Claudio Ferrufino-Coqueugniot
En Caldea, a orillas del Indo, en el Golfo de Paria o en la Tierra Firme
del almirante Colón situaron el Jardín del Edén, donde Eva, el eterno femenino
de pecado y traición (así no sea cierto, para alegrarlas), sedujo al tonto de
Adán y nos trajo desventura.
Algún criollo lo puso en Sorata bajo la sombra del Illampu. Lo cierto es
que nunca se encontró y a medida que pasa el tiempo y nos volvemos
ambientalistas, este lujurioso y ficticio jardín se manifiesta como tierra de
plantas y animales nuevos, o perdidos, ya no de humanos. La elegía de ser el
dichoso lugar donde los hombres habrán de regocijarse con la naturaleza se ha
transformado en el feliz entorno donde la naturaleza se festeja sola.
En diciembre pasado, diciembre del 2005 -año de guerra y desastre-, una
expedición científica conjunta -norteamericanos, indonesios y australianos-
exploraba la región de las montañas Foja, provincia de Papúa, parte indonesia
de la gran isla de Nueva Guinea. A pesar de que las adversidades políticas para
conseguir los permisos retrasaron el proyecto, finalmente se realizaba en un
territorio plagado de lucha separatista y con una centena de miles de muertos
en su haber. Ya en el terreno, el jefe expedicionario Bruce Beehler y sus
acompañantes registraron la presencia de ignotas especies animales y vegetales,
además de multitud mamífera que se consideraba ya en vísperas de extinción,
como el caso de un amarillento canguro arbóreo muy raro.
En un área reducida, circundante al campamento, los expedicionarios anotaron
una veintena de nuevas especies de ranas, cuatro de mariposas, algunas de
plantas y otras de aves. Entre las últimas, multicolores pájaros meleros junto
a aves del paraíso de seis crestas. La ausencia de insectos, según Beehler,
fuera del reducido grupo de mariposas, se debe al tiempo de lluvia. Suponen
abundancia de ellos en la temporada seca. La mayor parte de los dos millones de
acres de este santuario natural de anciana selva tropical aún no ha sido
explorada y quién sabe los prodigios que esconde. De allí la mención del Jardín
del Edén, de un mundo perdido que excede la imaginación de Arthur Conan Doyle o
la de Grisham y Spielberg.
Como aval expedicionario, miembros de las tribus locales Kwerba y Papasena
participaron del descubrimiento. Existe la esperanza de que la magnitud del
hallazgo lo preserve de la angurria de madera de los gigantes industriales de
la región: China y Japón, pero también la superpoblada Indonesia.
La Red nos permite apreciar desde cualquier rincón las nuevas especies y
participar efusivamente de estos rastros de esperanza: flores de seis pulgadas
de diámetro, seductoras aves en ritos amatorios, un sapo de escasa media
pulgada y variedad de palmas. Felizmente no hay caminos; el gran depredador
todavía mantiene distancia.
No sólo Papúa nos llena de emoción estos días. En las aguas de los ríos
Lacantún y Usumacinta, en Chiapas, México, se ha descubierto no una especie
sino una nueva familia de peces-gato antes desconocida (ya suman treinta y
siete ahora). Esta familia -Lacantuniidae- remonta su antigüedad al tiempo de
los dinosaurios y su largamente elusiva presencia le ha ganado el sugerente
nombre científico de Lacantunia
enigmatica. Enigmáticos son estos milagros de la naturaleza que a pesar
de milenios de sinrazón continúa maravillando. No otra cosa es el minúsculo
pez, cuyo descubrimiento se anunció hace una semana, nativo de las marismas de
Indonesia, de 0.31 pulgadas de tamaño, lo que lo hace el más pequeño conocido,
y que ha sido designado con el nombre de Paedocypris progenetica.
Para continuar con algo que ya parece mágico regalo de principio de año, el
Canadá ha decidido preservar cinco millones de acres de selva lluviosa
atemperada en su costa de la Columbia Británica, la mayor extensión en el mundo
de este tipo de floresta original, con árboles de hasta mil años. Es el bosque
del Gran Oso, donde habita la etnia Gitga que relata en forma de mito la
presencia de osos blancos entre los osos negros. Se debe a un gene recesivo,
"algo" que según los nativos hace que uno de cada diez osos negros
sea albo, siendo éste un "oso espíritu" cuya presencia asegura la
persistencia de la tribu y del entorno de fiordos, vegetación y abundancia.
La decisión proviene de un acuerdo entre el gobierno, líderes tribales y
compañías madereras que han comprendido la importancia de no cortar en bosques
semejantes, gracias al sabotaje realizado por consumidores adoctrinados por
ambientalistas para no comprar productos del lugar.
De Papúa, Chiapas, el Gran Oso, Madidi, Manú, Darién, Isiboro-Sécure, nombres
como invocación, emana un halo vivificante. No lo extingamos.
08/02//2006
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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), febrero 2006
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La
Paz), febrero 2006
Publicado en ECLÉCTICA, Volume 6 Obra Completa, Editorial 3600, 2019
Imagen: Smoky Honeyeater
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