Thursday, September 2, 2021

Hasta siempre, Theodorakis


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Ha muerto Theodorakis. Se lleva mis treinta años, una ventana de Alexandria, los amigos preparando un guiso y rueda la cerveza como en piedra de molino. Una ventana en Alexandria que observaba el detalle de mi primer matrimonio, cabellos rojos tiñendo almohadas de sangre. Cardenales carmesíes sobre los árboles. Venían del bosque donde se escondían los asesinos. Desde allí mi abuelo, muerto hacía décadas, anunciaba que Pepe se desangraba en el frío de algún lugar por Challa en el Ande solo.

 

Emily se gestó con Theodorakis, con la voz de María Farantouri. Si hay música que me recuerde Virginia, los amigos, el trago, la furia, pasión y nostalgia, son Mikis Theodorakis y Leonard Cohen. Sobre esos dos pivotes se tejió la bohemia, esa que una mañana de 1991 abandoné por el sueño de la tierra. Pero seguimos bailando, brazos encima de brazos, y maldiciendo en griego: malakas (literalmente “pajero”) a todo lo que está fuera de nosotros. Éramos jóvenes y quizá valientes, sin coroneles para lanzarnos a matar. Teníamos músculo; tostábamos las manos entumecidas de invierno hasta que olieran a asado. Y el sábado por la tarde Theodorakis, sin fin, para siempre…


Se lleva los años del segundo matrimonio, el vaho del café Fragmentos y el samba antiguo. Las fiestas en el departamento de Aurora, bailando Zorba, con veintena de amigos ebrios de vida, enmascarados en maderas de Benin, gorras afganas, sombreros del Viet Cong. Margarita Margaro y otras canciones; compilaciones de la memoria, luces de bengala del recuerdo. Bellas ellas, eran, y así se han quedado en las pupilas ciegas.

02/09/2021

1 comment:

  1. Apreciado Claudio:
    Tus bellas impresiones sobre el maestro Theodorakis me remiten fácilmente a lo que ocurre en estos pagos: hay personas que son canciones y canciones que son personas.

    Se trata, quiero decir, de discos que se oían en reuniones con amigos, unas personas con quienes veíamos películas tanto en improvisadas reuniones domiciliarias como en las varias salas de proyección existentes en esta urbe; o íbamos a disfrutar de un concierto sinfónico en una momento inimaginable como serían las 10:30 de un domingo; con quienes compartíamos momentos muy entrañables, varias décadas pasadas. Gente de la universidad, de alguna agrupación teatral y/o coral; unos seres que siguen escondidos detrás de las canciones. Y basta con oírlas para que reaparezcan como fantasmas; y ello, sin que apenas nos enteremos.

    Hace unos días, se me ocurrió oír un disco de Tom Waits, de quien tenemos al menos una docena de obras, entre CDs, vinilos y otros formatos que no existen materialmente. Entre toda una variedad de estilos y formaciones que lo acompañan a ese californiano ahora septuagenario a lo largo de varias décadas de incomparable labor, escogí un disco llamado «Nightwawks at the diner» [1975], un trabajo excelente, desbordante de melancolía, el cual me hizo verter lágrimas un par de veces.

    Y de un viaje a Lisboa me traje un precioso recopilatorio de canciones, en una esmerada edición bilingüe con abundantes y raras imágenes, y muchísimas canciones traducidas al idioma de Camoens; un tomo que ha estado siempre en evidencia en esta casa, juntamente con los de otros tres grandes exponentes de la canción de autor unánimemente objetos de culto adonde quiera que vayas, y servía, en el caso de marras y en tiempos idos, precisamente como acceso a unas narraciones que se confundían con canciones, que nadie aquí comprendía, las cuales en no pocos casos se acercaban a la docena de minutos, tal y como la que se puede oír aquí: https://youtu.be/D3-pTLDP0K4
    Con un cordial saludo,

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