Friday, August 16, 2024

El centro del mundo


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Como a Milosz, me araña tenue la caricia del olvido; a veces es la de la pérdida y a ratos la de la muerte, que sin ser cosas distintas, son diferentes.

 

Esta fijación por Europa Central me tiene atado, literalmente, a la silla. De las cartas de la pintora Paula Modersohn-Becker a Rilke y los planes futuros que dependen de un presente balanceando en la cuerda floja. No sé si dormido o despierto, pero imágenes de Herta Müller asoman con tonos de tinta china diluida y aguarrás en exceso. Además que comencé las ochocientas diez páginas de la novela de William T. Vollmann, del mismo título. Desde la ruina de un fuerte rumano en 1945…

 

Casa de mi hija Aly. Un ekeko liliput de lata entre fotos de mis padres, su madre, plantas carnosas, dos vasitos de barro cocido para pulque representando jaguares. Miniaturas y más: awayo de hermoso naranja, no recuerdo de dónde, kilim afgano, esteras turcas, persas; yo conversándoles hace días de lo hermoso que sería tener una casa victoriana, henchida de alfombras, diseños y color, sin un centímetro de espacio entre los tejidos, sueño válido para Yellow Submarine. ¿Y quién mejor para representar estos salones oníricos que el hogar de Francis Richard Burton, explorador inglés, de impactante biografía y valentía sin límites? Fuerza bruta y conocimiento. La misma mano que escribe, mata. Cómo cenaría el verdugo de Carlos I en casa con los mismos dedos desde los que colgó la chorreante cabeza del rey. Rizos de oro filigranas de sangre, bastante para comenzar cualquier literatura.

 

Viajó con John Hanning Speke buscando las fuentes del Nilo Blanco, Burton. Por las montañas de la luna en el centro de la ilusión y fantasía. Búsqueda de lo desconocido, perdido, ausente. Tanto se esconde por los recovecos del mundo. En el hospital universitario una refugiada ugandesa escudriña a la vez que levanta la basura. Vestido del color de su piel, como madera completa a tallar. Mis sobrinas nietas, Renata y Emma, en Lyon y Chicago respectivamente, observan los secretos del tejido tribal, figuras novísimas que quedarán grabadas para siempre, muchas de seres inexistentes, surreales, como los de los textiles jalq'a que conseguí, contemporáneos, para cada una de ellas. Aquel viaje con Nelson Tovar se me hace espejismo. Quién sabe si volveré a cruzar, subir, bajar aquellos impresionantes cerros. Hemos hablado de lugares, del incansable Sajama que no veo desde mil novecientos ochenta y cuatro, luego de la experiencia fracasada del viaje europeo con amigos. Primero hacia Lima y Callao en el auge del senderismo. Nos aconsejaron: no se vayan con Sendero, muchachos. Otra era nuestra meta, desembarcar en Marsella y de ahí cada cual a lo suyo. Lo mío era Alemania, pero debía pasar por Moissac y París, asuntos que solucionar. Creo que Juan Pablo seguiría un derrotero similar. David y Freddy, músicos, encararían hacia Roma o Viena, ya ni me acuerdo. Segundo intento: Buenos Aires.

 

Desde una curva del tren Villazón-Oruro aparecen los gigantes: Sajama y Chorolque. Memoria repetitiva, carga el don de la magia.

 

De una manera u otra he completado la vista de al menos 19 países, cuánto falta todavía, que no veré y sobre lo que solo puedo, y suelo, elucubrar. Ahora que ya no está presente Ismail Kadaré, Albania ha retrocedido en mi lista, así como Kosovo y Macedonia. Estando el gran novelista vivo, gran albacea de estas tierras, me hubiese sentido mejor. No sé si me interesa trashumar por la tristeza que dejó el comunismo, que hubiera estado con o sin Kadaré. De niño me ha quedado la imagen de una novela de Constantin Virgil Gheorghiu cuando sus personajes vagan por la frontera y por encima de la noche se alza una bandera roja indicando el suelo esclavizado de Bulgaria.

 

Estoy enfermo de melancolía austrohúngara.

 

Por el colorado cielo de Potolo, bajando de montañas negras, sobrevuelan por el cielo seres aterradores, dragones del tiempo que al dividirse Gondwana tomaron diversas formas al inclinarse hacia el Tigris o el Congo, el Amazonas y el Mississippi, al Danubio de mil razas y mil orillas. Universo multiétnico, riquísimo en música y arte popular, cuya destrucción retrata Aleksandar Tišma con la masacre de Novi Sad, su ciudad. Hace poco me aconsejaba mi amiga Paola que debiera considerar Novi Sad al hablar de pasar un tiempo en la vieja Yugoslavia.

 

Húngaros masacran judíos y serbios en la bella Novi Sad. Pasado el tiempo, ni el asesinato masivo destruye el carisma de un pueblo, sus árboles y calles, letras fervientes, dispersas, conocidas o desconocidas que hablan de vida, contra quienes no sirven de nada legiones de hierro, estrellas carmesíes o cruces gamadas.

 

Me sucede: melancolía austrohúngara. ¿A quién culpar, a Joseph Roth? Han comenzado a incendiar el bosque que en tiempos de la Guerra de los Treinta Años cubría el continente. Abundancia de árboles para abundancia de muertos. Los últimos unicornios perecieron en tal lucha non sancta. Se les vio corriendo, pocos se detuvieron, atrapados en los tapices que vi en Cluny. Colecciones enteras desaparecieron durante la revolución francesa, el humano es la única bestia sin pelos que destruye lo que crea con fruición. Nobles polacos exhibían con dejo superior restos de cuerno de unicornio. La corte francesa de los Valois viajaba por meses hacia Cracovia para coronarse como dinastía allí también.

 

Queda detrás mío el castillo de Bar, hermoso entre tus manos, Natalia, en la región de Podolia que fue el inicio de mi obsesión ucraniana. Fuego en la floresta de Serebryansky.

 

Momias ahumadas en la Papúa occidental.

 

Cuando montas en el ceibo te puedo ver los pies, Francine, de intenso blanco, venas delicadas que parecen no llevar sangre sino tul.

 

Por el Cañón del Sumidero, sur México, se van las penas, mal amarradas en cartón que no resistirá la turbia hecatombe del agua. Así quería deshacerme de ustedes, arrojando una pluma Parker a las brasas de un conversadero en Tiquipaya. Falsos santones y alcohol pachamámico. Pura cochambre aburrida. La idea, tonta idea, era que con esa pluma nadie más podría escribirte. Vanidad de pillo mediocre, de creer que estas manos bicoloras conservan el secreto de las voces. Las llamas consumieron el objeto, derritieron metales leves con algún chisporroteo. Luego quise anotar impresiones y no tenía armas. Los profetas se habían ya disparado y lanzado a la caza del culo que es su peculiar religión. A poseer en las lascivas letrinas pieles hechizadas por aún no encuentro qué.

 

Camino de regreso a Cochabamba, pero no estoy aquí, sino en la península de Istria, entre Trieste y Rijeka. Tal vez vaya a Zagreb. Tal vez me vaya al diablo.

 

Cuerpo no me abandones que te necesito cuerpo, sangre que carne, que llora cataratas rosa de herida en vilo. Tal vez vaya a Ljubljana, tal vez. Dónde estás que no te escucho. Una ráfaga de polvo nos corta en dos a orillas del río Ravelo. Pero no estoy aquí, lo he dicho. Me han visto, musitan, y lo vi también, sentado a orillas del bosque de Kreminná arrasado, leyendo un martirologio apócrifo.

15/08/2024

 

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Imagen: Sireno, arte popular mexicano 

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