Thursday, December 1, 2011

Entre prodigios con Álvaro Cunqueiro/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Paralelamente a John Ronald Reuel Tolkien, Álvaro Cunqueiro indagaba con pasión de mitógrafo las crónicas celtas. Irlanda, Escocia y Bretaña descubrían ante su erudición de sabio y placer de poeta los magnos recovecos de la fantasía. Lecturas que Cunqueiro (Mondoñedo, 1911-Vigo, 1981) asociaba a su Galicia natal, céltica, mirando desde el extremo occidental del continente hacia la nada extendida más allá de Finisterre, el fin de la tierra.

Tolkien conjuncionó a manera de saga los textos antiguos. Con imaginación dio estructura novelesca a los dispersos relatos de un mundo casi perdido, recreándolo y dándole nueva solidez, autonomizando su obra de las raíces originales. Cunqueiro, por su lado, en tres décadas de fértil literatura, se especializó en notas breves, columnas, periodismo literario, literatura periodística, viñetas, o como se quieran llamar a esos vástagos del talento, recogiendo voces de la mitología gallega, anudando con gusto y cariño la nostalgia por la tierra, un espacio natural geográfico que dado su conocimiento extendía sus límites hacia las Vascongadas y sobre todo a Francia hasta el peñasco bretón y las islas del canal. La Galicia de Cunqueiro es precisa en Lugo, Vigo y La Coruña -se me olvidan nombres de pueblos chicos- pero se diluye, como debe diluirse todo nacionalismo, en una gran herencia común. Habla de Francia como si hablara de la madre patria y mixtura las hadas (fadas) gallegas con sus pares irlandesas, mientras asocia moros y enanos con fantásticos tesoros que se remontan a los árabes o al "gran robo" que hubo en Roma alguna vez -de donde proviene el oro del mundo-.

Los tesoros de Galicia, usualmente ocultos en los castros (elevaciones de terreno con ruinas en la cima), tienen peculiaridades: la de estar cuidados por seres como los nombrados; la de entregarse no a quien los encuentra pero a quien descubre la manera de vencer al tesoro en juegos de palabras. El verbo es esencial para obtener las escondidas riquezas del pasado. Aparte que estas gemas, monedas, orfebrería llevan una existencia en mucho similar a la humana. Un tesoro necesita agua para beber y comida. A la larga, Cunqueiro reflexiona -ha oído de ellos y viajado con ellos en su prosa- y concluye que incluso, y ese el cénit del asunto, uno compuesto de joyas y oro puede con el paso del tiempo convertirse en sólo palabras: la palabra como el máximo preciado valor.

Respecto a la herencia árabe de Galicia, dice Cunqueiro que en el libro de las mil noches y una noche no hay alusión alguna a los juegos de azar. Deduce una prohibición religiosa musulmana. Los árabes, entonces, para suplantar esta ausencia significativa, y los gallegos también, inventaron los tesoros y su búsqueda como una especie de azar que les permitiera elucidar fantasías que no otra cosa hacen sino enriquecer el acervo cultural de los pueblos.

Recurre don Álvaro a autores irlandeses casi contemporáneos suyos: al gran Yeats y a Lady Gregory, con alguna alusión a Lord Dunsany; se adentra en los textos primarios; estudia y sueña con el libro de san Ciprián, el famoso Ciprianillo, que detalla el lugar donde se encuentran todos los tesoros de la región. Libro que provocó desbandada de buscadores, locos y soñadores, con suerte variada, que excavaron Galicia en frenesí que desdice lo inocuo del texto literario.

Delicioso es un adjetivo que relacionamos con comida o amor. El arte culinario no es ajeno a Álvaro Cunqueiro que cuenta que la mayonesa no es como se afirma invención de hugonotes sitiados sino salsa de sitiadores, refiriéndose a las guerras de religión. Deliciosos son los textos -de una página y algo más de extensión- que durante años publicó el autor en periódicos locales y españoles. Hay tanta riqueza, sapiencia como ensueño en ellos, que no cuesta imaginar el camino de Monza donde en cada colina yace enterrada una princesa lombarda; o las tabernas de Dickens, Sterne, Boswell y Cervantes; las navegaciones de Mugha O'Morguaire, inventor de palabras, o la piedra de Croclaugh, en Irlanda, "la piedra que habla", que cabalgaban héroes míticos para defender la isla de invasores y que se partió con el dolor de una muchacha cuyo hombre habíase hundido en naufragio.
03/06/05

_____
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), junio, 2005

Imagen: Parte posterior de la estatua de Alvaro Cunqueiro en Galicia

2 comments:

  1. Aquella vez en Santa Cruz hubiese sido fantástico conversar sobre Cunqueiro, pero tú estabas en una mesa y yo en otra sin hablarnos...

    ReplyDelete
    Replies
    1. Sí. Luego te vi sentado en la presentación de El exilio... y hasta la próxima, años después, en el Brazilian Coffee, en que hubo un poco de Céline, de Brasillach, del libro usado que tuviste en manos y que decía que "hoy mataron a Robert Brasillach", o algo así. La próxima, que Cunqueiro no está muerto.

      Delete