Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Quiero ver
la escalinata del Potemkin, dije. Cruzamos la Ópera, la estatua de Catalina la
Grande rodeada de machos diminutos. Casi crepúsculo entonces. Luego fui, en repetidas
ocasiones, me senté en el Parque Griego, a la izquierda, caminé a orillas del
mar. Cuando los sueños se hacen realidad la atmósfera tamborilea en el cerebro
como leve borrachera.
Odessa.
¿Cuándo leí
a Isaak Babel por primera vez? Caballería
roja estaba en la vitrina, oferta de 10 pesos. Lo compré y lo terminé en la
tarde. He quedado embobado desde entonces. Diez, quince veces, a lo largo de
los años, y cada vez me asombra. Me interesó Babel gracias a lo que de él intensamente
habla Ilya Ehrenburg en Los dos polos,
Tercer Libro de Memorias. Con Ehrenburg nunca se pierde; por sus escritos
conocí a tantos autores: Istrati, Tuwim, Nezval, Roth, Babel…
Con ese
antecedente me puse a buscar y recibí en edición de Bruguera Cuentos de Odessa. Fue el fin, me ha
atrapado el sortilegio. Odessa para mí está antes que París, que Roma o Atenas,
o Nueva York. Luego de pasar un tiempo allí siempre repetí, y anuncié a todos,
que esa era ciudad donde me gustaría vivir. ¿Dónde viviré si llega su
apocalipsis?
Deseo
conocer la Moldavanka, pedí.
La joya de
la Corona, la perla de Rusia, y hoy, alguien que se dice ruso, va a terminar
con esas calles arboladas y pobres, con edificios de cien, doscientos años
cayéndose de a poco. La belleza de la arquitectura que se va poniendo vieja
como las cosas con alma. No puedo imaginar bombas en esos patios interiores gigantescos
donde en racimo crecen conventillos y asoman mujeres hermosas. Ya no están los
bandidos de la Moldavanka para defenderla. Mishka Yaponchik, Benia Krik en
Isaak Babel, fue ejecutado por los comisarios, padres de estas crías que hoy
atacan, contratando chechenos y sirios, para acabar no solo con Ucrania sino con
Rusia. Vladimir Putin no es un nuevo zar; es financiero ladrón, mafioso con
ínfulas de eterno, trillonario dispuesto a todo, a hundir incluso la
seudohistoria que pregona, en aras de su arca y vanidad. No es Pedro el Grande
sino un esperpento; ni Catalina ni Suvorov, Kutuzov, Bagration; ni Frunze ni Chapayev
sino un garabato de Gogol, el Uriah Heep de Dickens.
Las
escalinatas de Odessa, requerí. Ahí estaban. El mar Negro ese día vestía azul.
Me senté. Anastasia me abrazó. Tenía el cabello rojo amarrado atrás oliendo a
moscatel. En una salita de juventud pasaban El
acorazado Potemkin, de Sergei Eisenstein, en Cochabamba, cuarenta años
atrás. El coche del bebé rodando por las interminables gradas. Carne podrida
con gusanos cayendo para alimento de marinos. En el último escalón compré de un
vendedor de recuerdos una medalla soviética. Conversamos de Nazim Hikmet, de
Cochabamba. Disfruta Odessa, sugirió, pecado y belleza, flores sobre las
ruinas.
Pero encima
de los escombros humeantes que ansía Putin, supuesto defensor de Rusia, solo
crecerá odio. Ante la masacre civil que ha desatado, las fuerzas ucranianas anuncian
que artilleros y todos los relacionados con los bombardeos serán carneados. No
prisioneros. Una unidad de extrema derecha que combate en el mar de Azov, unta
las balas en grasa de cerdo para meterla en el cuerpo de los chechenos, así la
muerte será espantosa y no habrá paraíso para los asesinos que ha enviado
Ramzan Kadyrov, traidor de su pueblo. Pienso en eso y recuerdo las soleadas
calles de Odessa, llenas de flores, de hierbajos nunca cortados y árboles
caducos. Café con repostería de lujo; el rojo de la sangre reemplazará el
carmesí borsch de cada día. Mi restaurante “Kazán”, enfrente de la catedral; el
parque central entre los edificios oníricos de una grandeza que fue pero dejó
aroma.
Un payaso
criminal, asociado con los narcotraficantes del mundo, alabado y distraído por
y con los jerarcas del hampa latinoamericana, meneándose con los chinos, ha decidido
que Odessa nunca más. Comenzó a bombardear Mykolaiv y luego avanzará hacia el
este, tratando de cortar el mar. El mercado estará vacío, los rodaballos secos,
escondidos. La roja granada cuarteada y vendida por las calles no ya. Pero
Ucrania resiste. Destruidos howitzer rusos lo muestran, justo cerca de
Mykolaiv.
Asalto
anfibio, se comenta, y el empuje por tierra. Kharkiv está en ruinas; ayer
miraba en televisión, todavía intactos, los muros colorados de la universidad
de Kiev, el parque añejo apenas cruzando la calle. Tengo algunas fotos allí,
con las paredes amarillas de un ministerio. Llevaba chamarra negra, casi un
luto antecediendo la debacle. Solo una bala de plata detendrá al espectro, una
cuña de dura madera que le atraviese las costillas hasta un corazón para que
nunca reviva.
Voces de
bajo profundo salen de las penumbrosas iglesias, iconos de Andrei Rublev o de
quien fueran. Toda Ucrania y buena parte de Rusia murmuran deseos de muerte:
que desaparezca, se esfume, hunda en el cieno que trae la primavera, el que
atormentó a Napoleón y a Hitler, y que comienza a meterse entre las ruedas de
la invasión. Le llaman la “Rasputitsa”, el mar de lodo que pintara Alexei
Savrasov y que se ve en noticieros desde India hasta Bruselas hundiendo tanques
de guerra, desmintiendo al tirano que intenta difundir que sobre Ucrania se ha
desplegado un velo de azahar. Con barro y con bala, Ucrania ha de persistir; el
espía de la RDA, no.
A mi lado
hay tres botellas de vino tinto que desearía terminar. Saludar a Odessa desde
este sol montañés con hielo decorando. Me cansé del frío, ya navegaba en mente
hacia el Ponto Euxino. Incluso tengo melancolía del feo aeropuerto de la
ciudad. Nostalgia que uno comienza a acumular cuando sabe que ha llegado la
muerte. Últimas palabras, aliento que se escapa de las manos que desean conservarlo.
¿Tendrán alma las ciudades? Nosotros carecemos de ella pero las calles tal vez
no. Imagino que un mortero hará impacto sobre el monumento a Babel, que una
riada de misiles destrozará las gradas por las que descendía Eisenstein cámara
en mano. ¿No era que el déspota añoraba una inmensa madrecita Rusia? Podría ser
una acción caníbal pero no lo es. Vladimiro Putin es una cosa pelada y
temerosa, lombriz ni para alimento de anguilas.
07/03/2022
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Imagen: Graffiti en la Moldavanka, 2018
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