Wednesday, October 16, 2019

Lhardy (recordar por recordar)


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Lhardy, rancio, sí, pero ya de capa caída. Se nota mucho. Aperitivos de Lhardy: caldo, gazpacho, Marsala, «medias combinaciones» a las que tan aficionado era Abliticas, cuando me lo encontré en 1967, en la barra del bar de la Universidad, y más tarde, en tantos sitios, hasta que se pasó a los balons de rouge, pero eso fue en otro mundo, cuando ejercía de proustiano en el Hôtel Flamel (en realidad un antiguo burdel)… El día que tropezamos con aquel andoba que había dinamitado un periódico y nos dijo que «últimamente» se había hecho anarquista, Ablitas, frotándose las manos de muy cuca manera, le replicó: «¿Ah, sí? pues paga…  » Y le chuleamos vino hasta que nos abandonó en La Palette con una mesa materialmente cubierta de vasos (pagados) y se escapó rue de Seine adelante. Ay, Ablitas, con todo lo que bebimos, hasta un retrato me hizo y luego me quería matar con una pistola con historia golpista que sacaba de casa jurando que antes de que se fuera al otro barrio me iba a llevar por delante porque yo me había hecho «de la ETA»… Hostia, que sí, que así eran las cosas, así fueron. Descanse en paz desde hace mucho ya… Mal recuerdo de su velatorio tengo, malo, con bronca de señoritos fascistas incluida: lo que escribes lo acabas pagando: «Qué quieres, que encima te aplaudan», dijo Ayanz. Con afecto lo recuerdo a pesar de todo. Y a veces me tomo una media combinación, o dos, en Lhardy en su recuerdo y en el de otros de aquel tiempo (Léo Ferré en Richard) que ya no entraran por esa puerta. En Lhardy, sí, estuve con buena gente, Jorge Giménez, editor y  aficionado al Marsala y con Claudio Ferrufino-Coqueugniot en día memorable por tantas cosas. Ah sí, se me olvidaba y también estuve con el erudito Juanito Gambela, en 1994. Él tan flâneur y tan poeta de las calles madrileñas no había estado nunca ni había probado las exquisiteces de la casa –croquetas, barquitas de ensaladilla, hojaldres de riñón o de anchoa…– porque no había llegado el momento de que se las pagara  el Gobierno, allí por donde pasara, porque si no, de las fabadas de tabernón no pasaba. Se quedó embelesado. Recuerdos durmientes que bailotean con un fondo de Dexter Gordon y una copa de polvo en mano muerta.

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De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 11/10/2019

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