Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Amanece con el
nuevo bufón de Venezuela cantando. Sigue la perorata de paz y amor. Este tipo
parece escapado de los años 60, del summer
of love, pero con una gran diferencia: miente. Aquellos eran ilusos, este
un patán tiránico y asesino. El amor, el amor… lo menciona más que Shakira pero
carece de sus atributos para ejercitarlo. Mientras tanto Venezuela se desangra
y es objeto libre para cualquier postor con un mínimo de inteligencia. Las infantas,
hijas de Chávez, se dedican al puterío oficial con recursos públicos y el mundo
bien gracias. Como para creer.
Ucrania. Hará un
par de años mi amiga Tetyana Shumydub me trajo de Kiev una de esas bufandas de
fútbol con los colores de la selección. Ella, ucraniana, me dijo -textual- te
la traje porque sé que a ti te interesan las vainas de mi país. Veo en Facebook
que hoy adorna su muro con un agresivo puño azul-amarillo, desafiando la
afrenta rusa. Larga historia esta, más en Crimea.
Luego de la gran
rebelión cosaca de 1648 para removerse el mandato polaco, y bajo el bastón de
mando del atamán Chmielnicki, la situación cambió. Las posibilidades estaban
dadas para estructurar una nación libre en la estepa. Pero Polonia era un poder
todavía demasiado grande y los cosacos firmaron un tratado que los ponía bajo
el amparo moscovita que comenzaba a crecer. Crimea entonces era un kanato
tártaro, y lo siguió siendo por cien años más, con una herencia que les venía
desde la Horda de Oro, y una conveniente sujeción al imperio otomano.
Retomo, como lo
hago cada vez que hablo de literatura e historia, la inolvidable trilogía de
Henryk Sienkiewicz, en cuyo primer libro, A
sangre y fuego, se detalla justamente el alzamiento de 1648, desde el punto
de vista de un patriota polaco que defendía la República y que sin embargo
detallaba la crueldad de ambos bandos con pasión. Los zaporogos se aliaron con
los mongoles de Crimea; entonces el peso del khan en la región era inmenso, y
los cosacos no estaban, a pesar de su odio ancestral contra los tártaros, en la
posibilidad de eludir su ayuda. Ofrecieron tributo en esclavos: polacos que
atraparan prisioneros, soldados o labriegos, judíos… y el gran hetman inclinaba
la cerviz ante los ojos rasgados de los beys. Hoy se disputa la península entre
Rusia y Ucrania. Tártaros no debe haber, fueron expulsados y relocalizados hace
mucho. Turcos tampoco, pero la presencia centenaria de unos y otros, así como
de rusos, ucranios y polacos, desmitifica los reclamos de antigüedad incuestionable
de todos. Incluso podríamos remontarnos a los griegos de Homero, los que
pastaban y mataban en las afueras de Ilión, y cuyo alimento venía desde esas
orillas del Mar Negro, el Quersoneso, de Crimea y de la estepa. La historia
tiene muchas facetas y se olvida eso con facilidad.
Lo recuerdo para
sentar bases de una discusión que no ha de solucionarse pronto. No creo ver
reeditada otra Guerra de Crimea (1853-1856), en la que tanto Rusia como las
potencias occidentales alegaban derechos firmados en papeles e intereses como
hoy. Dudo que contemplemos insensateces como la carga de la Brigada Ligera,
pero que las habrá, sí, de otra índole en otro tiempo histórico. Tan tonto,
avieso, ambicioso es el hombre.
Busco la bufanda
para inclinar mi propia balanza hacia un lado. Yo mismo me confundo, hablando
de Ucrania, refiriéndome a ella como parte de Rusia. Historias comunes, grandes
nombres compartidos, una lengua. Pero, al entrar en detalles, avistamos la
maraña de un problema anciano de infinitas ramificaciones.
Nicolás Maduro no
para de cantar. Multitud de pajaricos sobrevuela su cabeza; lo decoran con excremento
que para él significará bendición, siendo que tal vez uno de los gorriones sea
el inefable comandante. Lunes otra vez.
03/03/14
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 05/03/2014
Imagen: Ilya Repin/Los zaporogos escribiendo una carta al sultán
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