Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Roger Cohen
escribía en el New York Times preguntándose si esta “América” de Trump era la
de siempre, si no estábamos hablando de Turkmenistán.
Los congresistas
republicanos adulan al Gran Líder. Dice Cohen que jamás se vio a un
vicepresidente (el sombrío Pence) lambisconear con cumplidos a su amo “cada 12
segundos”. Hay, en su texto, en esta parte precisa, una mención a Mussolini. Il
Duce rosado.
Existe fuerte
oposición; gente muy capaz se desvive por introducir en el monumento al ego
trumpista, una ruptura que eventualmente lleve a su caída. Lo de Rusia –no
olvidemos que Donald “pertenece a Vladimir” en términos reales- avanza y
muestra fuera de dudas la dependencia y la traición. No se contaba, sin
embargo, que esta, la traición, había estado tan extendida en un país que
vocifera patriotismo de manera estridente, que mata, invade, humilla a los
demás en nombre de una patria que dista de ser sólida y leal consigo misma. A
cuál más, los diputados y senadores del partido que tuvo a Lincoln entre los
suyos, bregan por mostrarse adictos al régimen y aceptar de manera tácita que
están en la boleta de pagos rusa. Así, a simple vista, es el fin de los Estados
Unidos. Quizá en 20 años sea Turkmenistán. A eso apunta.
La economía
florece. Trump se apropia del crédito de un proceso de recuperación que tuvo a
Obama como su iniciador. El riesgo, de mantenerse esto así, es que el Supremo
Líder sea reelegido por la masa estúpida y viciosa que lo encaramó; hasta por
la “clase obrera”, dicen, recordando a Hitler. Una segunda presidencia sería
devastadora: debacle para ser claros. Le daría opción a un plazo no muy largo
de cambiar la constitución y crear otra dinastía de gente tarada como en su
tiempo fueron los Borbones. Eso, hace unos años, era impensable incluso de debatirlo,
pero no se descarta. Cuenta con jauría de Judas, felones, conspiradores
dispuestos a todo, hasta a entregar hijas y esposas a la sevicia de iluminados
que aboguen por armas de fuego, la probidad de Putin y el destino manifiesto de
la raza blanca de regir el mundo. ¿Pedofilia, embuste, traición? Todo vale en
la doctrina Trump, que es la de Sodoma y Gomorra aunque con aparente apoyo
divino.
El televisor
muestra los pinos de Cazorla. Había un poema, Lorca quizá, donde habitaba
Cazorla. Un zorro rojo corre en medio de las marismas. Desde un lecho afiebrado
leo notas del principio y fin del mundo. Cerezal derrocha dolida esperanza.
Julio y Pablo Mendieta Paz suenan músicas dispares y bellas; Jorge Muzam me
abraza desde el inhóspito sur. Ellos, y cada uno de tantos, no mortificados por
no ser nombrados porque saben que están, desdicen esta conjura de ricos, el mal
sueño que se cierne con sombra amenazante de crepúsculo.
Podría decir que
en mis casi treinta años de inmigrante intocado, nunca domesticado, tuve amplia
experiencia de los Estados Unidos. Mentiría si lo positivo no inclinase la
balanza hacia el bien. Crecí dos hijas, mitad mías y mitad suyas, y de solo
verlas y oírlas sé que el juego de dados no se define hoy, y que siendo esta
tierra su tierra, y más por la extensión de las razas viejas que corren por mi
sangre y nos dan pertenencia y territorio, sé –hay certeza- de que no
permitirán el arbitrio de imbéciles jugando a monarcas, de milicos y leguleyos
corruptos, cobardes. Puede Vladimir, el zar, arrojar sobre ellas, y hasta sobre
nosotros, el poder de su peso inmenso para instalar títeres. Vladimir está
lejos, y hoy, más que nunca, recordar que alrededor pasea la sombra de Henry
David Thoreau, aporta por encima de la simple esperanza un dejo inconfundible
de libertad. Eso no lo sabe el Supremo Ignorante, porque nunca aprendió a leer.
25/12/17
_____
Publicado en EL DÍA
(Santa Cruz de la Sierra), 27/12/2017
Joya de texto, querido Claudio. Y gracias por nombrarme. Cofradía por defecto, inevitable, de voces que pueden ver y narrar todo el dolor, el absurdo y la belleza del siglo.
ReplyDelete