Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Los danzantes zaoulis, de la etnia guro, parecen flotar en el aire, pasos inverosímiles que sin embargo levantan polvo. Cómo no pensar en Michael Jackson, aunque la música negra, en el planeta todo, se excede en ejemplos. Entre mis favoritos, el taarab de Kenya y Zanzíbar, las impresionantes orquestas nigerianas de los años cincuenta que alegraban las fiestas blancas de la colonia, la íntima asociación musical entre Cuba y el Congo; la diva, la única descalza, Cesária Évora: “petit pays je t'aime beaucoup”…
Lo contaba
Joseph Conrad, el tráfico de colmillos de elefante. Los guro de la Costa de
Marfil tienen hermosas y alargadas máscaras. Compré dos en Denver, muy
coloridas además, hace unos veinte años. Al baile zaouli lo conocí después,
entre tanta belleza del continente, desde los hombres azules de los montes
Atlas hasta los pigmeos de la floresta del África central. Cuatro costas
trágicas: la de marfil, la de los esclavos, la del oro y la pimienta, divisiones
en base a intereses específicos, europeos sobre todo, y de reyezuelos locales
lucrando por riqueza y poder en contra de sus propios pueblos.
Horrorosos
muñecos de Ghana que me aconsejaron no comprar, tótems malignos, aun así me
decidí por un ibis rojinegro, adusto como los egipcios, misterioso y tétrico.
Velaba las noches de casa, el sueño de las hijas, la errante transpiración de
la esposa. Mudo, de frac como de garzón, por encima de un colorado jarrón
laqueado chino y de los discos que sonaban imparables durante las fiestas de
otoño. Caminho do Mato, poema de
Agostinho Neto:
Caminho do
mato
caminho da gente
gente cansada
Óóó - oh!
Caminho do
mato
soba grande
caminho do soba
Óóó - oh!
Caminho do
mato
caminho de Lemba
Lemba famosa
Óóó - oh!
Caminho do
mato
caminho do amor
do amor de Lemba
Óóó - oh!
Caminho do
mato
caminho das flores
flores do amor.
El coro
responde a Miriam Makeba: “Samora Machel, Samora Machel”. Óóó - oh!
Decía
Senghor: “Y bebía tu terrible rostro a largos sedientos tragos que encendían mi
sed”. Alexandre Dáskalos: “Vai a rusga, passa a rusga/em noites de fim do
mundo”. La revolución mozambiqueña se hizo con caldo de pollo, djiu de galinha; los borrachos de Cochabamba, “tan
queridos en Cochabamba”, recuperaban fuerzas al amanecer con lo mismo. En la
esquina de la avenida Aroma y la Nataniel Aguirre, justo al frente de la flota
Copacabana. Revoluciones agraria y alcoholera, Óóó - oh!. Ya no solo voces
dolorosas del África, pero voces: Óóó - oh! Por ahí estuvo el bar Tabariz.
Dueño que escanciaba trago y garrote daba. Sigue el coro de las óes y las áes,
y las íes más las ées y úes. Voces, voces, que la tuya cómo era, dímelo, porque
al amarte estaba sordo, ciego estaba para escucharte mejor pero te devoré sin
saber más, y me comiste la lengua redondeando el desastre, en el alojamiento de
ahí a la vuelta, en la Junín.
Olatunji.
Tambores de Malí. Mis compañeros repartidores de propaganda, mochila al hombro,
vienen de Malí, Senegal, del Alto Volta. Comparten cassettes de música. Somos muy
notorios en las albas callejas de Marly-le-Roi, invadimos de negritud campos del Rey Sol. Majestuoso baila él contra
el horizonte las a veces fatídicas composiciones de Jean-Baptiste Lully.
Nosotros, que venimos de la tierra del sol, tenemos que escondernos de sus
relámpagos. Andamos por debajo del puente de Argenteuil, no nos ha de retratar Pissarro.
Mejor si poco nos ven: bonyur, bonsoa, y basta. Qu'est-ce que c'est que ça?, demandan
día a día los patrones argelinos remarcando nuestra estupidez de inmigrantes
indigentes. Volveremos mañana, veinte kilos al hombro, descansando bajo la
sombra del monte Saint-Michel, en pasadizos medievales, iglesias de Jouy-en-Josas,
departamento de Yvelines, región de la Île-de-France. Es todo tan bello y somos
tan pobres. Crepuscula en Normandía, el mar se pinta como de sargazo bermellón.
Pobres, solos, amaestrados, famélicos. Cuelga François Villon de un
poste de luz, y Jean Génet está enterrado. Supongo Inglaterra al otro lado,
todavía no conozco a Francine; lloro a Elisabeth. En la esquina de casa, en
Vanves, una sombra redacta Madame Putifar.
Zee Ferrufino me envía desde Denver un tiktok de gracia y misericordia,
de valor, entereza. Firme sigo, pero en constante dificultad, lejos del amor de
dios, lejos del tuyo. Pesa, claro; en la romana han puesto mi corazón y voló
como pluma.
El batán muele llajwa. Unto de lyutenitsa, salsa búlgara, la pierna de
chancho. Pimiento y zanahoria, limón en mostaza, perejil, cebollas púrpura y
gualda. De aperitivo sambusas somalíes. Afirmaron que eran etíopes y mis amigos
eritreos comienzan el borlote. Que si Djibouti y el mar Rojo. Yo que llego de las tempestuosas olas
del ponto Negro no deseo hoy discutir políticas del cuerno famoso, me privo de
opinión y lento consumo las empanadas de lenteja bien condimentadas. Idi Amin,
en la mesa contigua, saca con las uñas huesecillos de las testas hervidas de
sus enemigos, parece que buscara el elusivo atoj que llevan escondido en el
oído los borregos. Culinaria antropófaga, iconoclasta a su manera.
Nusrat
Fateh Alí Khan para recibir la tarde. Ana limpia las escaleras, suena a balde
lleno de agua. Detergente que huele a lavanda ¡ah, tierras de Francia! No hay
paraíso de los trabajadores, ni en la España leal. El barbado rey Leopoldo desayuna
perniles de hombres africanos en cama de achicoria y deliciosas endivias de
Bélgica. Te desmembran, Lumumba, tus huesos ensanchan las carreteras del Zaire.
Escribo una
cartinha en portugués y cada vez que digo beijo el teléfono anota Beijing. Beijing
en tu memoria, então, beijing en tu
pequeña cadera y beijing sobre tus ojos. Quisiera despedir aquella tierra
recordando a Ken Saro Wiwa. “Saguquga sathi bega nantsi pata pa (sathi pata
pata)”, Miriam Makeba, 1967, tenía siete años y aún no había leído a Homero.
Por mucho tiempo descansarían en la historia las huestes de Memnón, hasta que
arrastrasen a Héctor, domador de caballos. De Nubia a Troya rumbo a la muerte.
De nuevo, otra vez, kuti vuelta:
Fuego y
ritmo
Sones de
grilletes en las carreteras
cantos de pájaros
bajo el
verdor húmedo de los bosques
frescura en
la dulce sinfonía
de los
cocotales
fuego
fuego en el
césped
fuego sobre
las calientes planicies de Cayatte
Caminos
largos
llenos de
gente llenos de gente
llenos de
gente
en éxodo de
todas partes
caminos
largos hacia los horizontes cerrados
más caminos
caminos
abiertos por encima
de la
imposibilidad de los brazos
Hogueras
danza
tam-tam
ritmo
Ritmo en la
luz
ritmo en el
color
ritmo en el
son
ritmo en el
movimiento
ritmo en
las grietas sangrantes de los pies
descalzos
ritmo en
las uñas arrancadas
Más ritmo
ritmo
¡Oh voces
dolorosas de África!
Agostinho
Neto.
Noche,
noche de las araucarias…
Nicolás
Guillén:
Canto negro
¡Yambambó,
yambambé!
Repica el congo solongo,
repica el negro bien negro;
congo solongo del Songo
baila yambó sobre un pie.
Mamatomba,
serembe cuserembá.
El negro
canta y se ajuma
el negro se ajuma y canta,
el negro canta y se va.
Acuememe
serembó.
aé;
yambó,
aé.
Tamba,
tamba, tamba, tamba,
tamba del negro que tumba:
tumba del negro, caramba,
caramba, que el negro tumba:
¡yamba, yambó, yambambé!
Sensemayá
Canto
para matar a una culebra.
¡Mayombe—bombe—mayombé!
¡Mayombe—bombe—mayombé!
¡Mayombe—bombe—mayombé!
La culebra
tiene los ojos de vidrio;
la culebra viene y se enreda en un palo;
con sus ojos de vidrio, en un palo,
con sus ojos de vidrio.
La culebra
camina sin patas;
la culebra se esconde en la yerba;
caminando se esconde en la yerba,
caminando sin patas.
¡Mayombe—bombe—mayombé!
¡Mayombe—bombe—mayombé!
¡Mayombe—bombe—mayombé!
Tú le das
con el hacha y se muere:
¡dale ya!
¡No le des con el pie, que te muerde,
no le des con el pie, que se va!
Sensemayá,
la culebra,
sensemayá.
Sensemayá, con sus ojos,
sensemayá.
Sensemayá, con su lengua,
sensemayá.
Sensemayá, con su boca,
sensemayá.
La culebra
muerta no puede comer,
la culebra muerta no puede silbar,
no puede caminar,
no puede correr.
La culebra muerta no puede mirar,
la culebra muerta no puede beber,
no puede respirar
no puede morder.
¡Mayombe—bombe—mayombé!
Sensemayá, la culebra…
¡Mayombe—bombe—mayombé!
Sensemayá, no se mueve…
¡Mayombe—bombe—mayombé!
Sensemayá, la culebra…
¡Mayombe—bombe—mayombé!
Sensemayá, se murió.
En el
camino vecinal de tierra que rodea la laguna Alayay, anciano pantano excavado
por los patapilas prisioneros en el Convento de Tarata, una aplastada culebra
de dos metros. Ahí, ahí, aé, aé, Sensemayá muerta, negro cuerpo de blanca
cabeza, aé, aé, ahí, ahí, camino del valle hermoso, expuesta al sol del turbio
olor a carbón, arbustos espinosos y Silvia desnuda en Volkswagen índigo color,
culebra azul, cola de cinturón, hierba de cola de caballo, cinturón carbón, bam
bam bom bom.
Maestro
Cachao, Israel López, rey del contrabajo y la descarga, ráfagas de mambo igual
a metralla: “a Francisquita le gusta el cusubé, el cusubé, el cusubé”.
Son
carabalí. Chomba, bellota, flor de plátano. Elza Soares canta:
Teleco-teco
teco-teco teco-teco
Ele chegou de madrugada batendo tamborim
Teleco-teco teco teleco-teco
Cantando "Praça Onze",
dizendo "foi pra mim"
Teleco-teco teco-teco teco-teco
Eu estava zangada e muito chorei
Passei a noite inteira acordada
E a minha bronquite assim comecei
"Você
não se dá o respeito
Assim desse jeito, isso acaba mal
Voce é um homem casado
Não tem o direito de fazer carnaval"
Ele abaixou a cabeça, deu uma desculpa e eu protestei
Ele arranjou um jeitinho, me fez um carinho e eu perdoei
Tengo los
pies helados, voló por la abierta ventana el chal de tu vientre abrigo.
Callaron tambores, ni veo la sabana. Hienas, hienas lloran de niño lloro y creo
entrever entre sus gritos que me llamas. Saya de los mandingos.
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Imagen: Danza zaouli
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