Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Cierta vez sonó
el teléfono en casa de Boris Pasternak. Cuando el poeta preguntó quién llamaba,
le respondieron: “Stalin”. Al hombre del Kremlin le gustaba jugar con sus
conciudadanos y con el terror. Sorprendido, Pasternak oyó que Stalin le
consultaba acerca de la obra de otro poeta -amigo de Pasternak-. Sin saber qué
hacer, contestó que no tenía una opinión formada sobre ella, que no la conocía
bien. Stalin -molesto- le dijo que con esas palabras acababa de condenar a su
amigo y colgó.
José Chugachvili realizaba
esto con frecuencia -Ehrenburg lo consigna en sus memorias-. Detrás, siempre, estaba
la fatídica sombra de Lavrenti Beria, ministro del Interior.
El estalinismo
dio fin con buena parte de la intelectualidad rusa. En los campos de
concentración se pudrieron hombres de la talla de E.I. Babel y Perets Markish.
Solzhenitsin recibió su parte... Pintores, músicos, dramaturgos se balanceaban
en la cuerda floja que habíales tendido el régimen.
El realismo
socialista, en arte, es algo sumamente obsoleto y mediocre. Luego de la
depuración de la “intelligentzia” solo quedó basura. El arte ruso se vio
reducido a un pequeño grupo de adláteres insignificantes cuya producción no
rebasaba los límites de la propaganda oficial.
Sin embargo,
Stalin tenía momentos de lucidez. Cuando murió, en 1953, se encontró entre sus
papeles una lista de nombres: el músico Shostakovich, Pasternak, Eisenstein y
un nutrido grupo de talentosos artistas. Al pie, Stalin, de puño y letra, había
anotado “NO TOCAR”. Felizmente para nosotros se cumplió la voluntad del amo...
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Publicado en
TEXTOS PARA NADA (Opinión/Cochabamba), 11/12/1987
Imagen: Boris
Pasternak en un sello postal soviético, 1990
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