Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Tomé un vaso de leche, a las tres de la mañana, y algo de mermelada de frutilla. Escuchaba podcasts interesantes y variados. De ahí salté a la alegría de ver vehículos de guerra rusos saltando por los aires en el extenso frente de combate en Ucrania. Llega un momento en que ya no se piensa en la juventud de los soldados enemigos, en las condiciones socioeconómicas que los obligan a enrolarse sino en su exterminio. Cuánta tristeza saber que ahí estamos, que eso somos, que basta el detonante para convertirnos en monstruos. Marionetas del tenebroso capital.
Luego pasé
al texto en cuestión, que reproduzco casi sin cambios, olvidando si alguna vez
se publicó o a pedido de quién lo escribí. Recuerdo otra ocasión en que
reclamaban un libro, un disco y un filme que me hubiesen marcado. Elegí a Ilya
Ehrenburg en Un escritor en la revolución
y al New York de Lou Reed. No tengo
el filme en la memoria pero no importa, quizá fue Barry Lyndon… Son las cuatro en Cochabamba, las dos en Denver, las
diez al otro lado del Atlántico.
He estado
leyendo bastante literatura nacional pero no he de referirme a ella ahora. Solo
decir que hay grandes proyecciones: Guillermo Ruiz Plaza, por ejemplo, o una
novela “negra” inédita de Daniel Averanga Montiel que sugerí debiese ser
enviada a un premio internacional mayor por su poderosa, y terrible calidad.
Tres
libros. Tarea difícil. Resulta que mis tres del año han sido todos relecturas.
De las nuevas me ha seducido a profundidad la obra de Olga Tokarczuk. Claudio
Magris, Onetti, como siempre; Blaise Cendrars, a quien leo desde mis quince
años. Vamos por esos fatídicos tres ahora:
Tarabas, de Joseph Roth. Algo más cercana a la
literatura rusa que a sus raíces, esta novela, sin embargo, toca los eternos temas
que preocupan a Roth, la violencia en primer plano. En Tarabas esta temática se suelta desenfrenada, son los tiempos de la
guerra civil en Rusia y la piedad ha dejado de ser parte del panorama humano.
Escrito totalmente contemporáneo, tanto en su argumento como en la geografía en
donde se desenvuelve. La guerra ucranio-rusa está en su tercer año trágico y en
los escalafones de mando han surgido muchos Nikolaus Tarabas, señores de la
guerra.
Painé y la dinastía de los Zorros, Estanislao S. Zeballos. Gracias a
la influencia de mi madre argentina mi formación literaria debe mucho a la
literatura gauchesca y a la historia del país vecino. Painé es uno de los libros más hermosos que he leído, no solo en
aquel género mencionado. La primera vez fue alrededor de mis veinte años y esta
última lectura es del año en curso. Espero leerlo otra vez más, no siendo
voluminoso. Trata de Painé Guor, cacique de los ranqueles y creador de su mayor
momento como núcleo étnico de importancia. Es parte de una trilogía acerca de
los grupos de origen araucano en la Argentina. Painé pesa en un momento
histórico vital, las guerras entre unitarios y federales, la figura de Juan
Manuel de Rosas. Y, en el ámbito de los pueblos nativos, el perfecto balance
que hizo con otro gran personaje originario de entonces: Calfucurá. Hay
descripciones geográficas de la pampa y alrededores, de intrincadas e
interminables selvas, de tal belleza que permiten a la imaginación un vuelo
fértil e inolvidable. Pequeña obra mayor.
Por último,
un libro al que he calificado en un artículo mío reciente como “mi Biblia
personal”: El mundo de ayer,
autobiografía del maestro Stefan Zweig que finalmente ha sido reconocido otra
vez en su total estatura y rescatado del olvido. Solo igualable, en términos de
referencias literarias para mí, a las memorias de Ilya Ehrenburg, esta obra me
permitió acceder, interesarme por una pléyade de autores austriacos en su
mayoría que se han convertido en parte sólida de mi formación como escritor.
Sus páginas son como las de un sueño, quizá albergan esa esencia nostálgica de
un mundo que perecía, que Nietzsche había augurado y Kafka retrataba. Junto a
Joseph Roth, es un canto funerario a lo que fue el imperio austro-húngaro, no
en términos de apología del poder sino por el aspecto subjetivo, de belleza y
tristeza subyacentes del período, el oro de Klimt y el angustioso erotismo de
Schiele. Libro imprescindible.
Cochabamba,
1 de diciembre de 2024, reza la fecha del texto. Diciembre del 24 es un tiempo
maravilloso para mí, un período que se asfixia ahora. No entraré en detalles
porque no quiero mellar lo prístino del instante, la voz nueva que apareció
luego de largo exilio en las sombras. Predijo a su manera el año que venía, el
cual, a pesar de sus debacles, continúa siendo dinámico y hermoso.
Ha venido con
libros, por supuesto, el 2025, no con tantos como es usual por muchas razones
pero rico de igual modo. No quiero enumerar pero nombres que me eran
desconocidos, nueva literatura en el sentido de novedosa. Alguna permanece en
lista, aún necesito conseguirlos de forma física, apenas he tenido extractos o
lecturas de ellos y los quiero tener.
No sé en
qué quedaron los libros de Guillermo y Daniel. Preguntaré. Es bueno saber que
en Bolivia nos estamos renovando. Mueren los viejos, como tiene que ser, y
crean los jóvenes. Proceso que recién empieza después de larguísimo retardo de
vida republicana mal diseñada y peor manejada. No entraré en detalles de
política, bastante mérito ya el de haber sido yo expulsado de todos los periódicos
nacionales, excepto de uno. Si me pongo a despotricar tendré que expulsarme yo
mismo y no lo voy a hacer.
Idílicamente
debiera tener un lapicero a mano y garabatear cuadernos cuadriculados uno tras
otro. Eso ya pasó, el beneficio tecnológico de este ordenador es innegable y
cómodo. A alguien habrá que agradecer si no es a Dios. Sorbo la limonada de
limón sutil, la hora avanza, cuatro con veinticuatro. Tres años atrás estaría
conduciendo por colinas de Denver plagadas de vida salvaje, oyendo a los búhos
y el grito de las lechuzas. Baile de zorros y de conejos. Extraño, cómo no, era
otro mundo, pero no lo extraño tanto como para volver sobre mis pasos. Defino
estos ahora y aquí, esperando soluciones y resoluciones para aguardar o
proseguir. Ansioso a veces pero aprendiendo de la inutilidad del ansia. Hay fresca
brisa de montaña, los vecinos duermen, quedan lucecitas encendidas de los
insomnes. Aquí estoy y aquí me quedo, casi parece slogan, tengo enfrente páginas
en blanco que no representan dilema. Cuesta solo sentarse y teclear. No pongo
música para no alterar la placidez de la noche. Dos autores austriacos y un
argentino. En la cumbre de la cordillera avanzan faros de camiones. Habrá
ovejas encima, maíz y cántaros de barro. A veces parece que nada ha cambiado
pero la luz del día lo desmentirá.
Julio de
Caro y su sexteto, alisto el disco que acompañará mi peinado antes de salir. Le
gustaba a mamá. No se escucha en el pasillo ni los pasos de las hormigas.
Pienso, sabes en qué pienso. Todavía dormiré un poco y despertaré con las gafas
de lectura sobre la nariz. Es sábado, día sagrado aseguran. Alguien me escribe
desde un night club, pregunta qué hago y cómo estoy. Décadas que no piso un
lugar así. Lo hice a orillas del mar Negro, cierto, una de las muchachas era
una acróbata, Luna, y se elevaba hasta el cielo como astronauta. No sonaban las
sirenas y los barcos de grano se dirigían hacia las costas rumanas muy
temprano.
Me place
haber hallado este sencillo escrito. Me obliga a leer hoy. Creo que será El zorro de arriba y el zorro de abajo.
Vamos a ver, mientras ejercito la paciencia y cuestiono lo íntimo mío hasta el
exhausto.
06/09/2025
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Imagen: Roy Lichtenstein, 1994
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