Tuesday, September 27, 2022

Notas de la frontera de Laredo


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
 

 

Escucho a Malvina Reynolds, folk del serio. Buena gente esta, de la academia y la clase. Y su deseo igualitario. Hay, hubo, muchos de ellos, de los que valen y también la gran bestia progre que se ha encaramado para lucrar de la sangre de los míseros. El “pueblo”, dicen, pueblo que nunca serán. Floridos labios, amplios bolsillos. “Revolución”: palabra fácil; conseguir escuchas, también. En un mundo cada vez más ignorante y pérfido, el insulso verbo de cualquier vivo encandila a brutos y moja brutas. De los brutes sé poco, ya me iré informando de su tribu. De Malvina Reynolds, Víctor Jara cantó Las casitas del barrio alto. Tanta muerte en vano, demasiado dolor. En el barrio alto viven hoy Huevo, Kretina y Coletas ¿Sobre qué barrio cantaremos?

 

No alteraré la calma del martes, sobre todo si esperan su turno en el tocadiscos Marin Marais y Sainte Colombe. Dejemos por el momento a Putin que va deshaciéndose de sus minorías, matándolas en su guerra; total, después llenaremos el vacío de rusos étnicos. Malditos perros de la vanguardia…

 

El río de Laredo, Texas, se desvía hacia la Cascajera. Adonde se acaba el agua, Gabriel y su amigos pobres, echan sogas con anzuelos al cauce bajo a ver si se ganan el almuerzo. De pronto aparecen unos vatos chingones y les ajustan alfileres al gaznate. Los encueran, hasta calzones quitan. Corren a casa escondiendo las pudendas. Dejan las sogas amarradas a palos, las dejan flotar hasta que pasando la zanca que hace la corriente desaparecen. Brillan los peces atrapados por la boca. Se creyera que son largos aretes de muchachas valedoras.

 

Orillas del río, frontera de cada hood. Pasada la ladrillera mandaban los treceros, nosotros. Del barrio 13. La vida cambió. I am a pussy now, dice… el padrino y yo, a lomo, cruzábamos cargados de grandes bolsas de marihuana, solo los dos. Cierta vez encontramos un coyote que traiba tres mujeres amarradas. El padrino me miró: ¿Vamos, Indio? Órale, padrino. Le metimos como veinte puñaladas. El sol se ponía y pintaba el cielo de púrpura caramelo. Soltamos a las damas que descalzas huyeron; la lacra agonizaba. Lavamos los alfileres y los limpiamos en su cabello de puerco. Recordé la infancia, los atuendos de pesca, heladas manos sobre las bolas hasta llegar a casa a recibir garrote. Perder ropa que no teníamos. Eso pensé mientras el puñal entraba entre dos costillas con ruido de sierra. Hasta nostalgia me dio mirando el turno del agua. Lo que hice, así fuera loquera, fue en el nombre de Dios. La sangre del coyote ha adquirido el color de la noche y ya no fluye. Lo hacíamos a menudo, primero los cazábamos y les partíamos la madre hasta dejarlos medio muertos. No muerto completo, medio, como steak jugoso. Algunos agarraban la onda y se reformaban pero había más lacras que piedras. La transa no espera y de justicieros se nos acabó el trabajo. Padrino murió, supongo. Catrín encorbatado y de huarache. Las tardes son lindas allá, en el río de Laredo a donde no he regresado desde que me abandonó la jefa. Semos pendejos, carnal, nos importa lo que no importa y ya. Ahora miro caricaturas en el sofá. Mi vieja duerme desde hace años, es la Bella durmiente. Senadores, presidentes y diputados hablan bien, tienen verbo, pero no han estado aquí. Nunca escuchamos a los papases y las mamases nos protegían del cinto violento. Ahora creo que todo es más fácil pero el tiempo caducó.

 

Cumbia de Monterrey. Celso Piña canta Cumbia sobre el río. Ni llorar ya puedo. Ni llorar, carnal. La sangre, mientras coagula, cambia al menos cinco tonos de color.

27/09/2022

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Imagen: Río Grande, Laredo, Texas  

 

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