Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Dicen que el
nombre le vino a esta anciana ciudad asiria del mitológico flechero que desafió
a los dioses, o a Dios. De poco ha servido… ISIS ha destruido el legado de
milenios, a golpe de combo y de topadoras. Estos seres rechazan el pasado que
no se asocia al ya maldito profeta, Mohamed, a tiempo de rechazar el futuro
mientras utilizan electricidad y palas mecánicas que debiesen ser igual de
heréticas que los monumentos históricos.
Días atrás
comenzaron derribando el museo de Mosul, convirtiendo sus inigualables piezas
en polvo. Poco antes, hicieron explotar la biblioteca de la misma ciudad,
quemando una importante colección de manuscritos antiguos y otros libros; 8000
en total.
Aterra que en
pleno siglo XXI lo veamos. Han vuelto las guerras de religión y en apariencia
solo servirá el medioevo para derrotar al medioevo. Las noticias muestran que
las medias tintas de Obama están desfasadas de un cruel mundo que vuelve a
despertar. El asunto tiende a empeorar ahora que interviene Irán. Fuera de la
geopolítica moderna, asistimos a un teatro de guerra pérfido; los chiítas y sus
aliados persas ya lo han anunciado, que cuando caiga Tikrit vendrá el castigo,
la venganza, la revancha. Ganará el peor en términos de piedad y, da pena
decirlo, no hay otra salida en vista, ninguna que nos asegure que no perderemos
como hombres lo poco o mucho que hemos ganado en términos de convivencia. No
hay otra lucha contra ISIS que la del exterminio, ahogar en sangre la locura y alcanzar
una nueva pausa histórica que quién sabe cuánto durará.
ISIS recrea lo
que ha venido siempre ocurriendo: Timur que destruye Damasco hasta sus
cimientos; el Talibán, que con tanques convierte en cascajo los gigantescos
Budas de Bamiyán. Las notables pinturas cristianas de las casas-cueva de
Capadocia, a quienes los invasores que desterraron a los que las pintaron
quitaron los ojos para evitar el mal de ojo sobre ellos y su ganado.
Descabezados monarcas y estatuas de Angkor. Tibet que fue asolado por la
obsesión comunista en tiempos de la Revolución Cultural y cuya fobia privó al
mundo de tanto notable arte religioso y arquitectónico. Los chinos, hoy, que
levantan monobloques en Kashgar, encima de edificaciones milenarias de los nativos
uigur -musulmanes de habla turca-, tratando de llenar la conflictiva zona con
la etnia han, en aras de evitar lo que ocurre en el resto de Asia Central y el
fundamentalismo islámico.
Tuvimos, con la
Conquista, aparte de espantoso genocidio, la destrucción del mayor legado
cultural de Indoamérica. Desde el Coricancha, en Cusco, que fue saqueado,
arrancadas sus láminas de oro, arrojadas al piso y desnudadas de ornamentos las
momias, hasta la acumulación de la mejor orfebrería en aras de pagar el rescate
del Inca. Obras que se fundieron para convertirse en panes dorados y plateados
para comprar el establecimiento de otro tipo de arte, diferente pero no menos
hermoso, en las cortes de España y más allá. O, siguiendo con castellanos,
extremeños, andaluces y vascos en América, los fatídicos extirpadores de
idolatrías que persiguieron con saña y eficiencia los resabios de las religión
y cultura ancestrales, quemando ídolos en autos de fe y rompiendo a picota lo
que quedaba escondido del pasado.
Dice Margaret Aston,
historiadora británica, y lo pongo literal del lugar en que lo leí, que esta
destrucción se explica por el poder que se atribuye en la conciencia social a
esos objetos, en especial los religiosos, porque ellos “adquieren un poder
simbólico y amenazador”.
Mucho queda
todavía y, felizmente, aunque parezca una aberración decirlo, la mayoría de las
obras imperecederas de las culturas del mundo están en museos occidentales como
legado imperial. Nimrod sobrevivirá en las joyas que guarda el Museo Británico
y así… Mientras tanto, ISIS ya amenazó que la próxima víctima de su odio será
Nínive, casi como destruir el mito humano.
09/03/15
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 10/03/2015
Fotografía: Nimrod
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