadas de un amigo que envejeció su juventud fuera del país que amaba, el suyo. ¿Por qué Malmö? Porque de allí viene "Liberación" y el amigo boliviano frecuentaba el verbo uruguayo, cuando el dolor de todos era todo dolor.

Algunos regresaron, a Bolivia y a Uruguay, y el resto se quedó en la comodidad de la paz, de la muy amistosa Suecia que los recogió de las cárceles secretas, una voz que en mitad del miedo preguntaba si alguien quería irse allí, que hasta los torturadores se cuestionaban si no sería mejor jugar con nieve que jugar con sangre y levantaban con timidez la mano.

Los uruguayos envejecieron, como los argentinos envejecen, más rápido que nosotros los indios, por eso de la raza. Y se reúnen alrededor del asado, en la primavera sueca, mirando o creyendo ver en la bruma matinal, al frente, la sombra de Copenhagen. La carne viene congelada desde Uruguay; abren el paquete y la marca avisa que este animal nació y murió en Tacuarembó. No faltan poemas de Mario Benedetti; hasta un día apareció el hijo de Raúl Sendic -diputado-. A Sendic los milicos lo vivieron diez años en un pozo. Y de Magda -la Parda- Topolansky, guerrillera, no sé nada en cinco lustros. En Cochabamba, Coña Coña para ser más precisos, eliminaron al último tupamaro como parte del plan que tenía Kissinger con sus sirvientes Bánzer, Bordaberry, Pinochet, Geisel, Stroessner y demás concubinos. Cada cosa añade un puñado a la tristeza y quizá no volver nunca al Uruguay significa negarse a crecer aunque las canas nos cubran el ánimo, haciendo de los todavía muchachos de Malmö serios personajes de Günter Grass con sus tambores de hojalata que redoblan la historia aunque sin éxito.

De cuando en cuando viajan a la patria, palabra sin significación especial en mi diccionario, y se juntan con los sobrevivientes, siempre alrededor del fogón, igual a los gauchos orientales de Antonio D. Lussich, a quien elogiara Ezequiel Martínez Estrada.

Uruguay y mi nostalgia. Entreveo, entre lo visto y lo escuchado, un país hermoso, al que le cayeron sombras, e incluso en el horror que Marta Traba relata, su rostro brilla; y cuando Los Olimareños cantan, se acentúa la pena por lo desconocido amado.
12/5/03

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), mayo, 2003

Imagen: Los Olimareños en concierto

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