Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Leo a
Rodrigo Urquiola por varios años ya. Es uno de un grupo de jóvenes escritores
que con talento más tenacidad se han hecho un espacio en la literatura
boliviana, un espacio que va a crecer con mucho dada la edad de los
participantes. Han sido, son, un soplo de aire nuevo en nuestra controversial
manera de entender la literatura.
Rodrigo es
un escritor de mucha potencia. Su prosa es clara y contundente, realista si
queremos darle un término, de ese realismo que juega incansable entre la magia
y el horror. Su prosa invade, seduce; se hace necesario, al iniciar la lectura
de un texto, no detenerse hasta saber el desenlace. Cuando uno se insume en las
letras de su cuento Senkata lo hace
con la idea de hallar retratado en él un triste acontecimiento de los muchos de
nuestra historia. Pero no tiene nada que ver con eso, a excepción de su
condición geográfica común. Trata de una fascinante y espantosa intriga en los
vericuetos del crecimiento de unos jóvenes amigos, en un entorno en el que hay
mucho de fraterno pero también de doloroso y se quisiera de inverosímil, pero
no, la sangre está ahí, la pasión del autor retrata con firmeza avatares que
tornan vívidos para el lector. Me gustaría referirme a los rusos, a Dostoievski
en particular, pero no a modo de hacer comparaciones estéticas o estilísticas
sino para hablar de la energía de palabras como fuego, marcantes a hierro
candente y lento, lo que es aun más dramático.
Recuerdo
haber sido jurado en alguno de los premios bolivianos, de cuento en aquella
ocasión. Cuando llegué a las páginas de aquel por el que voté no es que intuí
que había sido escrito por Rodrigo sino porque su desarrollo era tan fascinante
y triste. Lúgubre, quizá; tal vez fúnebre. Su obra está plagada de instintos
encontrados y rebeldes. Es como un pintor expresionista que revela lo real con
furiosos paletazos de colores primarios. Dirán que muchos lo hacen, que temas
escabrosos son pasto perfecto para interesar al lector, sin serlo en este caso.
Rodrigo Urquiola ha desarrollado una maestría que lo llevará muy lejos como
representante de nuestra literatura. Es en esta difícil lid que tendrá que
sacar a luz el tesón de sus personajes, su empeño de supervivencia y su deseo
de comprender por qué la vida es tal si podría ser otra.
Reitero que
su obra es un fuerte soplo renovador. Vale por sí misma, es fuerte hasta el
hartazgo. Labor difícil, por cierto, cuando todavía priman en esta tierra males
endémicos como la rosca y la envidia. Sus libros no necesitan amigos, tienen
peso suficiente para sobrevivir solos. Sin embargo el escritor tendrá que
buscar sus propias estrategias para dar a conocer su obra en un espectro mayor
al breve nuestro. Ha dado ya los pasos iniciales y enhorabuena exitosos. Es
dueño de un universo que quiere ser visto por todos a pesar de su oscuridad,
que necesita expresarse luego de inmenso silencio. Rodrigo no es un
propagandista social ni un político. Da voz, incluso en sus historias de amor,
a un olvido que tendrá que volverse elocuente a fuerza de su arte. Es, para mí,
ya, un notable escritor y celebro su anticipada gloria desde mucho antes como
lo hago ahora. Gracias.
Cochabamba,
2023
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