Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Cochabamba todavía tiene hermosos lugares. Es cosa de entrar por pequeños caminos no muy transitados y hela ahí, casi igual a como era en la infancia. Pero hoy me decepcionó ver la plaza de El Paso destruida... para ser reformada. El bucolismo de sus bancos cubiertos de arbustos, y el viejo quiosco central, incomparable, ya no existen. En la manía estúpida de los alcaldes por "modernizar" se acaba con el espíritu singular de cada pueblo. Hacer arabescos de concreto de mal gusto no hará mejorar a ninguno. Les quita su alma. Lástima que las dirigencias sean siempre suma de banalidad e ignorancia.
Una curva, una subida breve, y aparece la iglesia de Illataco, encantada. Medio kilómetro arriba está, a cielo y campo abiertos, el cementerio de Falsuri, lugar de la batalla. Un gran busto del guerrillero José Miguel Lanza hace de anfitrión. Y aunque las tumbas, siguiendo las fechas, son contemporáneas, Falsuri es de gusto arcaico. La muerte ronda todavía, muerte de sol, de amarilla chicha esparcida.
Hacia el cerro, no lejos, se ve la quebrada de Anocaraire y sus ocultos caminos
de republiqueta rumbo al cielo. Falsuri sobrecoge más que Suipacha, pero ambos lugares
son espectrales. Los jinetes de Suipacha mojan sus caballos fantasmas mientras
los infantes de Falsuri mueren espinados. La aridez es virtual para mantener la
historia. En el desierto, cuerpo y memoria son incorruptibles. Eso queda en el
campo; entre las rocas descansan balas hartadas.
Entierran a un niño en Falsuri, en sábado. Un reducido grupo lo despide. Y
Miguel Lanza le hace lugar entre sus profundos soldados. Luego del fragor de la
guerra, de cascos animales y eructo de cañón, hay silencio. Cierra los ojos,
lector, y no oirás ni los pasos del escarabajo. El ruido se ha puesto bajo
tierra donde siguen combatiendo los ciegos.
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 08/1996
Imagen: Busto de José Miguel Lanza
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