Wednesday, March 20, 2024

De Cochabamba a Sucre, Potolo, Tarabuco, Vacas y vuelta


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Sopa de quinua, sajta de papalisa en Aiquile. Me pregunto si todavía hay en aquel poblado cerveza de quinua, delicioso refresco que traían a Cochabamba nuestros vecinos Novillo. Mucho se ha perdido. Cuantitativamente todo ha crecido en el país. Dudosa la calidad de ese crecimiento. En cuarenta años, desde la última vez que visité el pujllay de Tarabuco, no se han construido baños públicos en la inmensa explanada para un colectivo bien comido y bebido. Solo un detalle en un universo que todavía abunda en belleza y que aún no alcanzamos a comprender. Quizá nunca lo hagamos en el rápido deterioro de lo que alguna vez fueron legados culturales y esencia neta y popular. Cierto que la dinámica alrededor ha transformado el mundo, que nuevos actores aparecieron y no se puede evitar el influjo de ellos. Lo que no cambia es la retórica de los políticos de siempre, de ávidos bolsillos y verbo lupanar. País ideal para el saqueo, donde las reglas se crean para desdeñarlas. Anarquía no es arbitrio personal. Confusión que conviene, pingüe desorden de revueltas y turbias aguas. De pronto se presenta la gloria del Ande en los largos y gruesos instrumentos de viento que llegan de Tinguipaya, Potosí. Entonces uno olvida, pisa indiferente excremento y plástico, sustraído por el misterio de ser duales, riqueza y maldición al mismo tiempo que confronta a padre y madre en violación inmemorial. Hijos del odio, tal vez, no soy quien para decirlo pero puedo sentirlo. Atolondrada magia de la sangre.

 

Yamparas y sabrosos corazones españoles. Humeantes anticuchos rememoran la rebelión. El señor de Bombori es Santiago apóstol, quien, matador de indios, se ha convertido en deidad de los asesinados. Cuando aparece, según la tradición peruana, en batalla durante la conquista del Cusco, invasores y atacados lo contemplan con espada flamígera. Ahí América sucumbe a lo mágico, místico, mítico, ello se superpone a lo real, Illapa a la muerte, y terminamos bailando sones de muertos poniéndole flores al homicida. Suenan profundos los erkes potosinos de proveniencia sur, sombra de los mitimaes.

 

El auto chino sube embravecido la cuesta hacia las cumbres de los frailes franciscanos. El paisaje alucina. En un país de notoria hermosura esto destaca como joya, brilla en sucesión de fatídicas rocas y valles en medio de tierra roja, cuarteados por ríos de barro en movimiento. Cerros de diversos matices como helados en los que se entremezcla la historia violenta que nos envuelve. Recojo piedrecillas de colores, irán a decorar los estantes de libros, las pondré al frente de Thoreau. Filmo, fotografío, caseríos abajo que creemos Potolo y serán una sucesión de villorrios a cual más lindo. Anuncios de caminos reales del inca, un cartel con historia acerca del desbarrancado Tomás Katari. Recuerdo que quise a mis veinte años escribir una novela que tratara del viaje del caudillo, a pie, hasta Buenos Aires a fines del siglo XVIII. Nunca lo hice. Preparé mis lecturas, redacté, creé esbozos agresivos y soberbios. Hoy, domeñado el ímpetu de gloria, tan solo me asombro. Sol que hace feliz y quema los pómulos también indios. Bajamos sin descanso. Nelson Tovar conduce y recrea mi Cochabamba antigua con nombres olvidados, en su verba asoma la magnificencia de Ana María Brockmann, el rostro de Regina Vargas y me entero de quién murió, casó, divorció, engañó, embriagó en la pena del deterioro que es peor a la del abandono. Quien lloraba. Mientras tanto cruzamos con cuidado los tramos de resbalosa greda carmesí. Tonos fuertes de rojo, negras rocas, cómo no entender la imaginativa de los tejedores jalq'as con semejante entorno. Sueños que marean y tornan en pesadillas donde aves y camélidos crecen monstruosas alas o jukus y figuras antropomorfas, en aksus bifrontes, muestran sus dos lados de color. Hace treinta años compré dos piezas de Potolo. Ya eran antiguas. Hoy es imposible encontrarlas. Una ONG española rescató los diseños ancianos y “enseñó” a las artistas locales a incluirlos en sus tejidos. Con ello se logró un gran resultado que seguramente ha traído algún alivio económico a la comunidad. Entro al pueblito y me digo que en su “insignificancia” es un sitio donde se crearon y crean piezas de altísimo valor textil. Es sábado por la tarde y casi todo está cerrado. Alrededor del caserío crece quinua y marejada de otros productos. Un mínimo simún corre por encima de las aguas del Potolo y presta misteriosa imagen a un sitio que de por sí ya es misterio. Conversamos con la tendera, nos prepara dos cafés de a cuatro pesos y vamos a comer un ají de arvejas bastante sabroso de otra señora que arregla sus bultos para irse a casa. Añadimos mote amarillo y fuerte salsa. Ají profundo tono de sangre coagulada. Preguntamos acerca de la ruta a Torotoro. No la saben, nos dejamos confundir por cerros similares. Las grutas aquellas se encuentran bastante lejos del lugar. Pero aprendemos de Maragua y el cráter extinto en cuyo vientre se aloja la población. Ravelo está mucho más lejos. Por allí podríamos seguir hasta las minas de Uncía, o a Pocoata y Aullagas pasando por Macha. Se conjuncionan los mitos, el deseo de aprender acerca de un pasado postrado y trunco. Siempre he anhelado saber la historia de mis ancestros, oculta en vericuetos de montaña y herradura. Poco a poco aunque el reloj ya corre hacia atrás. Mientras se pueda. Salimos con lluvia y sabemos que la greda estará resbalosa y con peligro. Mirando arriba, parece imposible lograrlo, casi subir al cielo. Algo de música, detenernos para hacer tomas. Al asomar el crepúsculo la belleza se convierte en tenebra. Salir de la hoyada, trepar hasta la cima y dejar atrás pesadillas y alucinaciones que han escapado de las hebras lanares y buscan atrapar incautos. Hay cosas que no se deben tocar.

 

Finalmente hallamos la carretera asfaltada en el cruce de Punilla. De ahí retornamos a Sucre. Compré en Potolo tejidos pequeños para mis hijas. Ya solo hay cosas para turistas pero mantienen al menos ilusión de grandeza. Tratan de imitar el donaire antiguo y no dejan de ser magníficas obras de arte. La noche ha caído prosaica en un mal pollo frito. Recogemos a Mauricio de la terminal de buses y armamos con el Conde Crápula un encuentro en donde Proust se ahogará en tequilas de agrio limón y labios contraídos por sal.

 

Mientras escribo, me acompaña una tristísima pieza en banda llamada Tres Marías. Está en un disco del Instituto Nacional de Antropología e Historia mexicanos: Suenen tristes instrumentos, cantos y música sobre la muerte. Atardece. Por el cielo no observo monstruos de Potolo. ¿Qué hubiera dicho Hieronymus Bosch al contemplar las extrañas figuras jalq'as? A ambos lados del océano la gente tenía zozobra. La borra de mi refresco casero de tamarindo cubre más de la mitad del vaso. Quito a los difuntos del tocadiscos y pongo Wild Cat Blues. Me toca escribir otra carta de amor y telefonear a los Estados Unidos. Va descomponiéndose el miércoles. He de continuar con unos párrafos más. Luego vuelvo a las páginas de Günter Grass.

 

Tarabuco, dolencia de espalda, chilcheo agotador, olor a fritanga y esencias menos gastronómicas. Como siempre, el hechizo del origen, instrumentos de viento que equivalen a cuchillazos por la espalda. Un inmundo masista vocifera sin parar consignas acerca de los pueblos, de los cuales, a no dudarlo, con dinero, desea alejarse y convertirse en lo que quiere ser y por nacimiento no es. La pucara, ya con armazón metálico, no con dos troncos de eucaliptos como hace cuarenta años, se eleva por diez metros, supongo, llena de hortalizas, carnes, bolsitas verdes de coca en profusión, galones de Tampico y otros productos traídos del contrabando. No suelo ser ortodoxo en cuanto a la dinámica de los cambios en la historia pero no miento al decir que chocan a la vista. Un cartel anuncia coca machucada con distintos sabores, chicle entre ellos. Los tejidos de los danzantes siguen siendo preciosos, de teñido químico ahora, por supuesto. También se muestran awayos hechos en la maquila coreana con figuras de la cultura andina. Es lo que generalmente ponen en su mesa los supuestos representantes de los pueblos indígenas que desconocen lo mínimo de lo que el tejido representó para las naciones indias. Desvalorada esa condición vienen a ser elementos de mero decorado.

 

Largo camino de vuelta. Río Chico, Puente Sacramento, una pasarela colgante no lejos de allí, las ruinas de Puente Arce de amargo recuerdo para mí. Aiquile y la sajta de papalisa que consideré horas antes plato desaparecido. Lo encontré junto a un modesto ch'aque de quinua que solía preparar, con quinua real boliviana, para mis hijas en Denver. Uno de mis proyectos es redescubrir las sopas de la niñez, tarea ligada a reencontrar los pasos de la historia.

 

Desviamos hacia Vacas, conversamos sobre la escuela normal superior de larga data. Feraz altiplanicie. Nelson muestra un camino no muy cuidado que conecta con Pocona. Increíbles e históricos pasadizos, incluso prehispánicos. Asocié, desde que leí a Ricardo Palma, esa zona con la controversial figura de “el demonio de los Andes”, Francisco de Carvajal, valiente anciano cruel, gran bebedor de chicha, “brebaje de los indios más que ningún otro español que se haya visto”. Hay un puente en el camino antiguo a Santa Cruz de nombre Lope Mendoza. Carvajal lo derrotó y decapitó en Pocona, que fue fuerte incaico en la línea de la frontera chiriguana. Fascinante, fascinante. De Bernardo Ellefsen leí, en copia privada de mi primo Pablo, un librito (por lo breve) acerca de este personaje, el Carauajal. Me pongo como tarea entonces para tiempo futuro seguir esa senda entre Vacas y Pocona, sin importar si me adentraré en los libros de historia o simplemente dejaré volar la imaginación como prefiero.

 

Pequeños ibis negros de pico colorado, patos. Laguna y pantano. Al salir de vuelta a la carretera principal atravesamos un cartel que dice Surumi. Pienso en Jesús Lara.

 

Arani, Mizque, Punata, Cliza, Tolata… cada uno guarda un secreto de los que narraba mi padre. El bisabuelo Pablo, el machu tonqorazo, cantando en chicherías con voz de bajo profundo. El abuelo Armando a caballo y con látigo. Celestes ojos en tez morena, se diría luz en fondo de abismo. Claroscuro.

20/03/2024

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Imagen: Tejidos modernos de Potolo

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