Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Un decorado
tren arriba desde Kiev después de ocho meses de ocupación. Alegría de la gente
en los pasos sobre riel. Pero no pude dejar de pensar en Auschwitz. Mundo
ciego, imbécil y depravado. Ahora que los republicanos se apoderaron de la
cámara de diputados en Estados Unidos ya hablan de cortar la ayuda a Ucrania.
Alegan que Putin es el “defensor de la cristiandad”. Ante ello, la izquierda
mundial se prosterna como islamistas de sucio culo. Trump y Evo Morales en lo
que siempre fueron: gemelos. Pablo Iglesias y los fascistas húngaros. Lo dicho,
a estos los parió la misma otra. Sin embargo, hay gente que se precia de leída
y está más que dispuesta a entregar las nalgas, propias y familiares, al
monstruo mediocre del Kremlin, uno que nunca fue nadie en la KGB, uno de los
tantos que procrea la inmunda izquierda/derecha. Los pocos seres humanos que
queden tendrán que asistir a la debacle, al Armagedón que felizmente ha de
llegar ante una muchedumbre que no vale pizca. Que estalle el mundo, viejo
Bakunin; enciende las mechas y que profetas ardan como leña verde en la pira
funeraria del asco. Ayatolas y revolucionarios, Cristinita y Erdogan, Medvedev
con Maduro. Esa fogata tendrá la esencia de la creación, la paz del diluvio.
Ponerlos en pares, apareados incluso, y avivar las llamas con la negra grasa de
su miseria. No veré el día pero llegará, que el poder es efímero y no importa
lo que rebuznen o escriban. La muerte los hará libres… mejor que no, que los disuelva
y basta.
Ucrania
debiera decir, porque ya es, “guerra de exterminio” y manos a la obra. A eso
vamos, a qué esperar. Rusia bombardea civiles, a bombardear civiles entonces.
No prisioneros. Nadie ganará pero el más brutal tendrá mejor asidero. Guerra
sin contemplaciones; no es tiempo de piedad, aquella se quedó en mármol
eternizada para el recuerdo. Ni tiempo de belleza. A perseguir a los parientes
de los oligarcas rusos, estén donde estén, hacerlos picadillo. El “Oeste” no
hará nada, temen al cobarde enano. La única respuesta está en la ferocidad, la
Pax Mongolica de Gengis Khan sobre decenas de millones de muertos. Mejor unos
que otros, simple lógica. La humanidad ha llegado a un punto en que los
Putin-Trump-izquierdas han de apoderarse de todo. Oclocracia de analfabetos,
imposición por fuerza bruta. Y si alguien quiere defenderse, más le vale pensar
en escuadrones de muerte que en inservibles retóricas. No existe la
contradicción entre democracia y autoritarismo. Creerlo implica el camino más simple
hacia la destrucción. Entender que al otro lado existe un enemigo a eliminar y
no una contraparte razonable quizá extienda un poco la bolsa de aire que se
agota. Lo digo yo que quiero creer en la hermosura, que piensa en cómo Zweig
describía la tumba de Tolstoi, en imaginar las florecillas salvajes encima del
túmulo del grande y enojado pensador. Quise ver Belgorod, bajar hacia el Kubán
a escuchar canciones de bajos profundos, viajar en barco desde Kherson a los
cafés de Mariupol que ya no están. El mar de Azov es más cálido que el Negro. Ya
no es mar sino tina donde orcos remojan sus rugosas pieles de anuro. Veneno,
desinfectante, blanco humo inodoro que trae el fin de la mala hierba. Tal vez,
tal vez, cuando la cabeza de Putin sea devorada por perros de calle, habrá
momentos de paz, cuando su lacayo Donald Trump sea enterrado, con pañales puestos,
de cabeza en tumba sin fondo. Pero para ello tiene que haber un cambio de
frente radical que parta de terminar toda conversación y alistarse para el
combate. No interlocutor, enemigo borrado. Como Stalin borró a Yezhov de las
fotografías conjuntas, aunque ello no le impidió el triste fin.
Veo un
video en que soldados ucranianos ejecutan vencidos rusos. Hace poco me hubiera
costado aceptarlo pero o estamos presentes en la realidad contemporánea o nos
refugiamos en el alcohol. En esa tremenda lógica sobrevive, por ejemplo,
Israel: me quitas uno, te arrebato diez. Nadie mejor que ellos para saberlo. No
hablo de justificaciones; no hay justificaciones. Demasiada cháchara para un
mundo que se acaba. Los cineastas de Mad
Max lo supieron siempre, esta es una pieza cinematográfica que no necesita
perfecto guión. Las líneas de Paul Celan sobreviven como lúcida tragedia. No
entender la profundidad del dolor nos ha llevado a donde estamos. Mentirnos es
lo mejor que hacemos, y permitir abuso, también. Si el mal se respondiera con
inmediata acción y crueldad quizá hubiera sido diferente. El hombre es una
anomalía del Jardín del Edén. El problema nunca fue la serpiente.
El tren
avanza entre vítores y niños que saltan. Pero en el cielo de noviembre en
Ucrania del sur los personajes de El Bosco se escudan entre nubes. Siempre estuvieron
allí, desde Eva y Adancito hasta hoy. Siglo veintiuno, me aseguro, y los
representantes del congreso de los Estados Unidos hablan de rivales devorando
niños, de pactos del enemigo con Satán. No es que se trate de un grupo de
orates desvariando, es gente con poder. El malévolo papa argentino sonríe con
dientes sangrientos. La realidad está allí, en judíos marcianos disparando
láseres desde el espacio, en ucranianos que se afiliaron a las huestes del Maldito
para dar fin con la ortodoxia. No hay que leerlo a profundidad, la superficie
no miente. Hay unos y hay otros, y mejor quedarse solos. Si alguien cree en que
los ejércitos de Lucifer están a las puertas pues hay que enviarlo sin demora
allí, de la manera que fuere, sana y con precisión médica o con un mazazo en la
cabeza. Lo contaba Rudyard Kipling, aquel primitivo armado con palos nunca se
fue, ha retornado. Ser o no ser no es pregunta válida; vivir o no vivir lo es.
20/11/2022
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Imagen:
Ucrania 2022
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