Sunday, July 28, 2024

Poetas en fuegos de julio


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Recorro estantes de poesía en Barnes & Noble. No hay mucho, comparado con romance y otros géneros. Observo a una escritora exhibiendo, supongo, sus libros, tres, pero nadie se acerca. No tiene silla, no dudo que por las tontas regulaciones gringas carece del derecho a sentarse. Triste. Nunca he ofrecido mis libros, preferí descargar camiones, preservar cercano a mí el anonimato de las cebollas, evitar hablar de pobres textos que redacté. No es que no me haya tomado en cuenta; al contrario, creo que lo hice de manera sensata. Nada tengo contra la vanidad de los idiotas. Yo, a lo que voy y allá ellos. Que de todos modos son papeles y se quemaron ya antes de parirse en los contornos de Alejandría.

 

Escudriño la opulencia de los Estados Unidos. Contemplo su miseria. La gran ficción, me digo, el ánimo de sentirse real de acuerdo a lo poseído. Saboreo con calma una tarta de frango con picante de Cholula. Mundos dispares aunque no tanto. “Un rumor de cuchicheo me rodea, siempre”, Ezra Pound en sus Cantos. Dos gitanos beben hasta morir. Después de muertos beben. Y fornican. Y beben. En la mirada, cruzando el río, manchas oscuras de bosque de Besarabia. Juré probar hidromiel para homenajear el siglo diecisiete y lo hice. El kvass no sabía mal pero no sé qué me daba saber que estaba hecho de pan. Hay cuerpos de mujeres acostados, quizá su sangre viene de muerte o de primeriza. Sin matronas alrededor supongo que lo primero. De a poco, de carne estatuas se transforman, roca, hierro y bronce, blanca cal con blanco yeso, cerámicas chinas de innómina belleza mientras el calor se desenvuelve sin pausa ni piedad. Afloro unas letras, notas de cariño, palabras solidarias. Gira, calesita ingobernable. Plena de sonrisas. Carrusel que si lo observáramos a fondo hallarías profunda carcajada, dientes del desdentado, calaveras con occipitales dibujados a tinta, a acuarela parietales. Preguntas: ¿engañas? Pues, claro; pos claro dice desde el agujero José Guadalupe Posada. Si de eso viven, de mentirse, de amar lo inanimado, de no saber que uno es el otro en el cuerpo ajeno y uno mismo, mal parafraseando a e.e. cummings. Si estuvieras aquí desbarataríamos el mito, arrancarías mi costilla para devorarla cruda y yo haría de tus muslos suaves emparedados de miga. Al no existir tal circunstancia, sigo dando cuerda al tiovivo, al trencito chocador a pilas que fue alegría de infancia.

 

Continúo revisando lomos de obras selectas. Dante y Spenser, voluminoso tomo de la reina virgen. Lo hojeo. Leo que tuvo un hijo al que llamó Peregrino. No veo a los zíngaros bebedores. Encima de los campos de Ucrania cientos de miles de insepultos vagan ya vampiros. Con el último incendio del bosque de Kherson, contiguo al gran río, se terminaron las estacas de madera que atravesando corazones devolverían la normalidad. Escuché que barcas de muertos vivos pasaron Izmail y que se deslizan sobre el Ponto rumbo a Siria. Mendigos los vieron entre zarzas del delta, sigilosos para no ser escuchados. Se habló de un cometa que apareció de día con augurio maldito. Un Iskander, no bola de fuego con cola ardiente de sirena. Flota una mina marina y parece molusco de muchas patas, oscuro y viscoso como salamandra, misterioso reloj de agua. Anuncia el teléfono mensajes que no abro, no por temor sino que por hoy he decidido que el tiempo no existe, ni verbo ni verbosos. Me alejo de la mano con Sylvia Plath, tiempo ganado ese, existido, ni vampiro ni muerto ni vivo. Unión de cuerpos abrazados cuyo llanto no puede extinguir la mecha que los explota, fuegos artificiales de julio, que parezca fiesta, de los demás no nuestra. En el otro extremo de la mesa tú, no escribes ni pintas ni cantas solo me sonríes desde los antípodas tan precisa tu sonrisa entre humos fúnebres.

 

“Mi amada que no quiere amarme”; “Ella con mis besos rotundos…”; “Al otro extremo del mundo, Va a pensar en la Gran Noche Europea”, versos dispersos de Jack Kerouac.

 

“La luna vuelve a casa borracha, catacrock, Alguien le pegó con un orinal”. Tengo uno, pero no orinal sino escupidera, de cerámica con flores, robada de un barbero que se durmió mientras afilaba la daga afeitadora y cayó sobre ella. Tuve que evitar la sangre, acequia roja de sus desdenes, para no ensuciar los calcetines que me había regalado la abuela. Miré si venía alguien pero la calle Colombia estaba olvidada de dios. Con asco agarré el objeto que descansaba en el piso antes de la salida. No es que coleccione escupitajos pero el objeto demasiado bello para quedarse con un muerto. Con peine de metal al que le faltaban varios dientes unté la gomina, la glostora dirían en Buenos Aires, y peiné al fallecido para que entrase al purgatorio algo decente. Con guantes de plástico amarillo, los mismos para limpiar cloacas, lavé el hallazgo, lo lustré con crema incolora de zapatos y lo puse en el sector de abajo de mi biblioteca, junto, creo, a Ricardo Palma, a pesar de que podría ser Danilo Kiš que de Belgrado tengo recuerdos de una rosa a puertas de tu vulva sonriente a cual más roja y carmesí, ensalivada y compuesta.

 

Con regocijada boca,
con regocijada lengua,
de día
y esta noche
llamarás.
Ayunando
cantarás con voz de calandria
y quizá
en nuestra alegría,
en nuestra dicha,
desde cualquier lugar del mundo,
el creador del hombre,
el Señor Todopoderoso,
te escuchará.
«¡Jay!», te dirá,
y tú
donde quiera que estés,
y así para la eternidad,
sin otro señor que él
vivirás, serás.

De la poesía quechua lo extraigo y cuánto sé, leyendo, que al menos una parte de mi raza está allí, marcada a arcilla, moldeada, a veces como perversión mochica o como quena wayay chunkuy.

 

Calientan las brasas, soplan para fomentar el asado. Un merlot de Navarro Correas pide ser abierto. Granas el vino el fuego y la sangre. Quiero escribirte un poema y parecer Dios pero me quito la camisa para secar el sudor. De luto, negra, camisa de temporada fría desafía verano.

 

Carson McCullers:

When we are lost what image tells?
Nothing resembles nothing. Yet nothing
Is not blank. It is configured Hell:
Of noticed clocks on winter afternoons, malignant stars,
Demanding furniture. All unrelated
And with air between.

The terror. Is it of Space, of Time?
Or the joined trickery of both conceptions?
To the lost, transfixed among the self-inflicted ruins,
All that is non-air (if this indeed is not deception)
Is agony immobilized. While Time,
The endless idiot, runs screaming round the world.

 

Можливо, я говорю з тобою, побитий і коханий місяцю, але ти мене не чуєш. No me oyes no, porque de momento escuchas la barcarola de Rachmaninov. Tocaban los gitanos de Budapest otra barcarola tan antigua que mis padres ni nacido habían. En un café donde acariciaban violín y luego los asesinaban. Plantan arbolitos en donde crecía Bergen-Belsen. Su verde tiene sabor de bermellón, jardines de morgue con fondo de pasillo colombiano: Flores negras. No, no oigo ni siquiera bajo las ruinas de mis pasiones, ropa puesta a secar flota como banderas de guerra doméstica.

 

Una dama de cofia púrpura desciende en Eea. Inicia la tragedia pero no la reconozco, no encuentro en la cabeza recuerdo suyo. Sobre su pecho un medallón de lata tiene una cita de lais. ¿Te burlas de mí, mujer de cofia azul? Circe enmarañada, engañosa, o es solo deseo de victimizarme, piel de pira sacrificial. Mejor me recuesto, cierro párpados que me he mareado sin siquiera tomar opio. Cuento versos en un interminable ábaco. No puedo leer porque la boca con que leo se ha atravesado como volcada por aire y produce extraños octosílabos. Mis dedos miran al interior de tu vestido y mis oídos beben la inercia de tus bucles derramados en blanquísimos omóplatos de hueso de bisonte tu delicado salvaje cuerpo de pétalo.

27/07/2024

 

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Imagen: Dibujo de Vladimir Maiakovski 

Tuesday, July 23, 2024

Fin de batalla


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Un dron con carga de cuatro kilos de explosivos penetra una angosta puerta que da a un sótano y la sella. De rusos a momias. No se levantarán pirámides de ruinas y menos se hará estatua dorada del hijo de putina como la que tiene el gran Majnó en Huliaipole, frente de guerra jamás conquistado por los fascistas de Moscú en Zaporizhzhia. Ni flores sobre tales escombros, gritos perdidos en la destrozada soledad de la estepa. No son tártaros los que aúllan llamando a rebelión sino el último manojo de grullas.

 

Polvo, polvo, seco, no hay sangre, los enterrados vivos no tienen hemorragias; desesperadas pupilas, manos que se vuelven muñones, muñecas van comiendo antebrazos, hombros, cuello, van tomando nuca, cerebro, flores del campo y risa campesina de muchachas que no son. La guerra extermina el recuerdo. Polvo, seco polvo, seco, aunque el Dnieper corra cerca y parezca que hay paz sobre sus aguas.

 

Cartas del centro y del oriente, alguna desde el bosque volinio. Hago croquis casi matemáticos con distancias y tiempos para la aventura al fin del mundo. Bus que sale de Lublín hacia Poltava con transferencia en Kiev. La gente se mueve, compra remolacha y repollo para el borscht, de desayuno, almuerzo y cena este, ya sin crema agria encima y apenas con eneldo para dar matiz de normalidad al sino de la nada. Borscht con agua, agua con borscht. Ni minutos para el amor. Raídas faldas tratan de dormir, a las piernas les crecieron cabellos. Solitarias cigüeñas se mueven antes del crepúsculo, no desean despertar los cañones. Construían su nido en picos de chimenea; hoy se esconden en lo profundo del bosque y creyérase que son roedores. ¿Dónde el acordeón danzante, las floreadas camisas de índigo y escarlata? ¿Dónde la belleza si hasta a Gogol han bombardeado, hecho trizas la casa de Tchaikovsky? Mirhorod era hermosa, humo, humo tan triste como Lorca fusilado.

 

Sentémonos en la tarde de Aurora, abierta cerveza inglesa con olores de arce. La cerca de madera lleva dos colores: oscura la vieja, amarilla la otra. Si la vida se redujese así sería más fácil. Crónicas de asfixia; los invasores corren hacia el sur porque el bosque de Kherson arde. Lenguas de fuego les marcan los omóplatos y los designan inmundos. Piaras mugientes, gritos de asno barítono, no vuelan en la atmósfera edulcorados angelitos sino el homúnculo de Fyodor Sologub.

 

Kremenchuk sin electricidad. Las mujeres van a trabajar en Kharkiv y se persignan al estilo ortodoxo: primero la mano hacia el hombro derecho. Iconos que no necesitan lágrimas, ojos ya martirizados de por sí. Coro de sacerdotes y también alguna voz femenina dentro de la penumbra. Pañuelos cubren cabellos, hay algo de musulmán, tomo fotos a lo distraído. Una bella madre con hijo pequeño besa los pies del santón. La fotografío, mirada con mucho más hermosa que la antigua imagen. Debiera, pienso, un caballero en armadura entrar al recinto dicho santo y depositar ante el altar testas de nacionalistas del Donetsk y del Lukansk marcadas en la frente a hierro con la figura de Luzbel, cola de serpiente con final de tridente traidor. El corcel del caballero lamiendo disecada sangre, brea inútil de fanáticos buenos para morir. ¿Si soy juez? No lo soy, pero juzgo. Vivimos la era de la destrucción del mito. Por décadas, sin merecerlo, se quiso inventar alegría pagada por opulencia. Pues Dios ha muerto, según Nietzsche y la vida, y sale de ultratumba el esperpento de Millán Astray, más contemporáneo que nunca, invocando la muerte.

 

Sin embargo, hay risas en Lyon, ciudad que en su tiempo sufrió, y eso nos esperanza. Extrañas aves de largas extremidades asoman en los altos pastizales salvajes al norte de Mariupol, qué lindos eran los elegantes cafés de Mariupol mirando al mar de Azov. Caminan y con alargado pico extraen nudosos gusanos que pululan en las bocas de los fallecidos en batalla. Bajas que no cuentan, dejadas a la intemperie como después del Diluvio. Los líquidos de este formaron el mar que llaman Negro. Al lado del café servían delicadezas chocolate fabricadas en Lviv. Ciudad del acero con aromas de Turquía hacia oriente por la ruta de la seda, por Java enmarañada de pequeños hostiles tigres. Fina repostería, masa tostada al soplete con efluvios de queso cremoso y ahogados en él retazos de manzana verde que dan el agrio perfecto toque. No todo es tan dulce, no, flotan cadáveres por los mayores ríos, pasto de peces gato que a medida que pase el tiempo darán lugar a leyendas de monstruos escondidos en las profundidades. Igual a sus pares del río de Kali en India norte en cuyos desfiladeros hay arroyos con peces que se alimentan de cuerpos humanos, calcinados o crudos. Pez come a hombre, hombre ataca perro.

 

Inicio con el título de fin de batalla porque lo creo. Va a haber un intervalo con cadalsos para ahorcar nazis rusos como cosecha cabernet. Después el acabose de incierto calendario, con el tiempo que es minucia de eternidad. No he de verlo, mis horas han comenzado a ser breves. Sí veré, con placer mefisto, el fin de tiranos. La crueldad suele ser chantilly y que aumenten mermelada de grosellas. En el mercado de Minsk una grande granada cuarteada de intenso carmesí. Es Lukashenko, dicen, da para diez jarras de jugo. ¿Y Vladimiro? Lo cocinan en parrilla al estilo Sinaloa. Le pondrán una corona de hierro candente para quitarle vanidad. Así torturaron a Matija Gubec, líder de la revuelta campesina croata-eslovena de 1573 (hubo un excelente filme yugoslavo del hecho histórico), con la diferencia de personajes. Uno fue héroe, Putin lo merece. Que le den a tragar oro, quita el hambre. Pedro de Valdivia.

22/07/2024


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Imagen: Max Beckmann/Morgue, 1922

Thursday, July 18, 2024

Mensajes de principio fin


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

“Don’t take her to movies, but to cemeteries”, dice en un poema Gregory Corso a quien me recuerda en conversación matutina Emilio Losada. Pues, estoy de nuevo en la ciudad de la generación beat por unos meses. Tomaré ventaja de ello. Mi acompañante al Charlie Brown's, el Arcángel, otrora sicario, ha sucumbido al lecho y prohibido tiene ver a sus amigos. De la sangre a dormir en el piso de la sala cuando su pareja recibe visita de su hija. Pienso, cada uno tiene derecho a sobrevivir como le parezca, o como pueda. No juzgo. Era bueno pasar horas en la barra con cerveza negra alternada por tragos de fireball. Todo tiempo acaba o se mimetiza. Se lo dije una vez: “Mira, carnal, yo no me casaré contigo, si tu vieja te exige no vernos será decisión tuya. Considera lo que viene, los días, los años, ninguno de nosotros estará contigo y ella quizá sí”. Supongo que es buena elección la suya, poner clavijas de hierro en los intersticios de rocas para ayudarse. Que sostengan tu peso es otra cosa.

 

Leo versos de Anne Sexton.

 

Prepararé un arroz entre chino y valenciano y mientras escribo clasifico especias en mi cabeza para utilizarlas después. Revisaré qué hay de verduras (no es mi casa). Con los datos improvisaré, piano de Thelonious Monk, clarinete de Sidney Bechet. Este jueves el sol salió desde el oeste y la mañana marcha al revés. Podría ser que el orégano se transformó en mejorana, en palillo el jengibre. Que el urucú hoy pinta de luto y el cielo es alberca volcada de donde caen belugas y tiburones. Corvinas negras y un gran pez vela. Narvales surcan el horizonte a manera de misiles supersónicos, el sol se refleja en los lomos de gris grisáceo mezclado con blanco albo. Hablábamos anteayer de Xul Solar y los tonos.

 

Mi amiga Vira. Éramos choferes de la reciente flota de Amazon en Colorado, primera tanda de amazónicos con mística. Los niños nos miraban como seres luminosos y vadeamos la pandemia apenas con bozales de tela ligera, celeste. Ella con crucifijo ortodoxo. Vira, bella de ojos claros brillantes, había nacido en las postrimerías de la Unión Soviética, luego ucraniana y cuando viajó a Norteamérica ya rusa. No puedo no pensar en Joseph Roth, o en Stefan Zweig que contaba de los emigrados europeos en Suiza completamente confusos de a qué país pertenecían y en qué lengua tenían que comunicarse. El Zurich donde conoció a James Joyce, políglota él mismo y máximo representante de una lengua que no deseaba suya.

 

Vagones de tren abandonaban el lujo helvecio y entraban en la mísera Austria de posguerra, desvestidos los asientos de cualquier cuero.

 

Contacté a Vira hace poco. Novia por encargo, se casó con un magnate denverita. Le dio dos hijas. Al fin no resultó y vino el divorcio junto a una historia en donde el poder y el dinero muestran el mayor peso que tienen ante la maternidad o cualquier minucia humana, porque eso somos: basura. Amenaza la era de los oligarcas en los Estados Unidos. Elon Musk, el tarado más rico del planeta, sudafricano enemigo de inmigrantes, va a comprar el país. Oscuros designios desean hacer un calco de la Rusia de Putin. Si lo logran, ya ni siquiera recogeremos ruinas con palas mecánicas, simplemente dejaremos que el musgo crezca a la par de la pobreza, atragantándose con tristeza de mansiones cuyo empapelado cae en rollos. Tengo la imagen de alguna casona de Silesia en la cual se han refugiado huérfanos de guerra rodeados por perros hambrientos de las SS. Cine polaco. Ah, ignorancia, madre de todo oprobio.

 

¿A qué la historia? A ese vaivén que nos caracteriza, porvenires como adivinanzas. Certeza única de guadaña. Anne Sexton:

Wanting to Die

Since you ask, most days I cannot remember.
I walk in my clothing, unmarked by that voyage.
Then the almost unnameable lust returns.

Even then I have nothing against life.  
I know well the grass blades you mention,
the furniture you have placed under the sun.

But suicides have a special language.
Like carpenters they want to know which tools.
They never ask why build.

Twice I have so simply declared myself,
have possessed the enemy, eaten the enemy,
have taken on his craft, his magic.

In this way, heavy and thoughtful,
warmer than oil or water,
I have rested, drooling at the mouth-hole.

I did not think of my body at needle point.
Even the cornea and the leftover urine were gone.
Suicides have already betrayed the body.

Still-born, they don't always die,
but dazzled, they can't forget a drug so sweet
that even children would look on and smile.

To thrust all that life under your tongue!—
that, all by itself, becomes a passion.
Death's a sad Bone; bruised, you'd say,

and yet she waits for me, year after year,
to so delicately undo an old wound,
to empty my breath from its bad prison.

Balanced there, suicides sometimes meet,
raging at the fruit, a pumped-up moon,
leaving the bread they mistook for a kiss,

leaving the page of the book carelessly open,
something unsaid, the phone off the hook
and the love, whatever it was, an infection.

 

Tórrida mañana de julio. Al arbitrio del llano en Aurora, praderas de Karl May hasta perderse en los finisterres de Kansas.

 

Intervalo de pizzas de masa delgada estilo nuyorquino.

 

La siesta se ha hecho ritual. De lo mejor que ha traído el retiro. Tengo cita con Tánger, le debo sus figuras a Losada y Cerezal. A Juan Goytisolo y Jean Genet. Será de las primeras, calculo, del largo periplo que me arrastrará por la superficie ajena. Acabo de mandar nota a Ekaterina: tal vez debas esperarme en Lublín. Otra: aguarda en Istanbul; y la tercera, que he alquilado cuarto en Ragusa.

 

Una vecina masajista desarrolla su oficio con música supuestamente tranquila. Kitaro, Zamfir. No me gusta. Rescato un hermoso disco de Ary Barroso con Carmen Miranda y demás. Uma Furtiva Lagrima, hacer del sollozo, baile. Eso o deprimirme en el filme serbio El enemigo (Dejan Zečević, 2011) en donde al fin de la guerra de Bosnia un grupo de soldados rescata a un extraño personaje que habían emparedado en una fábrica. Los que lo hicieron intentan quitárselo a los liberadores: “ustedes no entienden, es Satán”. Demonio será hasta casi exterminar a cada uno de ellos, hacerlos matarse entre sí. No se entiende, no, que han soltado a Satán, el otro nombre de Dios, y que arribó la hora del castigo. En las colinas herzegovinas o en Gaza martirizada.

 

Prefiero el samba, marchinhas: negrita bacana de la Martinica, no usa vestido no usa calzón, cantaba el tío Hugo con voz de bajo. Lágrima furtiva de Donizetti en ritmo carioca. Sudados muslos, caderas imposibles, sexos boquiabiertos. Si se trata de morir que sea al son de tambores. Yemanyá, Yemoja, Mojana, espíritu del agua, espíritu burlón, reina yoruba de los orishás. Continúa, Totó la Momposina, Negra Grande de Colombia, invocando alegría que a veces, muchas, carga sonrisa fúnebre. Río Magdalena, déjame pasar…

18/07/2024

 

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Imagen: Arte popular haitiano en tambor de aceite de acero reciclado 

Tuesday, July 16, 2024

Verano de preguntas


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Ha muerto el poeta Jaime Nisttahuz; murió mi amiga Liz Kreider. Tantos libros leímos durante años.

 

Alguien se lanza desde el doceavo piso. Nunca llega al suelo. Vuela antes, se va con el viento, tiene color de azul. Azulejos, pájaros con nombre quechua bebían debajo de la pila en el patio de atrás. Coqueros anaranjados y casi negros los chiwalos. Detenido el aire de pronto, ni para planear por cielos de amplio panorama. Desaparecer, escapar de cadenas estilo Houdini.

 

Abro la caja: Ramón Mayrata, Claudio Magris, Iván Bunin, Mijail Bulgakov, Vasily Grossman, Juan Carlos Onetti, Johannes Vilhelm Jensen, Patrick Deville, Hans Magnus Enzensberger, Los Cuadernos del Hafa (Pablo Cerezal), la primera edición de El mundo de ayer, Stefan Zweig en Editorial Claridad, Buenos Aires, 1942. Alisto la primera maleta. Todavía incierta la fecha del regreso, incierta la vida, pero preparo. Otro suicida sube al quinto esta vez y se tira hacia arriba, cambió su desgracia humana por la de globo aerostático. Zeppelines que flotan en apariencia libres pero que de todos modos van a estallar. Oculto tu nombre tras un tallado inuit en hueso, preciosa foca que se remonta a dos décadas al menos. Preguntaba a mi hija mayor, entonces en Manitoba, ¿has visto a los inuits? Pero claro que allí tan abajo solo pocos caminaban ofreciendo arte popular a transeúntes esquiadores. Brilla la bahía de Hudson, mítica.

 

Con Armando buscamos sellos bolivianos del Graf Zeppelin, 1930, imposibles errores, en tiendas de filatélicos judíos que todavía hablaban en yiddish, en la que vendría a ser la avenida Heroínas, enfrente del aún inexistente correo. En su lugar había un edificio colonial perteneciente a los curas. Allí una topadora haría estallar un inmenso cántaro cargado de monedas de plata con la efigie de Carolus Rex. Tengo una, de las grandes, hermosa en sí, indiferente a la silueta del Borbón. La colección de estampillas sigue en casa, en Cochabamba, olvidada gracias a féminos artificios.

 

He escondido la música detrás de tu recuerdo. Por ahora no quiero escucharla. Ya el año 42 colgaban de los balcones de Jarkov hebreos con lengua estirada. Hoy ruinas, misiles de ancianos nombres, bombas norcoreanas de ojos rasgados. Y sin embargo Mariana se toma selfies allí con mallas de vivo lustre, ajena a los grititos de aquellos que arribaron de Manchuria. Turquía, Turquía pendula alrededor, uno entre tantos viajes que de momento priva el dolor pero que vienen de todos modos. En la noche de Aurora cuento de aquellas costas. Pareciera que miento, que ese mundo no existe. Cuesta, sin duda, pero para qué uno se ha roto la espalda por décadas si no para ver Petra, el desierto de los nabateos. Para pasear por el Arbat, sin putinistas ni frailes, solo con la voz de  Bulat Okudzhava que quiero creer hablaba al menos de Pushkin, si no lo cantaba. Un amigo, el príncipe Miskhyn, lee a Nisttahuz en Instagram. ¿Cuándo recorrí esa novela de Dostoievski, El príncipe idiota? Cuando estudiaba francés en la calle Santiváñez, y la bella Elisabeth, maestra, reía con sus amigos. Si hay memoria, era entonces el príncipe Mouishkine, o algo así, letras de obvia vertiente francesa. ¿Y tú, sigues en Aurillac, sabia con tus juegos fonéticos? También habrás envejecido, pero no arrastramos, bella, espero que tú no, los años como bolsas de habas.

 

Ecografías e índices de creatinina de mi padre, muy detallados, a mano, letra menuda, lugar y fecha, entre las páginas de Zweig. Me alargó por primera vez 24 horas en la vida de una mujer, editorial Tor. Conservo el libro, y Naná, de Zola. Y Netochka de Fedor Dostoievski. Netochka Nekrasov…

 

Comienza a subir el calor.

 

He estado pensando pedir a Nelson que manejemos hacia Pocoata a mi regreso. Tengo un solo tejido de allí, magistral. Es bueno guardar un calendario en blanco e ir llenándolo de nombres. Francine escribió en uno, no recuerdo la fecha: “día de nuestro lindo party”. Hablaba de la calle Venezuela. En el auto chino de mi amigo pasamos cerca de nidos de ibis negros en las lagunas de Vacas. Sin pensarlo, ha corrido casi un año, de celibato casi. Muchacha de Leeds, Yorkshire, que bailas a Blondie. Call me, llámame, pero tu voz, o tu teléfono, ha caído como los suicidas desde un rascacielos. A diferencia de los Ícaros, lo tuyo se ha destrozado, ha tocado el pavimento, estallado con esquirlas de metal y polvo de concreto. Calendarios vacíos, ni siquiera el día de mi suerte muerte, Héctor Lavoe. Ni el tuyo. Páginas como la planicie del oblast cercano. Todavía no he llegado a Chernigov. Si llego, será ya Chernihiv y la guerra se habrá aposentado sobre sus iglesias con largo y sucio manto de cuervo.

 

Llevo dos horas en estos sorbos de café. El instantáneo, frío, sabe a agua sucia. Igual lo acabo, con elástico pan francés. Me vendría perfecto un pan rye, amargo y con semillas. De esos que usaba en mis tiempos de tendero delicado, con corned beef cortado fino, chucrut, salsa de mil islas, tostado, caliente con queso suizo derretido. Me dice un judío de Nueva York que nunca probó un reuben sándwich como el mío, ni en emblemáticos delicatessen de la urbe. Un tejano añade, veinte años después, en una barra de downtown, diciéndoselo al barman, que mi chili con carne no tenía par; comida de cowboys y solitud. Tuve talentos. Seguirán allí, detrás de tanta retórica. O tal vez me haya jubilado de ellos, lo que no vendría mal. Todo lo que me recuerde trabajo me causa sarpullido, pero vivan los trabajadores y el primero de mayo; los sindicatos que hoy hacen de guarida de ladrones. Sin la tonta cantaleta de vejetes de que antes todo fue mejor. Solo enfrascándome en la realidad de la peste negra, roja debiera decir, de los comunistos a la caza de prebendas y riqueza. Para el pueblo lo que es del pueblo, el resto para mí, su consigna. Me debo a las páginas de Malaparte sobre los aristócratas del Kremlin. A Malatesta no olvido, ni que alguna vez hubo hombres “santos” según el epígrafe suyo que usó Lina Wertmüller en Filme de amor y anarquía.

 

El corto, el largo verano. Breves y extensas preguntas. Elusivas respuestas. Un par de abetos siberianos van creciendo en el jardín. Aún no sé qué viene ni cuándo. Mientras tanto arreglo el equipaje como si fuese biblioteca. Dejo una Historia del Reino de Quito por demasiado volumen. Voy tachando compras en el listado de mi IPhone. Escritor sin lapicero… Para nada.

 

Agosto de entierros a los que no asisto. O cremaciones. Liz trabajaba de voluntaria en el hospicio donde terminó. El año 2015 tomamos seis cervezas con Jaime en algún lugar de La Paz. Poesía y culo. Bataille y poetas beatniks mujeres.

 

Ahora soy yo el que subo las gradas a los altos. Pienso volar, sí, pero mi ticket no va rumbo al infierno. A lo sumo dirá: Denver-Tashkent, o Denver-Belgrado. Cargado de libros. Manos cansadas de peso. Suave tu piel.

16/07/2024

 

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Imagen: Max Ernst, circa 1919 

Friday, July 12, 2024

Almacén de antigüedades


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

91 grados de temperatura, casi insoportable. Escucho madrigales ingleses. Eso ayer. Hoy estuve con música del Zaire, tan ligada a Cuba, al Caribe y al sur. Salí a las diez y media para arreglar asuntos de impuestos. Firmé papeles, preguntando bolivianamente si con cualquier lapicero estaba bien. Las mujeres mexicanas que me ayudan con estas cosas desde hace más de veinte años lo hicieron en minutos. Me entregaron el sobre ya cerrado dirigido al Departamento del Tesoro para que lo franqueara en el correo. Allí un empleado negro me dijo que costaba noventa y cuatro centavos. Le pasé un billete de diez que me devolvió diciendo que no me preocupara mientras sacaba de su bolsillo un dólar y pagaba mi cuenta. Le agradecí, quise comprarle una hamburguesa o algo pero lo rechazó. Hay deficiencias también aquí pero me había desacostumbrado a que las cosas salgan rápido y corteses.

 

Enfilé para el depósito donde guardo chucherías y tesoros. Almacén de antigüedades, Charles Dickens, hermoso libro. Me dediqué a mi colección de afiches y me asombré de nuevo por la belleza. El sol tocaba mediodía; yo secaba la frente con un pañuelo. Mi departamento de Cochabamba ya no tiene espacio en las paredes pero separé tres posters de escritores que quiero mucho: Guimarães Rosa, impreso en Porto Alegre; Alejo Carpentier, en La Habana; Octavio Paz, en Boulder. Otro par acerca de alebrijes oaxaqueños del Museo Fowler de la UCLA. Ya veré. Busco el original de Open Road, de los ácratas canadienses, solemne y fúnebre dibujo de los Mártires de Chicago ahorcados, con grandes pupilas de pescado.

 

Klimt y Diego Rivera; Mondrian, Monet, De Chirico; Marc Chagall, Max Beckmann, Frans Hals; Modigliani, Cézanne, la cuenta es larga, preciosa. Azul el afiche de Chagall, una pareja, de sus primeros tiempos de pintor en Rusia. Cuánto quise ir a Vitebsk; quizá en unos años ya ni exista. Hablé tanto y con tanta gente del río Dnieper, que corre por su región, por Orsha para ser precisos, lugar de inmensa batalla. El personaje de A sangre y fuego, Jan Ketruski, era portaestandarte de Orsha, camino de Smolensk y de Moscú.

 

Kandinsky.

 

Magritte.

 

Picasso y Léger. Años de reunirlos, de husmear en tiendas de museos en ciudades distintas, navegar la red. Cada uno con fecha precisa, colección de posters de exhibiciones, impresos solo una vez. Matisse en Marruecos. Wilfredo Lam. Antonio Berni. Quinquela Martín. No los podré llevar. Convenzo a mi hija mayor que vaya vendiéndolos, uno a uno, y se quede con lo que obtenga. Yo no podría. Ofertando mi vida en el bazar. Muevo cajas y cajas de extraordinarios vasos de cerveza, tan distintos entre sí, con sellos particulares. Ya doné cerca de trescientos pero debe quedar número similar. Ni la vanidad me alcanzaría para entregar un vaso a cada persona que visitase mi imposible tumba. Eran mi orgullo en las fiestas, servir, contra la costumbre norteamericana de tomar cerveza del pico, a todo invitado diferentes tonos del grano en cristales de forma alargada, copones de fraile, de cintura delgada como muchachas de Kiev, redondos y chatos.

 

Mientras arreglo recibo dos llamadas de amigos: Juan Cántaro, de Huancayo, fiero y pequeño indio del Mantaro, de los irreductibles que tanto admirara José María Arguedas. Jesús, el otro, a quien temí muerto. Parece que el corazón enamoradizo se raja pero no quiebra. De la sierra de Durango, villista de origen, del mero polvo de los alacranes. Juan atiende su propia empresa de canaletas y sigue repartiendo periódicos de noche; para aguantar el invierno, afirma. Jesús es capataz de la empresa de agua de Denver por mérito. Ya solo trabajan mis chalanes, dice. Por ahora está en Juaritos, Ciudad Juárez, tierra asesina, disfrutando de su morra, menor veinte años que él. Ya qué queda, carnal, sentir sus nalguitas a la noche fría y abrigarnos. No me alcanza cuerpo para el amor pero para la compañía. Acordamos con ellos de echar carnitas pronto en una discada y saborear unas birras. Trabajarán hasta el último día, hasta los abandonará el Arca. Lograron, sin embargo, sueño tras sueño. Y así están conformes. Vieron a padres y abuelos, a bisabuelos en el jale eterno. No es diferente ahora pero en USA son propietarios de casas, de potentes trocas; sus hijos estudiaron y jamás calzaron huaraches ni abarcas. Ya no lo harán. Yo fui niño bien que a fuerza se hizo hombre, que tiñó la camisa con brutalidad y comió con esfuerzo. Contemplo la metáfora de Magritte; por sobre las sierras de los pueblos corre la luna para teñirse de rojo. Llegué a Denver el año 92 y conocí tanta gente, bellas de Sarajevo y titanes petisos de los montes en donde Veracruz tropieza con Chiapas. Canciones de la Mixteca Baja, Oaxaca y Puebla…

 

Posters de cine. Ofrezco a Emily el bellísimo Nosferatu de Herzog. Phantom der Nacht. A Aly una copia de Cóndor contra toro, Casa de las Américas, 2011, homenajeando a Arguedas. Avenida 23 de El Vedado ¿recuerdas?, escogiendo El acorazado Potemkin que terminó en la sala. Él y no tú, paradojas.

 

Mañana iré temprano a ver si adelanto con libros y máscaras. Cuesta hacerlo, decenas de pesadas cajas. En este momento porque después no podré, me tendrán de Frida Kahlo. Tenía un afiche de ella que no he encontrado; nada raro, apenas penetré treinta centímetros del cuarto en donde se acumula aquello. Tengo hijas, sobrinos, sobrinos nietos. Podría repartir e igual sobraría, a pesar de que el año 2018 cerré puertas y cedí tantas de mis ansiadas joyas. Me haría enterrar como un señor de Sipán de papel pero no creo en eso de volver a la tierra; mi madre era mi madre y no reconozco otra. Me iré por el aire aunque después caiga al piso y me arrollen zapatos y pelotas de fútbol. Hay un cuadro de los primitivistas franceses tan hermoso y plácido. Anotaré el artista. Tan mío, diría, tan onírico para quien ha trabajado en barrios industriales y vivido casi igual. Bucolismo del destino, señora de traje verde y perfume de eucalipto.

 

Ya no se ven las casas vecinas. La sombra oscuridad domina el patio. Enfrío una barra de chocolate para que no se derrita. Gustav Klimt y las mujeres de Viena, el nombre de una exhibición, damas coloridas y erectas, espectros de un mundo desaparecido, Nimrod arrojando inútiles flechas hacia el cielo. Papá me contaba sobre el Prater.

 

Treinta escalones al sótano, ahí hablo por teléfono. Quien vivió antes aquí contó de ruidos extraños. Siempre son extraños los ruidos de la noche, nada es lo que aparenta, las zorras chillan como recién nacidos y ríen los mapaches. O se aparece a tu lado un gran ojo de venado entre las ramas. Gritas, claro, pero nadie oye. Con los años ya ni atención te llaman los verdaderos fantasmas, la señorona eslava que caminaba con sombrero flotante por la calle Forest y a quien saludabas y besabas la calavera de blanquísimos dientes. De fondo, coro de bajos profundos, Fedor Chaliapin, el grupo de grandes búhos grises.

 

Árbol de Piet Mondrian, anterior a los coloridos abstractos. Bastante melancólico, no en vano lo escondió detrás de figuras geométricas. Algo que debiera hacer yo, rodeado como vivo de sauces sollozantes y de medias lunas de Chesire que intentan burlarse de mí.

 

Voy a acostarme a mirar noticias de la guerra. Quisiera escribirte como siempre pero no estás. Jeanne Hébuterne.

11/07/2024

 

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Imagen: Afiche de exhibición de la obra de Robert Indiana 

Tuesday, July 9, 2024

Denver revisitada


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Al caer el cuatro de julio oscuras nubes de lluvia se cernían sobre oscuras copas de pinos negros. Apuré el último tinto chileno. Brasas color escarlata en el fondo de la parrilla. Las hijas se fueron ya. Manejo por la ciudad, las ciudades debiera decir: Aurora, Denver, Glendale, Lakewood, Wheat Ridge, Littleton, Centennial, Englewood, Inverness. Conozco cada rincón, de noche, como meretrices del tiempo. La memoria vuelta castigo, detalles de pequeños callejones, ausencias de edificios en baldíos que van reconstruyéndose en algo distinto. Figuras que tienen treinta años y que he conservado según las vi. No miré ni un zorro, ni un mapache. No he visto búhos. Halcones persiguiendo palomas. Me animaré a despertar pasadas las doce y salir hasta encontrar el amanecer. No hallaré tormentas de nieve porque es verano pero al subir la colina por la calle Florida pensaré en la manera en que me arrastraba hacia abajo el cataclismo. Especial llegar a casa, mojado y aterido. Recibido por esculturas africanas y el cuadro de Franz Marc. Quitaba las botas, las ponía en la entrada por el barro, calentaba un café y leía el New York Times. En calma las mujeres de casa, respiración suave, el hombre acaba de regresar, con abrigo como si fuera cazador de osos, con jaspes blancos y helados en el cabello. Si era sábado esa paz se alargaba, aguantaba un segundo café. Luego a acostarme en lecho tibio y morir allí. Con tijera se cortaba lo vivido hacía instantes, el vaho de café se escurría por debajo de las puertas. Escucho antes de cerrar los ojos los movimientos del trabajo. En barrio obrero suenan obvias las preparativas para el día extenso. Sueño.

 

Manejé repetidas veces por la Clarkson Street. También por la calleja detrás. Vi a mi amigo Bill leyendo como siempre y no me detuve. Hace un año nos despedimos dándole libros de mi biblioteca, en inglés, de etnografía e historia indias. Conversamos sobre los cheyennes, otrora señores de aquí; de Borges los poemas y de Lewis Carroll la magia del verbo inventado. En la punta del techo antiguo la reina de corazones marcaba su silueta con la imagen de Disney. Tengo que retomar Through the Looking-Glass si deseo aprender a escribir.

 

Mañana termino, tal vez, unas citas importantes. Me dejarán dos semanas para decidir si viajo o si preparo un par de maletas extras para retornar a Cochabamba. Básicamente libros y discos compactos. Algunos vasos cerveceros, de los de a pinta porque son más sólidos para aguantar los avatares  de Panamá y Santa Cruz. Tengo diez inmensas cajas, al menos, llenas de volúmenes. No anoté cuáles estaban en su interior. Será casi al azar. Aparte voy comprando algunos otros: los viajes de Humboldt, esbozos jóvenes de Kerouac, The Polyglots, de William Gerhardie, novela que me interesó gracias a la mención de ella por un amigo. Me hice de discos de Ayopayamanta y clásicos de Harmonia Mundi, Boccherini entre ellos. Los espacios vacíos de mi departamento en Bolivia dan para seis cuadros más, ya decididos, un afiche para mi dormitorio y cuatro máscaras, casi seguro africanas, punus del Gabón. Abrí el depósito donde archivo mucho de lo que tengo todavía y que jamás llevaré. Las cosas están hasta un centímetro de la puerta, muchísimos metros cuadrados de ya no sé ni qué. Aquí en el departamento de mi sobrino hay varios cuadros colgados que le regalé. Un batik, a lápiz, indonesio, afiches de colección de Vermeer y las cortes musulmanas de la India. No siento melancolía ni nostalgia. Aquello pasó igual a tanto más y en sal no quiero convertirme mirando atrás. Quiero enderezar la espalda. Ya me he comprado botas para viajar. Solía usarlas en tiempos de trabajo. En el ropero he de dejar mocasines y zapatos confortables y finos. Deseo otra cosa, otras mujeres, jóvenes, aguerridas cubiertas de arena y asoleadas. No señoras con cuitas de críos ya adultos y domingo de ramos, que para Jerusalén estoy, claro, pero para el de Else Lasker-Schüler:

Y me consumo
en pesadumbre que florece
y en el vasto universo me disipo,
en el tiempo,
en la eternidad,
y se abrasa mi alma en los colores de la tarde
de Jerusalén.

 

Y Nínive. Y Sarajevo. Y Kremenchuk donde una Katia de senos dadivosos todavía habita.

 

¿Viaje de destino? Quizá. Echarán dados sobre manta de impenitente blanco. Escucho en una casa cercana gritos de masculino enloquecido y cobarde. Mierdas y amenazas, qué otra cosa aprenden los hombres… Las diez ya, las doce cochabambinas. Por la ventana doble de mi sala estarán mis muertos mirando el cielo para ver si asoma mi avión. En una bolsa acumulo ropa para lavar. Pronto nos estaremos trasladando a la pequeña comunidad de Glendale, al frente de la nueva cancha de rugby. Pasajes oscuros eran treinta años atrás, sombra imponente del edificio de los jesuitas, esquina Birch. Si pienso, imagino que aquella gente que contemplaba entonces anda en peor estado que yo, o trashuma los caminos sin veredas del averno. Dedos que ajustan teclas con números para entrar a edificios cerrados, ascensores con hálito silencio, pasillos y cuartos de lavandería tristes como Hopper. A cierta hora muere la vida y crecen fantasmas. Y yo que ando de péndulo entre una y otra cosa.

 

Temprano tomaré una ducha, café con pan francés, si queda repostería danesa la tomaré porque es favorita. Hay demasiado sol durante el día, dónde se han ido los otoños, pregunto. Con ese calor parecemos soldados inertes de Dino Buzzati, esperando en el horizonte rastros de lo que no existe. Suerte de ceguera la de andar con el rostro quemado. Yo que viví en sombra estoy condenado a las luces hoy. Difícil acostumbrarme. Los cuerpos eran claroscuros, sin detalles prosaicos y vehementes. Te prefiero en penumbra, a ti y a todas; la playa no se ha hecho para mí, ni juegos de mar ni camarones pistola. Soy espectro de la Europa Central, de la casta de Kafka y de Musil. En Denver nocturno me muevo como su madre, parida la ciudad por mí. Ahora el sol me distrae. Extraño mi celda de solitario, la isla del confinamiento. Pero se ha hundido, se ha transformado el espacio y jamás ha de volver. Aprovecho esta medianoche para escribir. El vecino sigue vociferando inútil, si ella se fue o se está yendo nada puedes hacer, no seas imbécil.

 

Traje un libro que no he abierto. No lo necesito por el momento. Leo páginas de mi cansancio, tengo con ellas suficiente. En las diez horas en que vuele por el aire me repondré con la lectura, bajaré en un aeropuerto inundado de buen ron. Al amanecer del día siguiente aspiraré los efluvios de mi tierra, qué bien huele el polvo por la mañana, diré, emulando un filme intenso, y me tragará Leviatán, vestido con traje de fiesta de Huarochirí.

08/07/2024


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Imagen: Calle 7/Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Friday, July 5, 2024

De viudas, lujos, envidias, futuros en tiempos de guerra


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Mi amigo Mariano Gallardo ha muerto, no sé las circunstancias. Escritor, poeta, guardo un libro inédito suyo en el ordenador. Tenía que comentarlo y hasta ahora no tuve ocasión. No habrá otra. Me escribió el sábado a raíz de mi texto sobre “la” Violeta y, al desearme un “buen camino” para mí, me pareció que se despedía. Allá va, maldigo del alto cielo, anotó en su conversación conmigo, y el vino violeta ya bebido. Tu libro duerme en esta máquina. No has de despertar ni él tampoco. Salud por el olvido.

 

Veía hace unos días un documental sobre las viudas ucranianas de la guerra. En Rusia no hay viudas, ni muertos, ni heridos, ni invasión ni norcoreanos. Paraíso en la tierra desde el golpe bolchevique del 17, el mundo paralelo de Alicia con la salvedad de que a la niña rubia la fusilaron de entrada por actividades contrarrevolucionarias. País en donde los opositores se convierten en águilas y vuelan desde la cumbre de las ventanas para pregonar la gran patria, esperpento entre sovietismo y monarquía, entre madrecita y nazismo. Estertores moribundos. No llegará el fin del año 2025 sin que sobre sus despojos pululen los cuervos.

 

Viudas. Como siempre, habitantes de pequeños poblados, atenazados por la miseria por décadas, siglos. Ellos marchan en vanguardia al campo de batalla y abonan el panorama. Video producido en Francia, dramático. Dice la viuda que declara, a su manera personaje principal, que la vida no es la misma sin él, el esposo ya maduro que partió a principios del conflicto y fue baja primeriza. Me evitan como a la peste, cuenta de sus conciudadanos en el pueblo. Extraña actitud que debiese dar énfasis a la heroicidad y al desprendimiento. Peor aún, continúa, cuando comencé a cambiar el techo de nuestra casa, las envidiosas miradas hablaban del crimen de recibir dinero compensatorio por la pérdida. Conversaba con mi hija Emily, historiadora y estudiosa de los asuntos relacionados con la mujer en la sociedad, y me explicaba el fenómeno, largo de contar, y el castigo supuestamente divino que las condenaría al martirio eterno para redimirse del pecado. Muerto el esposo, su estatus humano ha disminuido y prohibida estará a vista de los otros de cualquier intento de reanimar, reconstruir su vida, superar el dolor. ¿Dónde la solidaridad, dónde empatía y gratitud?

 

Por otro lado V., querida amiga, deja el exilio valenciano para visitar su Kiev. Fotografías en Instagram de cuatro muchachas elegantes disfrutando del sol de la capital. Ahí no hay guerra. No hay por qué cortar la existencia debido al drama pero siento, no me gusta usar la palabra, algo inmoral en eso. Por un lado saltan descuartizados cuerpos, muchos voluntarios, en el frente de batalla. Por otro, una juventud que sigue bebiendo cerveza, riendo, gastando en pequeños placeres; muchachas de hermosas piernas y elegantes zapatos, con amplias sonrisas y ganas de vivir. Me opongo a la guerra pero de pronto hallo mis ideas en una encrucijada en la cual no sé por dónde tomar. La viuda del villorrio con la pareja fallecida, las señoras viejas de noventa años llorando ante las ruinas de sus pobres casas, aquella ciudadana, no recuerdo si de Mariupol, que escapaba con su hija cuando una salva de un tanque ruso las apuntó de muerte y la mujer recogió los desechos de la niña de diez años sin cabeza. El ciclista al que jocosos invasores dispararon directo, con tanque otra vez, y lo desvanecieron del mundo. La foto de V. es una bofetada al tirano de Moscú, por cierto. Es afirmar que no nos quitarán la risa ni el coqueterío, ni el sol ni la sutil gasa que cubre los espléndidos muslos. Pero estoy en esas cuatro esquinas de la historia sin saber qué pensar. ¿Me alistaría yo en el ejército en circunstancias similares? Creo que sí. ¿Pensando en mis hijas? Por supuesto que sí. ¿Mataría ante la amenaza a mis cercanos queridos? Con gran crueldad lo haría.

 

Me nutro de diversas y a veces altamente contradictorias fuentes; leo, aprendo. Puedo discernir, analizar. El fin de la Federación Rusa está fuera de discusión, es un hecho. No hablemos de capitalismo, corrupción, oligarquía por el momento. Tiempo habrá. Ni sobre las deudas a pagar que Ucrania acumula de los aliados. Lo que sí va a ser realidad es la asunción, al fin, de Ucrania como país europeo. Ha de abandonar cuatrocientos años desde la insurrección cosaca de 1648, cuando se alineó con Moscovia para sobrevivir, y convertirse en pujante nación occidental. Está cantado, quizá previsto. En una década todo habrá cambiado. Tierra de gigantescos recursos naturales, población educada y calificada. No olvidemos que esta región era el centro neurálgico de la Unión Soviética. Allí se fabricaban bombas atómicas, se construían barcos, aviones. Eso permanece, su capacidad y calidad no estarán incólumes pero siguen presentes. Su improvisación tecnológica durante el conflicto lo muestra. Sosegado el tirano del Kremlin y sus esclavos, quedará un país poderoso en términos militares y, si sucede, en alianza con Polonia, será una potencia en muchos sentidos. A eso le temen, porque lo saben, Hungría y Bielorrusia que ayudaron cada uno a su modo a sostener el genocidio. ¿Trump? Riesgo universal. Tampoco Vladimir Putin puede contar con él. Decidirá de acuerdo a sus impulsos o incontinencia; el monstruoso ignorante puede inclinarse a cualquier lado.

 

La edad promedio de los soldados ucranianos es de cuarenta años. Rusia está reclutando muchachos de diecisiete para más carne de cañón. La disyuntiva del gobierno de Kiev es qué hacer con aquellos que huyeron y con los que están dentro de las fronteras pero cuya edad es menor a la de veinticinco años. ¿Qué puede pensar una mujer soldado en las trincheras cuando siente el calor del tubo de su mortero y sabe que en las ciudades alejadas del frente continúa el baile de otras de su misma edad? O cuando Ucrania llegue a una situación de privilegio, que mandará al olvido aquello del país más pobre de Europa, y los que se fueron retornen a disfrutar de lo que consiguió el sacrificio de decenas de miles como ellos pero no igual de afortunados ni igual de decididos. Preguntas que llegarán. Tal vez se reflejen en la política futura. ¿Y tú qué hiciste en la guerra? Recuerdo cuando mi padre señalaba a los emboscados de la guerra del Chaco que desfilaban ufanos, amedallados y soberbios. Ese nunca combatió; aquel tampoco. Mi padre tenía siete años entonces pero se fue enterando. No es difícil saber la verdad.

 

Quise escribir a mi amiga descansando tras un quitasol en Valencia pero me abstuve. Tema delicado y visto de afuera en mi caso. Se hablará de ello, será parte de la discusión interior postguerra.

 

4 de julio. La familia prepara como siempre una parrilla. Omar escucha corridos tumbados, nueva versión musical del narco. No conocía el término; yo me detuve en corridos perrones. Hace sol y mucho calor. Tristemente, lo digo por el instante, prepararé ensalada rusa, en la que soy maestro. Tendré que aprender otra versión ucraniana, cuando vea de nuevo Odesa y pasee los verdes y abandonados campos de Poltava, épica y amante…

04/07/2024

 

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Imagen: Bakhmut, Donetsk