Sunday, November 4, 2018

Suenan las diez en Jarkov


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Leo de Boris Zaitsev líneas acerca del poeta Viacheslav Ivánov. Lo último es de Roma, en el Aventino, cuando en Roma crecían repollos en los huertos. No los vi en este único viaje pero intuí la pena del autor por la cercanía de la ausencia, que es el otro nombre de la muerte.

Hay seis grados centígrados en Jarkov. El cielo está gris en cada una de las dos ventanas que tengo. Tercer piso de un hotel insulso. La ciudad tiene rastros todavía del Halloween que es muy festejado aquí. Pienso en el tío Hugo, en sus recuerdos de Rusia. El “tío Negro”, le dice Fernando Rojas. Rusia está a un paso. El material bélico disperso lo recuerda. Al sur se matan sin desmedro.

Esta gente es torpe, brusca, a pesar de que sus mujeres caminan con garbo, son delgadas, cintura fina, con andar supongo soviético. Nadie saluda, nadie sonríe. Será el comunismo, la historia trágica, los mongoles, los tártaros, rusos, suecos, alemanes, el estupro permanente. Tal vez. Tan diferente a mi experiencia norteamericana de 1989 donde todos se desvivían por ayudar, sí, los gringos que votaron por Trump, esos, así eran, y debajo del felpo inmundo puede que sigan igual.

Hiervo un té y como mini croissants congelados. En un rato salgo. Miro un par de iglesias, algún ulano notable que vi por ahí al pasar en taxi. Diferente a Odessa. Allí sentí el apego a una ciudad dormida; esta rebalsa en construcciones gigantes, se nota la industria. Pero la gente es la misma, hombres y mujeres, cada sexo cortado con una medida. Hay pobreza, mucha, y ostentación, Mercedes y Porsches, más aquí que en el mar negro, pero los mismos rufianes, siguiendo la tradición mafiosa de la riqueza kitsch, del labriego que ha alcanzado un punto donde puede mostrarse, de Evo Morales y la fatídica revolución maleante, de la mafia italonuyorquina que quería parecer aristocrática y daba risa.

Ya marcan las once. Nueve grados. Recuerdo que en la explanada de Odessa, justo antes de las gradas de Eisenstein, una radio tocaba Radio Reloj, de Manu Chao. Me gustó escucharla, el único español de Ucrania hasta que tropecé con un chileno pelado y altanero, casado con una local cuya familia vivía cerca de una fortaleza medieval. A veces es mejor no encontrar a nadie, menos a paisanos o vecinos que huelen a desecho histórico.

Almuerzo en Sharikov, restaurante nombrado por aquel personaje de Bulgakov. Ambiente cargado, a ratos interesante, a veces lindo. Pero una mala mezcla, ignorante, de cosas valiosas y de objetos sin valor. La comida es buena, catlets de pescado y papa rallada y frita. Otra vez la profusión de hoscos labradores convertidos en oligarcas, Se les nota en cómo llevan las camisas, los reflejos que no son aquellos de un dandy aunque deseen por sobre todas las cosas, incluida su lombrosiana cabeza, serlo. Sus emperifolladas mujeres en la tradición de Rita Hayworth, sin asomarse a la bella.

Sonaron las cinco de la tarde. A las cinco de la tarde. Hora del té. No encuentro una casa inglesa donde comer un shepherd's pie, y tomar alguna exótica variedad de las colonias.

Y así asoma el domingo, impresionado de cómo devoran sushi las muchachas para el desayuno, y ostras crudas con limón, mientras yo me atengo a un modesto omelette con jamón, como si estuviera en la esquina de casa en Aurora escogiendo entre las variedades de huevo para el desayuno. Mas los monumentales edificios de singular arquitectura me recuerdan que estoy casi en oriente y me siento Marco Polo, de hirsuta barba, incluso.

Alguien escribe, promete calor en Kiev, que el iphone asegura está frío. No vine sin embargo por calor de piernas ni tostadas uñas de pie que raspen dulcemente los tobillos. Pasto en un caballito tártaro, pequeño y rápido que me lleva desde los confines del Catay occidental a los campos salvajes del Dnieper. Semejaría que huyo pero descubro. Y tanto en tan poco tiempo, en el dichoso salto de mata que te hace cauto y decisivo por igual, que no sé si la precariedad de una mujer ayudaría un poco. Precaria hoy, que en realidad son mayores y de mayor complejidad y entendimiento que nosotros. Pero no mientras voy de explorador, de scout en el misterio del yo.

Suenan las 8. Radio Reloj. Me aseguro estar en la cárcel, recuerdo la sombría estatua de Giordano Bruno. El cielo está estrellado de día, luna y planetas abandonaron la noche. Señal del fin del mundo. Digo que llamaré un taxi; el té negro me ha puesto alegre; el chocolate eufórico. A alistar los zapatos que mañana dejo Kharkiv, Jarkov, y otra vez hacia Poltava y adelante, en la huella histórica de las guerras, en estas mínimas batallas personales en las que de pronto me siento triunfante, el hombre en la luna.
03/11/18

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Imagen: Restaurante Sharikov, Kharkiv



2 comments:

  1. buenos dias Claudio,yo tambien he percurrido estas rutas llenas de sombria y delictos dostojeskianos (?), la guerra està siempre presente como se hubiese terminado ayer. tambien hoy hay guerra. tristezas y frio en las animas.el dio dinero . las putas indiferentes, alguien podria morir de desolacion en medio a los blok con escalera maleodorantes y lift bloqueados. tu articulo me hace rivivir el tiempe que pasè en aquellas tierras."triste, solitario y final."

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    1. Exactamente así. Más en Odessa que en Jarkov. Y seguro que se extiende por todo lo que fue la URSS. Un abrazo y gracias.

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