Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Alberto Arenas
canta Sentimiento gaucho, de Francisco Canaro. Nada mejor para
ponerle espíritu al texto que tiene a la ciudad del Plata como personaje.
Continúa el tanguero con Tiempos viejos para arreciar el vaho
de nostalgia que en sí misma carga la Gran Aldea. Y es que el tango, igual que
sus calles, edificaciones y veleidosa idiosincrasia, acuna las penas de muchos
pueblos. En su letra sufre el paisano, castellano e indio mixto, con raíces que
el tiempo ha borrado, dejando solo, por encima, melancolía tanto por lo nuevo
como por lo ido; llora el itálico ante la inerte pampa recordando el vergel
natural de la tierra que no volverá a ver, lamento que no rompe el ávido
impulso de riqueza que le produce el yermo. Rara y única paradoja de Buenos
Aires, a quien se ha comparado a París sin serlo. Afrancesada sin duda, con los
elementos que la cultura francesa, en boga entonces y por largos períodos, impronta
en la arquitectura y las letras bonaerenses. Pero ahí están, tiesos ante el
empuje extranjero, el gaucho Martín Fierro, de José Hernández, los textos de
Echeverría, las excursiones a los pampas con un ya indudable acento propio.
No se puede negar a la capital argentina ser síntesis de Europa y América, y
síntesis de la diversidad americana también. Nacida del deseo de poblar, visto
que no había tesoros como en el Perú o el Alto Perú, la villa crece al impulso
del trabajo, se transforma desde inicio en una semblanza de la madre patria. Su
apertura al océano atlántico, la única hispánica de importancia, ya que el
resto pertenecía al reino luso, le permite afianzarse como centro importante
hasta que con el tiempo se le diera la estatura de virreinato, igual a la Lima
imperial.
Tomo a Mujica Lainez como un glosario del Buenos Aires antiguo. Su libro
Misteriosa Buenos Aires, aparte de un dechado de virtud literaria, ficcionaliza
aspectos íntimos de su historia, desde el hambre de 1536 donde los ibéricos
sitiados devoraban las piernas colgantes de los ahorcados mientras los indios
afuera, hambrientos también, aguardaban. A través de las décadas, de los
siglos, este autor retoma relatos platenses cuya veracidad ni interesa. Puede
que a raíz de una leyenda popular, Manuel Mujica Lainez cree todo un argumento
nuevo, o que simplemente invente lo sucedido. Así narra -entre 1816 y 1852- los
avatares de un volumen de Pablo y Virginia, primera traducción castellana, con
un inicio en una tienda de Perpignan pasando por oficiales ingleses,
salteadores de caminos, marinos, negras, mulatas, el sabio Bonpland, amigo de
Bolívar y causa -casi- de que el Libertador invadiese los territorios del
dictador paraguayo Francia, de quien era cautivo el científico. Sus textos pintan
un Buenos Aires viviente, no son retablos tristes del pasado ni augures
futuristas. En las calles del escritor la vida tiene sentido porque hay
cotidianeidad. Mujica Lainez no desmerece en sus páginas las huellas de Hugo ni
tampoco las de Poe, autores ambos de textos urbanos, buscantes e indagantes de
las vísceras de la ciudad.
Cómo mencionar Buenos Aires sin hablar de Borges, para quien, en 1934, y como
guía del trágico Drieu La Rochelle, la búsqueda terminaba, comenzaba, al hallar
los dos poetas un arroyuelo misterioso que corría entre la urbe, incólume con
su presencia colonial. La Gran Aldea se perfila en nadie como en Borges, muchas
veces no como elemento concreto sino como ambiente. Porque Borges se nutre en
esa aristocracia aldeana plena de fantasmagorías y tintes épicos.
Roberto Arlt, sus sociedades secretas, puteríos que se inmortalizan en sus
páginas y en el tango, apellidos criollos sumados a la ambigüedad del viejo
mundo. La ciudad que bulle tratando de alcanzar alguna forma, mientras el trasfondo
de carretas deja paso a las altas edificaciones, cuando Gardel interpreta mil
canciones y la política prevé la sangre que va a caer como torrente en la
nación argentina.
Claveles rojos sobre la tumba de Scarfó; Discepolín que se confiesa a Eva Perón
y teme por su mortalidad porque inmortal ya era. Cafés que esconden a Witold
Gombrowicz. Churrascos que humaredan la Costanera; el equipo de River Plate;
Racing con Basile y Perfumo. Trenes que de Retiro suben al norte, camino de
Catamarca, camino de Bolivia donde al otro lado de la línea horada el vacío
andino.
Vamos por el subterráneo de Buenos Aires, con asientos aún de madera, igual que
Borges el 34, cuando todavía por Palermo bailaban los cuchillos. Fervor, fervor
de Buenos Aires.
27/07/2005
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Publicado en
Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), julio, 2005
Imagen: Buenos Aires entre 1820 y 1840
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