Sunday, May 15, 2016

Ocho meses después

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

A las once de la noche, en la oscuridad  de Villa Moscú, escuchamos una banda acercándose. Era domingo. Salimos a la puerta de calle y vimos bajar a unos cincuenta muchachos, todos con instrumentos, tocando muy bien y muy fuerte When Johnny comes marching home. Surreal. En la humedad, en el silencio de aquella zona, los acordes marciales de la canción norteamericana llenaban el aire.

Los músicos continuaron bajando, hasta perderse, y el sonido murió. Con mis brazos sobre la fría reja soñé filmar esa escena algún día. No hablamos. Un aroma de guerra civil ocupó la casa.

Recordé los verdes campo de Antietam, la tierra de Bull Run, que venían de improviso, en mitad de la noche, como fantasmal regimiento de sombras.

Quizá era junio; hacía frío. Y eso fue Cochabamba estos ocho meses: imágenes de cine en busca de un director. Que se quiera hacer una película sobre Boquerón me parece extraordinario, pero se podrían hacer realizaciones de la realidad actual; el material está ahí.

Basta sentarse sobre unas piedras, en cualquier baldío, y ver cómo discurre el universo. Hacer anotaciones y armarse de valor para concretar la magia, buena o mala, de nuestro alrededor.

Siete años en los Estados Unidos almidonaron mi recuerdo de lo que es fraternidad. Un par de amigos, ausentes como yo, eran el único vínculo con la memoria. Pero, al regresar, a los dos días, Vilma Tapia presentaba un libro suyo. La vi sentada enfrente y uno a uno aparecieron los demás, concentrados para oírla. Se descorrió el velo del tiempo, del espacio y hablamos como si fuese ayer que nos habíamos despedido: Álvaro Antezana, QK y tantos más.

Abracé a Vilma y desaparecí por una semana para reencontrarme. A partir de entonces no he dejado de verlos, y los veo desde hace unos meses, en el patio del Café Fragmentos, de Ligia, Miriam y Cristina, que es el refugio de nosotros. Ahí nos concentramos, con Jimmy Bermúdez, Roberto, José Manuel, los dos Víctor Hugo, Sonia, Chino Navarro, Carmen -a veces-, porque nos quieren.

Cochabamba tiene ahora su propio, aunque pequeño, Quartier Latin en los alrededores de las calles Ecuador, España y Mayor Rocha. Eso sí ha dado otra fisonomía a la ciudad. Allí se mide el progreso, en la construcción de los centros de reunión intelectual y no en los edificios que paren los días. No se hubiera creído que Cochabamba podría acoger tal cantidad de cafés sin desmedro unos de otros, pero marchan relativamente bien y hay para todos los gustos.

De la excelente sobremesa del Café Fragmentos, a un internacionalismo bastante sensato del Metrópolis, a la juvenil imagen de otros establecimientos, a la calidez de los dueños españoles del Café Renoir hasta las sombrías paredes del Lucas. Es hermoso ver al lado de una fotografía de mark Twain un desnudo de Aldo Cardoso, un paisaje acuarelado de Freddy Ayala, una colorida y descabezada hembra recostada, hecha por los ojos y las manos de Chaly Rimassa.

De tales concentraciones de arte y artistas irán naciendo cosas nuevas. Siempre es bueno, hasta decente, juntar a los talentos para dar un aura al ambiente.

Mi Cochabamba de café tiene unos meses. Antes de ello, pasé el tiempo tratando de vivir y tomando sol en las mañanas en que estaba solo. Había olvidado el gusto de poner una silla en el patio y leer. O la dulce pereza de acomodar una piedra y ver las hormigas en su trabajo. Mucho ha que no lo hacía. Bob Dylan en el tocadiscos, o zambas argentinas, mientras muevo la comida y voy cortando cebollas para una ensalada que Emily ama. Escribir, luego de cuatro años de silencio, lo que se me ocurra. Enojarme por las desquiciadas opiniones de una escritora o alucinar con el Congo de Joseph Conrad.

Divino encanto del ocio, como un día después de salir de la cárcel y ver que el agua de la piscina tiene otro color, y que hay niños jugando, y que se puede obviar la angustia con solo respirar. Eso significó mi ciudad. Ahora, descansado y amado, estoy listo para ir al frente otra vez, a la innombrable guerra de relojes, pizzas, policías y "negros criminales"...

Lo más preciado es el tiempo. Y tiempo es lo que más tuve. La posibilidad de pensar, de crear, de fabricar sueños y condensarlos en realidades. Inolvidable. Dejarlo implica una disposición de ánimo. Significa fortaleza de renunciar a algo muy querido para ir en busca de dos personas muy queridas también. Siempre hay opciones y disyuntivas y apostarlas hábilmente puede dar satisfacción. Creo que hago lo mejor, por ahora. Pero no llevo conmigo esta vez solitud ni temor. Ha sido vivificante, me ha dado impulso.

Hay un nombre de mujer, una mirada insólita de cinco meses. Con ella caminé en la noche, en una Cochabamba nublada nos acompañamos, queridamente, entre ambas tristezas. De la pena a la alegría, del silencio a la palabra. Ya la extraño. No podemos saber si hemos de vernos de nuevo. Pero todo en ella es dulzura y tengo la especial condición de nunca olvidar el azúcar. Las posibilidades ya ni importan, si la memoria es bella se torna en presencia diaria. Para ti, a quien no nombro y lo sabes, va este texto, porque la última Cochabamba sin ti sería impensable, amarga, imposible. Ya en mi cuarto, encerrado entre la nieve de Denver, he puesto tu retrato, no para no olvidarte, ni quiero ni puedo, sino para cumplirte una promesa breve de un miércoles en la noche mientras bailábamos canciones de Cesaria Evora...

No hay espacio para contar los detalles de mi estadía, ni tiempo suficiente para anotar a los amigos, los viejos y los nuevos, porque además, hoy, Pepe me pedirá que prepare hamburguesas o dore alitas de pollo. Y si alguien viene a hablarme le dirá, con su tozudez peruana, que "no me distraiga al personal". Cuando pienso y recuerdo los instantes similares, de trivial alegría, me aseguro a mí mismo que sobreviví lo más difícil y que ya los otros no podrán destruirme.

No hay sensiblería en este escrito, ni sentimentalismo ni afrancesamiento. Son letras claras, quizá un poco nostálgicas, porque me reservo el derecho a recordar. Y, repitiendo mis propias palabras de un texto anterior, lo hago para no perder en mi cabeza ni nombres ni rastros. Entonces pueden los críticos, si tengo algunos, saber que esto es uno más de mis tantos "ejercicios de memoria", realizado con todo el amor que tengo a mi ciudad y a los que, cercanos, la comparten conmigo cada día.

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), 05/01/1997

Imagen: Plaza Colón, Cochabamba

3 comments:

  1. Extraordinario, querido amigo. Intenté elegir un fragmento, pero en realidad todo el escrito es una poética exaltación de la vida. Bellísimo.

    Un fuerte abrazo

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    2. Gracias, Jorge. Con tu permiso lo paso luego a PLUMAS. Abrazos.

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