Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Los rusos
bombardean Khotin. Inicialmente creí que se trataba del lugar de la gran
batalla de 1621 en la cual veinticinco mil polacos, lituanos y cosacos,
detuvieron a más de ciento sesenta mil turcos, tártaros del kanato de Crimea,
valacos y moldavos que invadían tierras de aquella Confederación. Reviso y no
es así, se trata de otra localidad en el oblast de Sumy que colinda con Rusia.
La otra está lejos, muy lejos, hacia Besarabia. De Sumy era Anna, abogada que
huyó en marzo del 2022 a Szczecin, en
Pomerania, ciudad que un día se llamó Stettin y que pasó de Alemania a Polonia
después de la última guerra mundial. Todo historia, sangre y dolor.
Perdí el rastro de Anna. Un último enero me escribió que una vieja señora
de Chicago quería contratarla para cuidarla. Hay arte gigantesco de Miró y de
Picasso en esa ciudad. El río discurre entre rascacielos. Quizá Anna mira desde
un balcón y piensa en Sumy, en el tren que la llevaba a congresos de abogados
en Odesa. La hermosa Chicago dudo que opaque aquella del rayon ucraniano. Es
diferente, de acuerdo a la perspectiva con que se mire. Yo lo hago desde una
visión casi rural, tolstoiana a ratos, soñando con los villorrios que Gogol y
Dostoievski apenas mencionaban con una letra mayúscula. O Leskov y su Lady
McBeth en la Mtsensk rusa. Nunca más esa conjunción tácita entre dos pueblos
que murieron juntos por millones en el sur ante la barbarie germánica (el
“jabalí alemán”, decía Borges). Cien bombas sobre Sumy, trescientos obuses
queman los campos del oblast, día a día, cada día, sin pausa ni fin. Nunca más; se ha roto el hilo que comenzó
como decisión política en el siglo XVII y más antiguo en origen fundacional.
As Tears Go By (Jagger/Richards). “I sit and watch the
children play”.
Me senté en Kharkiv, debajo de un monumental soldado soviético triunfante
con la bandera de Ucrania en bayoneta. Miré a los niños jugar. Estiré las
piernas y dejé que el sol de octubre entibiara mis pantalones. Jugué con un
autito de metal que acababa de comprar por centavos en la calle. Ruinas
preciosas de un pasado hogareño, trivial, bucólico y comunista. Pobre. Hay
globos coloridos y madres de ajustadas lycras. Devoro cierta comida turca de
calle, envuelta en suerte de tortilla, con yogurt y bastante buena. No logro
hacerme entender para conseguir picante. Extrañamente nunca vi en un lugar de
comida allí salsa “picosa”. Que debe haberla, según vi pimientos varios en el
mercado del puerto al lado del mar Negro. Paseé entre pescados secos con trazos
de reptil antediluviano. Me interesé en los rodaballos con ojos de un solo
lado. Elke leía la voluminosa novela de Günter Grass, hermoso tenía el cuerpo
desnudo encima del pullu andino. Avenida Aniceto Arce, la procesión al sexo,
iconos de santas encueradas, pezones marcalibros de las biblias. El rodaballo
mira con un ojo, duerme con el otro. Estoy amodorrado en esa explanada de
Jarkov. Luego descenderé por la colina, andando sendas entre vetustos edificios
viejos y para viejos, hasta llegar a mi hotel y subir al quinto piso, luego de
sonreír a otra Anna que en lugar de secretaria debía ser Artemisa, Diana
cazadora.
Suena el blues. Look What You've
Done, mira lo que hiciste para luego marcharte. Hombres llorones, lágrimas,
tears, desgarrados como tela de bazar mientras las mujeres prueban el sofrito,
que no esté salado. Pero si tú, si yo, si nosotros, arguyo, moqueo, no hay
pañuelos suficientes para calmar al macho. Lo arreglaremos con trago y
pistolones. En lugar de fotografiar el momento, tu blanca piel acostada en un
tejido del Titicaca. Telefoneo desde Copacabana, a pesar de saber que el diputado
te persigue y seduce. Lo aceptas por pena, la lástima trae sexo con facilidad
pero no lo conserva. Dos bofetadas en la noche revolucionaria de la
universidad, asquerosa chicha y la vida no se movió un palmo, a qué la tragedia.
Arrastro mi bolsa con vainas de tara hacia Portales, para un estudio de teñido
natural. Y pasan ustedes dos, tú con el diputado, e inicialmente quiero sacar
el machete y cortarles la cresta pero no, esta bolsa pesa y ayudo a mi amigo
Peter Brunhardt a presentar su proyecto para el pueblo a orillas del Sajama.
Del árbol de tara comíamos el mucílago encima de la semilla. Tenía algo
de viscosidad, no tanto como la okra y poco sabor, pero era la exploración del
mundo nuestra, como el jamillo, como esas largas florcitas de enredadera de las
que extraíamos el pistilo y lo chupábamos siendo dulce. Saberes muertos ya; los
niños juegan a otras cosas. Me levanto, cuesta despertar el músculo.
Masticábamos flores de ceibo. Crecían a la vera del camino que llevaba a la
inmensa propiedad de la familia Salamanca, caída ya la casa de hacienda que
debió ser bella. Una de sus terrazas se abría a la torre centenaria de El Paso,
al amarillo de la pampa de Pandoja donde Gloria regalaba su amor. Amor
esfumado, como la pampa, como el latifundio que bajaba desde la cumbre hasta el
poblado, o los pechos franceses de Elisabeth mojados por el licor de la
quebrada, piel de gallina que ocultaba un volcán.
Dime, tú que lloras por lo ido y por lo que vendrá, si vale la pena leer
a Zweig sobre Gorky, a Tolstoi acerca de Dickens, a Steiner sobre todo ellos, a
Harold Bloom.
En Los desnudos y los muertos
Norman Mailer anotaba: “Hacer una guerra para arreglar las cosas es como ir de
putas para curarse la blenorragia”. Entiéndase como se pueda. Los rusos
destruyen Khotin, pero no es aquel que emerge apenas se sale del bosque de
Moldavia sino el de la llanura de oscura tierra. Cohetes Excalibur, mito de
Arturo. Alrededor de la Mesa Redonda divagan los caballeros, Gawain se ríe de
Lancelot, y Mark Twain de todos ellos. La reina Ginebra reluce, es una
estrella; G. usa los muslos como tijeras y E. me da a beber agua de montaña
destilada en Montpellier. Limpio lágrimas y me doy cuenta que no están húmedas;
escribe y no llores sugiere un alebrije de liebre. Cantate un tango, varón, Hasta siempre amor, el que ejecutaba Juan
D' Arienzo…
28/04/2023
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Publicado en REVISTA 88 GRADOS, 25/06/2023
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