Friday, May 27, 2022

La tradición majnovista


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Dieciséis dibujos decía Anna Ajmátova que Modigliani hizo de ella. “Se perdieron en Tsarskoye Seló, en los primeros años de la Revolución”. Joseph Brodsky, conversando con Solomon Volkov: “Unos guardias rojos se acuartelaron allí y se fumaron esos dibujos de Modigliani. Los usaron para liar sus cigarrillos”. El calvo Lenin los hubiera fusilado, él que bajo pena de muerte mandó que no se saqueara ni destruyese. Poco caso le hicieron, pero algo salvó. Era tiempo de emoción, con Krylenko vociferando encima de un carro de asalto (John Reed).

 

Por sobre la llanura ucrania la carreta del doctor, la que lleva heno, la leñadora y la lechera, se han convertido en máquinas de guerra. ¿Era Babel que hablaba de una república de tachankas? ¿O Alexei Tolstoi en quien leí por primera vez el nombre de Majnó?

 

Atornillar una ametralladora al carro y lanzarse a la brega. Ubicuas, maniobrables, rápidas, esas carrozas de muerte fueron decisivas contra Wrangel y Denikin. Poco sirvieron cuando arteramente el Ejército Rojo convocó a los comandantes del Ejército Negro para “coordinar” la lucha contra los blancos. En Melitopol fusilaron a Simón Karetnik y a otros; Majnó huyó a Rumania. La majnovschina pereció entonces. La libertaria mancha oscura que llenaba el mapa de la casi Ucrania toda actual se desvaneció y cedió su sitio al hambre.

 

En febrero de este año, aciago por la invasión del muñeco rabioso, el hijo de la gran putina, los campesinos de Huilaipole, tierra del Batko, se fotografiaron arrastrando carros de combate rusos. Hasta hace unos días estaba marcada una línea de defensa azul delante de la villa. Tres meses aguantando el embate de la ocupación. Mariupol, Melitopol, humean. Putin también ansía Zaporizhzhia, el enclave zaporogo. Del otro lado hay cosacos del Don y del Kubán. Hermanos contra hermanos con un falso trasfondo histórico. El nuevo zar lo que no quiere es perder sus palacios. Agoniza ya y desea asegurarse la propiedad y la gloria. Ayudado por el imbécil de Macron y otros que no quieren “humillarlo”. Descuartizarlo, debieran. Huilaipole se defiende, como lo hizo contra Trotsky y Frunze.

 

Me pregunto qué habrá sido de la estatua dorada de Néstor Majnó allí. La habrán destrozado las bombas. Si no, lo harán los descendientes de la horda roja en caso de que se apoderen de sus calles. Victoria temporal, pírrica, de todos modos. Los sacarán con los pies por delante, o sin pies. No lo siento. Guerra de exterminio ejercitan, de exterminio hay que dársela. No me impedirá seguir leyendo a Chejov, que esta turba con la belleza nada tiene que ver.

 

El problema es si seguirá el apoyo (interesado) de Occidente. Peligrosamente, Ucrania ha desaparecido de la primera plana en los periódicos norteamericanos. Y si regresara Trump, y esto se extendiera hasta entonces, entregará todo para cubrir Ucrania con la bandera del fascismo. No en vano la ultraderecha serbia aúlla en favor de la “Z”, la cruz gamada del putinismo y la izquierda. No olvidemos que en lo que fuera Yugoslavia, hasta las SS hitlerianas se horrorizaban con la crueldad de sus aliados balcánicos, rememorada ahora en la multimillonaria retórica putiniana, la del asesinato, violación y genocidio, la de la limpieza étnica. El presidente francés pide no humillar al muñeco. En realidad -claro que no se puede porque hay prisioneros del otro lado- esta debiera ser por parte de Ucrania una guerra sin concesiones ni prisioneros. Se ha llegado a un punto en donde la razón no prima, y sería válido que si Putin arrasó Mariupol los ucranianos arrasaran Belgorod, por ejemplo. El Talión, la ley más antigua. A eso obligan. Y es que no hay guerra “decente”, toda es basura en favor de los grandes capitales. Pero los pueblos tienen que defenderse a pesar de saberlo. O perecer. Y si de eso se trata, que perezca el otro. Vladimiro ha desatado el Armagedón y tiene que cobrar su parte. Tiene familia, protegida sin duda, pero que se puede hacer volar. A ver si le gusta. A desatar el terror. Luego no habrá futuro, pero los comunistos que glorifican los desmanes fascistas deberán observar lo que su amo ha dispuesto para el porvenir: Turquía ataca a los kurdos; Israel el sur de Siria. En el Oriente se desata la guerra del fin del mundo; en los Balcanes recomienza. Chechenia se declara libre cuando el lacayo Kadyrov vea que su jefe ya no tiene poder. Le siguen Armenia, Georgia, Azerbaiján, Daguestán. Ahorcan en un poste a Lukashenko, Polonia se apodera de Kaliningrado, Finlandia recupera Karelia y la ciudad de Vyborg. ¿Qué dirán los marxistos? Se aproxima el tiempo de la muerte, órdenes del zar. La máscara de la paz europea, de la comprensión y el amor, se termina. No es el Flower Power, sino flores negras. Sin siquiera mencionar el África mártir que ya vive apocalipsis desde hace décadas.

 

Larga digresión de odio y rabia. Igual he dicho siempre, pensando en algún pueblo campesino ruso donde juegan los niños bajo el sol de junio del 41, ¿qué derecho tienen unos para arruinar la vida de los demás? De pronto caen bombas, la radio anuncia que la bestia alemana ha invadido “la patria”. El juego se acaba, el sol se opaca, las mujeres pierden calzones, los hombres la vida. A nombre de Hitler, a nombre de Putin, sin motivo, solo la angurria de algo y de todo. Este animal, el humano, no merece existir, porque hasta los ángeles se convierten en carniceros. Hay que aceptarlo, permitir de una vez la llegada del infierno, a ver qué piel aguanta más el fósforo blanco. Napalm en Vietnam, napalm en Ucrania. Pero no, se seguirá jugando a la cordura, al buen razonar de la élite europea. Cuestión de tiempo, hasta los fríos nórdicos sacarán sus demonios ancestrales un día y se entregarán al festín antropófago. Quizá los Viejos Creyentes de Vasili Peskov estaban en lo cierto al aislarse. Pero es que somos demasiados ya y tal vez llegó el tiempo en que para sobrevivir unos debe extinguirse la otra mitad. A veces estos muñecos son solo marionetas de la historia con veleidades de dioses. Quizá la vida ha decidido, en aras de su propia supervivencia, usar, otra vez, la muerte profiláctica. Nada somos, y nada podemos ser.

 

Pero volvamos a las tachankas que si bien no inventó Majnó las hizo tan utilitarias que forman parte de la tradición de lucha del Ejército Insurreccional de Ucrania. En la guerra de hoy, la del travesti enfermo, las tropas de Kiev preparan automóviles civiles con un método similar. Lo hizo ISIS, en Siria e Irak, acomodando pesados cañones o ametralladoras en la carrocería de camionetas Toyota Hilux. Recursos de quien no tiene otros. Inventiva. Creatividad. Así corrían por la estepa; así siguen corriendo.

 

La ofensiva del Donbas pareciera inclinar la balanza del lado de Rusia. Usan bombas termobáricas, apocalíticas, fósforo, bombas de racimo, para ocultar que van sacando de los depósitos tanques que ya son chatarra. Quieren asegurarse posesiones territoriales que de todos modos van a perder. Una bruja de la televisión estatal rusa dice: “si perdemos, desaparece la humanidad”. A ver cuántos de los jerarcas rusos están dispuestos a desaparecer, a cortar el futuro de los hijos. Que viene la muerte de Vladimiro, viene. Cuan cruel sea, dependerá. Más fácil, al estilo soviético, será en la mesa de operaciones, eliminarlo como a Gorky o a Frunze. O envenenarlo y dejarlo, como a Stalin, con los pantalones cagados en el piso. Lástima, habría que entregarlo a los tártaros que combaten por Ucrania, los que añoran su Crimea.

 

Hablamos de cien años de guerra de Rusia contra Ucrania, en un adrede corte cronológico que limita algo que comenzó hace mucho y no ha terminado. Seguimos en la misma batalla. Los actores en términos ideológicos habrán cambiado; las nacionalidades no. Putin desea reavivar el Holomodor; no ha de poder. Y tiene miedo, pánico, cosa común en toda esta subespecie de los que se las dan de machos. Valiente era Majnó, no tú, hijo de tal.

27/05/2022

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Fotografía: Tachanka en el museo regional Gulyaypolskogo

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