Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Recurro a
Eisenstein, a su Iván el Terrible,
para situarme. El director supo captar la esencia de la época con sus
claroscuros y los rictus de los personajes que semejan estados de locura y
condenación.
Este Iván, príncipe
de Moscú convertido en primer zar -envilecido por la historia y rescatado por
Eisenstein dada la coyuntura (Rusia se hallaba invadida por los nazis) que
llamaba a la unidad-, representaba un urgente antecedente patrio. Stalin para
quien la idea "nacional" debía ser hasta ofensiva lo aprovechó,
permaneciendo como líder gracias a la guerra patria, a la exaltación de los
valores nativos. La campaña contra Alemania venía de antiguo, de cuando
Alexander Nevski señalaba a la Orden Teutónica como el enemigo principal, a
pesar que los señoríos rusos debían obediencia a una ocupación extranjera, la
mongol. Iván, mal llamado el "terrible" según lingüistas que aseguran
que el vocablo que lo califica debíera traducirse como "temible", instó
y luego obligó a su pueblo a fortalecer el país. Descendiente del vikingo Rurik
y de Nevski, trató, de manera brutal las más de las veces, de consolidar
Moscovia -y Rusia- como una potencia respetable. Lo consiguió a medias pero
sentó bases que se definirían con amplitud en el futuro.
Iván tuvo un
hijo, Dimitri, que pereció en circunstancias no claras en Uglich, a orillas del
Volga, en 1591, a la edad de nueve años. En 1603, siendo Boris Godunov zar, un
joven ruso al servicio de la poderosa familia Visnowieski en Polonia, revela
ser Dimitri, el difunto zarevich. Desmentido por muchos, establece sin embargo
una convincente historia para un grupo de magnates polacos arruinados que ven
en él posibilidades de ganancia. Dimitri llega hasta el rey Segismundo e inicia
una relación inconclusa, dubitativa, a ratos incongruente con la república
polaca. Notables con influencia lo apoyan mientras otros lo consideran
peligroso por los riesgos que conlleva en el trato con los vecinos orientales.
Son los cosacos
del Don, y luego los zaporogos, junto a un contingente de caballeros polacos
voluntarios los que acompañan a Dimitri en su campaña de reconquista del trono
de "su padre", expedición que saliendo de Sambor, en la actual
Ucrania, culminará en Moscú con la entronización del dudoso heredero quien
reinará efímeramente entre 1605 y 1606. Para lograrlo se ha convertido al
catolicismo a escondidas, mantiene correspondencia con el Papa y se asesora con
sacerdotes jesuitas duchos en lides políticas y engaño.
Cualquier libro
que trate del tema, incluido Pushkin, aporta interesantes detalles de la
conquista del poder, aunque la veracidad de la historia de Dimitri jamás haya
sido determinada. Podía ser hijo de Iván, primogénito del Terrible, o el
verdadero zarevich. Se han urdido versiones disparatadas tanto como sensatas.
Se dijo que era un monje de la pequeña nobleza amparado por los Romanov, un
títere que fuera causa de la desgracia de esta familia con Godunov que los
condenó al exilio.
Lo importante de
estos años problemáticos, del corto reinado del "falso" Dimitri
(terminaría asesinado en los festejos de su boda con una dama polaca), es que
prefiguran la Rusia posterior hasta 1917. Dimitri, igual que su supuesto
progenitor, ataca el oscurantismo de la tradición rusa, la iglesia ortodoxa, la
superstición popular. Ambos, con Pedro el Grande después, vislumbran la
necesidad de una ventana al Báltico, comercio con Inglaterra, apertura del
largo encierro patrio. Enfrentar a la nobleza y al clero causó su fin, más que
la validez de su origen.
Al pretendiente
le sucedieron otros; aparecieron por doquier y algunos pusieron en vilo el
control de los boyardos y el zar. Estalla entonces la primera revuelta popular
de la cronología rusa, la de Bolotnikov, mientras los Romanov, rescatados del
exilio por Dimitri, terminan coronándose en la testa de Miguel Romanov, 1613,
con apoyo cosaco y como salida a un país que parecía desmembrarse.
26/04/2005
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De ECLÉCTICA, volumen 6 Obra Completa, Editorial 3600, 2019
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