Thursday, September 12, 2024

Carta a Poltava


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Cada día leo tu última carta, la del catorce de mayo, como si fuese el Evangelio. Acabo de apurar un café negro con cheesecake que preparó mi hija. Me he sentado a transcribir textos de escritores que admiro pero antes reviso el archivo de tus misivas y tus primeras postreras líneas. Muy rápido se ha ido todo desarrollando y estoy en vigilia de un largo viaje decisivo. Por supuesto iré a buscarte, no siguiendo huellas, porque no las hay, sino en tarea de descubrimiento. Gracias a la tecnología voy recorriendo rincones de tus calles, conociendo detalles, fotografiando. A la sombra de tanto árbol de Poltava.

 

Miro videos de Lviv hermosa, es algo que me debo también, pero antes a la cuasi sombría parte del oriente. No arrojaré flores a los rusos, caminaré por encima de sus tumbas como Atila, que no crezca hierba de sus despojos, así fueran jóvenes, inocentes, obligados, no me interesa.

 

Descanso en el panteón griego, en la cima de una colina de Poltava. He visto, e imagino, la estrategia sueca contra Pedro el Grande, las huestes del atamán Mazepa. Barricadas en forma de canastas. Los moscovitas nunca perdonaron eso a Ucrania. Lo sé, y tanto más, y a veces converso con ucranianos que desconocen su historia. Cosa común en cualquier lado. Por ello me quedo pensativo esperando el crepúsculo, oteando callejas que se encienden una a una por si apareces. Hay dos trenes que nos esperan, según deseos tuyos. Uno iría desde Kiev a Varsovia, a Berlín, a Zúrich, terminando en París que has decidido ver cuanto antes. El otro saldría de la capital rumbo a Budapest, de allí a Múnich, a Estrasburgo y otra vez París. Estábamos en los jardines del Luxemburgo Sainte-Beuve, Petrus Borel y yo. Estoy en este moderno teatro helénico de Ucrania central con Gogol y Sholem Aleichem. Contigo, siempre contigo, pidiéndote recordar los versos de Shevchenko que aprendiste en la secundaria. Luego te pones vestido negro, aretes de estrella y te vistes de noche.

 

“El amor tiene un acentuado sabor a vidrio”. René Char.

 

La copa de vino camina por el salón, se diría que es caniche rojo y enano. Me distraigo. Al darme vuelta te miro y pregunto quién eres porque belleza no vi tal. El vino ladra, el perro duerme. Un par de cuadros demasiado grandes en la pared del café. En algún momento te desnudas y calzas sencilla polera clara. Tus senos abiertos y protegidos por sostén azul. Sonríes. Ya te he dicho que nadie sonríe así, ni Venus escogida por Alejandro Priámida, ni Diana cazadora con liebres en el hombro camino al reino de los dioses.

 

Sueño despierto. Abro las imágenes del teléfono con esperanza del “Putin asesinado”. Ya viene pero me voy poniendo impaciente. El buscador de eternidad, sin filosofía alguna, será flagelado, masacrado según costumbre de su pueblo. Boyardos devorados por perros, zares estrangulados por parientes, carne picada de otrora poderes absolutos, el sótano de Ekaterinburgo. Ingleses y franceses tuvieron “decencia” de afilados metales, cirugía política; más allá de los pantanos anida otra cosa, el instinto básico del lobo. Los vio Alejandro el Grande; los vio Heródoto. Escitia era un lugar muy grande del mundo. Todavía lo es y terrible.

 

Pero dejémonos de sangre. Recuerdo que escribiste, ante mi augurio del fin del conflicto, que al fin podrías vivir como un ser humano y no como un animal. Tiempo que llega, con duras dificultades, seguro. Podremos escondernos del calor bajo robles al lado del Vorskla, con tu famosa mermelada de grosella negra extendida sobre el pan. Retorno a lo bucólico, gritos de aves y cigüeñas de largas patas anidando en grupo en las chimeneas que sobrevivieron. Frío kvass si no quieres cerveza. Hacia el este las nubes se tiznan de lluvia.

 

Veo una hermosa casita amarilla cubierta de hiedra.

 

Salto por la ventana. El nazareno caminó encima de las aguas, yo floto en el aire con alegres pasos de klezmer que me asocian a Chagall. No te animas a realizar un viaje allí a ver si siguen pululando cabras verdes y gallos aéreos. Demasiado presente el dolor. Y aunque parezca una barbaridad escondo mi libro de Iván Bunin de ti. De Rusia nada; de Bielorrusia tampoco.

 

Preparábamos el encuentro con bombos y sonajas. Te dije que alistaras un traje cosaco rojo, botas negras y sable real. Vino la muerte de mi hermana, llegó la pandemia, vino la guerra y los años pasaron con más de mil doscientas cartas. En ese período leí a Olga Tokarczuk, algo más de Claudio Magris, al extraño M. Aguéiev; escribí sin pausa, breves textos rumiando al mismo tiempo la novela del Arcángel. Hoy estuve con Jesús y dijo que pensaba que el “buey” estaba muerto. Podría ser, traía a la muerte colgada de sus espaldas, con un corto látigo de tortura y los ojos idos cruzando el Bravo a Tamaulipas.

 

Contemplo el verde edificio de la izquierda. Contrasta con tu abrigo oscuro. Podría ser que en 1920 se viera igual. Tengo que revisar la historia para ver si entonces por aquí merodeaba el hetman Kornilov, o Majnó, o Petliura. Me apasiona saberlo. Se agota el silencio que sigue a medianoche. Tus párpados cierran el día, la historia. Mañana todavía despertaremos al grito de sirenas, a ese lúgubre aullido de los drones en el cielo. Da miedo, hechicería del tiempo, soberbia humana. Aquí no se inventó nada. El espectro Viy ya traía ello consigo, y había doncellas de fina belleza que volaban al atardecer con escobas produciendo sonido similar. Cierro tus párpados de nuevo y quisiera ser dios.

 

Decía Milosz en una carta mencionando a Proust que “Hay por supuesto la búsqueda de una realidad que quedó sepultada con el pasar del tiempo”. ¿Habla Czeslaw Milosz de nosotros, Irina? Ojalá que no. Tal vez mañana tenga noticias tuyas. Es posible que no y no importa. Si he combatido dolores de olvido antes de preparar mi viaje, martirios que ni la morfina extinguió, no voy a quedarme ahora atado de manos. Poltava no es muy grande y la recorreré de extremo a extremo, igual que hacía en la Cochabamba de mi juventud cuando no había un peso en el bolsillo y el aire estaba viciado de alcohol. Desde un hotel con ventana, yo que viví treinta y cinco años de noche, podré darme cuenta de cómo se agita la ciudad cuando el hombre duerme. Allí haré mis planes y diseñaré mis sendas. Sé que al fondo estás tú, sonriente, entre ropas de arco iris.

11/09/2024 

Saturday, September 7, 2024

Termitas de fuego


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

“Ground Control to Major Tom, Ground Control to Major Tom”. Dile que la amo, como el cosmonauta de Space Oddity mensajea a su esposa en el ya imposible planeta. En mi caso no me pierdo yo sino ella, los detectives no la encontraron en la largueza de esos campos donde crecen huesos y no plantas, calaveras que no flores. El tiempo de las naves espaciales es ya de otra esfera. En la tierra hay un retroceso histórico. A la vez que la guerra de Ucrania es la tecnológicamente más avanzada, se ha convertido, en el campo humano, en conflicto medieval. Podría ser el imperio de Timur, o Temüjin, o  cualquiera de los mugrientos reyezuelos europeos que afirmaban su poder con violencia y crueldad. Fueran los asirios forrando los muros de las fortalezas conquistadas con pieles de sus enemigos desollados, o las fúnebres catapultas que en lugar de rocas arrojaban cuerpos descompuestos dentro de las ciudades. Hay un bosque especial, desde Lituania a Bulgaria, cruzando Valaquia, el de troncos cortados con ramas vivas, gente empalada que dura días en el tormento y se seca de a poco, lejos ya incluso del dolor, en la inercia del tormento sin luz ni sonido, sin la amada, que una siempre habrá. La central llama al astronauta y este no responde, se ha ido siguiendo una estrella que murió hace un millón de años pero brilla; se arrojó en brazos de la ficción.

 

“Thermite”, o “termita”, es un compuesto químico que se está usando desde el principio de la guerra pero que ha adquirido notoriedad esta semana por su manejo a través de drones por el ejército de Kiev. Vuelan estos nuevos dragones, así los han denominado, y van arrojando fluido candente sobre los bosques en donde han excavado trincheras los rusos. El líquido cae, incendia, destruye metal, piedra, concreto; disuelve la carne humana. Aparte de ello un dron va filmando y desde el infierno del poeta italiano, desde el Bosco o Giotto, no se han visto avernos tales. Demonios cocinando hombres en marmitas gigantes, hundiéndolos con tridentes en el Reino de los Narakas, uno de los seis reinos del samsara y de mayor sufrimiento de la cosmología budista. Competencia de atrocidades. Si siempre fue así, nos mintieron los santones. “Qué dirá el Santo Padre que vive en Roma, que le están degollando a su paloma”.

 

Óxido de fierro y polvo de aluminio mezclados que en combustión producen intenso calor. Dos veces el de la lava ardiente, unos 2500 grados centígrados, dos el del fuego azul. Nací mirando en Siete Días Ilustrados ataques de napalm que arrasaban Vietnam. En los albores de la muerte me despido con otro fuego incluso más terrible que felizmente no vieron mis padres. Pienso, cuando envejezca, qué recuerdo de belleza me llevaré al último minuto, si alguno, o solo escucharé el clamor enloquecido del martirio.

 

Gaza. El ejército de Israel lanza a los túneles de Hamas bombas de esponja. No explosionan, generan una espuma que se solidifica de inmediato y sella entradas y salidas que podrían usar los fundamentalistas islámicos. Emparedar. Retorno a Bosnia y un famoso diablo que las fuerzas musulmanas habían emparedado en las ruinas de una fábrica hasta que lo liberaron los encargados de la paz. Enterrados en vida, disueltos, cabezas de prisioneros ucranianos puestas sobre picas ¿de qué siglo hablamos?

 

Los nazis rusos del grupo paramilitar La Española, hinchas del Shakhtar Donetsk, combaten a favor de Putin con inaudita ferocidad. Dice ABC de España: “Son un grupo que grita «Española, española» metralleta en mano mientras deja un rastro de símbolos de clubes de fútbol por cada conquista. Su objetivo es ganar terreno con el lema «no detengan a los hooligans» y una francotiradora de la unidad comenta ante las cámaras de AFP que no tienen miedo a nada. Dicen luchar por la gloria de Rusia y que son distintos a los soldados, porque ellos operan bajo una estricta idea de unidad. Mientras en redes escriben: «Ayer apoyaban a diferentes clubes y hoy están hombro con hombro en una trinchera contra un enemigo común ¡Uno para todos y todos para uno! ¡No retrocedas y no te rindas!»” Pronto veremos a tenistas, pesistas, ciclistas, garrochistas y etcéteras fundando batallones de la muerte. Muchos atletas ucranios han perecido en combate, como voluntarios, eso es diferente.

 

Siguiendo con la vedette del Kremlin, bueno para combatir osos de opereta y bañarse en aguas heladas, ducho para amarse con The Donald, el pervertido aspirante a dictador de los tristemente ignaros Estados Unidos, escucho reír a periodistas ingleses de Times Radio relatando que el tirano toma baños de sangre, con aquella que chorrea de las astas cercenadas de los renos rojos de Siberia. ¿Quién es el tipo este? ¿Reencarnación de Erzsébet Báthory? El condeso sangriento… Necesitamos de nuevo a Valentine Penrose y a Alejandra Pizarnik para que al menos nos detallen los pormenores del vicio. Cuentan que tiene a todo el servicio médico de la Federación Rusa buscando desesperado la fórmula que permita alargarle la vida. Muy simple: asesina, viola, decapita, invade porque tiene miedo, terror de encontrarse ante la nada; quizá no existe el divino que los fascistas de la iglesia ortodoxa rusa dicen que aguarda detrás con los brazos abiertos. Mamá, no quiero morir, aullaba lloroso el supermacho comandante Hugo Chávez con su pequeña gorra de heladero ambulante; ahora este otro cambia pañales al disparate de tanto mearse. Lean, carajo, cómo murió el cabrón de Venustiano Carranza en Tlaxcalantongo, o el gran Felipe Ángeles ante el pelotón de fusilamiento. Bien que les haría a estas meretrices, al otro maricón de Orinoca también, aunque lo dudo.

 

Ya no es un dragón solitario que asola los paisajes de Tolkien; por encima de Kharkiv y de Donetsk pululan bandadas de ellos cargados de fuego. De nada vale rezar ni lamentarse, ahora hay que destruir a Rusia y los términos los pusieron ellos. Georg Trakl escribe:

Caminante por el negro viento; el seco cañaveral

susurra suavemente en el silencio del pantano.

Una bandada de pájaros silvestres cruza por el cielo gris;

en línea transversal sobre las aguas tenebrosas.

Tumulto. En la cabaña negra en ruinas

bate sus alas negras la putrefacción:

deformes abedules suspiran en el viento.

Atardecer en la taberna abandonada. La dulce melancolía

de los rebaños que pacen tiñe el camino de regreso al hogar,

aparición de la noche: sapos emergen entre las aguas plateadas.

 

Añade Lorca: “Dime, Señor, ¡Dios mío! ¿No llega el dolor nuestro a tus oídos?” No le llega, Lorca, ni un poco. Vacío. Solo estás en la cuneta de otro medioevo, solo y mudo, solo y mudo, solo y mudo.

 

Zuzanna Ginczanka:

Matas de crin de caballo, manojos de hierba de mar,

nubes de cojines y almohadas rajados

que mi sangre recompondrá, convirtiendo sus brazos en alas,

transformando en ángeles esos seres alados.

 

Dedicado a quienes la denunciaron a la Gestapo.

 

Alisten motores, que vuele el fuego por el mismo cielo que vio irse al mayor Tom de David Bowie. Cielo infierno, jóvenes bailan con luz negra, pegados; un pequeño diablo carmesí salta alrededor mío dentro de una iglesia muerta hasta que lo agarro. Lo descabezo y cuelgo la testa en medio de mis máscaras funerarias punu, pared de cementerio.

06/09/2024

 

_____

Imagen: El Zaqum  es un árbol que crece en el Yahannam. Los condenados se ven obligados a comer su amarga fruta. Malik es el ángel que guarda el Yahannam, asistido por 19 zabaniya 

Wednesday, September 4, 2024

Sweet Road to Nowhere


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Aridez, desierto de vírgenes. El zapateo dudo que plazca a ninguna divinidad por el polvo que levanta. Chicha color de leche sucia, diseños en el frente de los pantalones masculinos, si pareciera la corte francesa por lo emperifollado de los detalles. Fiesta de la llamada Mamita de Sik'imira, Raqaypampa. Otra vez, los hombres decorados con sombreros singulares que algo, un poco, recuerdan los de los kazajos y sus grandes águilas cazadoras de zorros en el brazo. No es el Tian Shan, son cerros más bien modestos de un antiguo espinazo de montañas que baja por América del Sur. Mamita Sik'imira, protégenos, tú que te escondes en nicho de trapos llamativos, para ser cargada en andas en medio del humo de incienso. Entrecierro los ojos no porque sueñe sino porque el alcohol ha cedido mi cuerpo al desdén. Podría ser la ruta de la seda, podría ser una imagen que retrata Gurdjieff. Rodeados de rastros de modernidad, Toyotas Hi-Lux, los dioses han entrado en el comercio y mi retórica del pasado ancestral suena a rictus de borracho. Existe, creo, todavía lo inconsciente, lo inmaterial que surge del tono de una zampoña y que es por ahora todavía mayor que la inundación de lo inerte. Eso que me sale personalmente sin yo darme cuenta y menos intelectualizar sus sentidos.

 

Sikimira apodó mi padre a mi hija menor, Aly. La Hormiga, a veces roja violenta, a ratos negra trabajadora y alerta. Nombre que viene de tradiciones familiares y habita hoy en una moderna ciudad norteamericana del medio oeste, donde en los powwow hermosos trajes de guerra de los cheyennes, arapahoes, siouxs y paiutes llenan la pradera de Colorado y los jefes en perfecto inglés te piden diez dólares por una foto. Dónde están los feroces comanches o los merodeadores hunkpapas, de los lakotas, que comían corazones invasores en Little Big Horn. Como los yampara aquí (que no es aquí en el momento pero que siempre Bolivia es en donde teclee mi obsoleta laptop) y sus sangrientas fauces libertarias.

 

En el techo del tren, Tren al Valle, cruzo Tin Tin y Vila Vila, miro el poderoso Caine en Puente Arce. ¿Qué edad tengo? La suficiente para recordar. Tuve amor de un día en Pasorapa y no me llevé su rostro conmigo pero sí un montón de papas marrones que me regaló. Era cuando conocimos al francés de Moissac y lo alojamos en casa de los Flores en Aiquile. Lloroso pasaba yo por allí, mucho después, buscando a mis hijas mientras el terremoto derribaba iglesias e iconos católicos de yeso inútil. Buitres negros pequeños de cabeza pelada en la entrada del gran río. Ni me acuerdo si entonces ya había papayares, la desolación pesaba más que ancla profunda y mi amor era un desecho de provincial riña de gallos. En 1986 fui a Moissac solo para ver. Curioso. Occitania magnífica en donde no dudo había rastros profundos de mí que no me interesó ver. Soñaba con Alemania, sabiendo lo frías que son las alemanas, pero su piel era de agua tibia y sus vellos de alcanfor, como que tenía cien años en sus treinta y viviría igual que Matusalén.

 

Un triste vagón de contrabandista entre Oruro y Villazón extirpó su recuerdo. Lo arrojé en una botella de cerveza paceña en la inmensidad entonces no famosa de la sal, por un vidrio roto. La puerta del baño golpeaba, quebrada, incansable. Gente que entraba gente que marcaba fronteras, si me entienden. Llanura del hedor, ventanas cerradas, no abras que te dará aire y quedarás de boca chueca, tocador de armónica de Apalachia, banjo y borceguíes.

 

Hablando de folk norteamericano busco una vieja versión de The Sink of the Reuben James, historia del hundimiento del destructor U.S.S. Reuben James por un submarino alemán en 1941. Creo que no he escuchado canción más desoladora. Un su lírica cuenta como los cuerpos de los marinos se van al fondo helado del mar, casi imitando a los longevos tiburones de Groenlandia que viven a mil metros de profundidad. No la encuentro; hay hermosas versiones de Woody Guthrie, Pete Seeger y otros pero aquella no. La grabé de un cd de la biblioteca de Denver hace décadas. La recuerdo y basta. La memoria no es frágil. Tardes que habré pasado en la calle Clarkson escuchando a gran volumen The Carter Family, música rural de los años 20, de iglesias soterradas en medio de la madera salvaje, de entiérrame debajo del sauce llorón…

 

Cierta vez en el Café Fragmentos un tipo me dijo que dejara de tocar aquella música de gringos. Observé al pajarraco y le quité las plumas. Me puse en el cabello parodiando a un bravo shoshone algunas de sus más largas, y me pinté el rostro con tintes de fuego y ceniza. Entiérrame amor debajo del más grande sauce llorón, under the weeping willow tree; hazlo porque un día te besé y sentiste en mi jugo el sabor de morir.

 

Sicaya, Moissac, Knoxville, Tennessee.

 

Lodève, Ellicott City, Edirne, bombas caen sobre Poltava y te busco entre los muertos. Los rostros se parecen. Me extrañarás cuando me vaya como yo te extraño cuando te has ido.

 

Padcaya. El río Bermejo corre por varios cauces. Inmensos cañaverales luego, naranjales. Aves de rapiña firmes a manera de soldados. Les miro los ojos y creo que lloran. Será por el Chaco. O por Horacio Quiroga. O las tontas canciones de amor. Cuando despiertes quítame la tierra de encima, desnúdame la carne de gusanos, frótame con vinagres y óleo de palta. Después ámame porque tal vez es última, solo se acepta resurrección de tres días; más que eso, herejía.

 

Cargan a la mamita Sik'imira porteadores similares a las expediciones del África, a los nobles del oriente camino del Mekong. Pero aquí no hay agua, ni lluvia hay, la única humedad sale de mi boca o de tu otra boca, salivas sabor de ilusión. Ante la sequía no quedan dioses que valgan, santos ni vírgenes. Vengo de las puertas de la muerte y he aprendido a no mentir. Ríen, se burlan de mí las momias, los momios malgaches carentes de muelas. Amanece, pero miento y digo que atardece, crepúsculo color de oca cocida y moscas mariposas de tornasol.

04/09/2024

 

_____

Imagen: Buscarril, Cochabamba 

Tuesday, September 3, 2024

Blogs. Septiembre 2024


1 750 550 lecturas en los blogs. 958 319 para SUGIERO LEER y 792 231 para LECOQEN FER. A pesar de que los blogs van tornándose obsoletos, estas dos ventanas continúan atrayendo lectores. Muy satisfecho. Lejos está el tiempo cuando una crónica de Roberto Navia Gabriel atraía más de 12 000 personas en menos de una semana a estos días en que si se llega al centenar o al doble es ya un triunfo. Tuvo su época y todavía dura. Si habrá otras formas de proseguir lo evaluaré en su momento pero ahí está como un gran documento colectivo lo que se escribió desde 2009 hasta ahora en el país y el mundo, aparte de mis escritos personales. Ahí y en la Nube, pero nunca en las nubes ni al servicio de nadie. ¡Gracias!

Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Denver, septiembre del 2024

Imagen: Pablo Picasso, 1938

 

Sunday, September 1, 2024

Zelda y los tatuajes


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

He notado que poco a poco voy moviendo mi casa hacia donde muere el sol.

 

Cena en Zorba's. Zelda sirve con rigor y sonrisa. Hermosas piernas tatuadas. Quiero ver tus historias, explorar el recoveco de joven de capote perdida en el bosque. Completamente decoradas, con excepción de la parte posterior del muslo izquierdo (me recuerdas a Kristina, de Kiev, solo que las suyas las cubrían arabescos y narraciones sobre ti). Interrogante, acertijo, no pregunto, solo estúpidamente digo que era el tuyo el nombre de la esposa de Francis Scott Fitzgerald, que tuve un libro de ella, sobre ella, que regalé cuando emigré en reversa hace un año. Tengo cierta enfermedad por las mujeres con anteojos. Me han dado analgésicos, calmantes, narcóticos, opiodes y no dejo de caer bajo su embrujo. Aguardarte al fin del turno, trashumar el viejo Denver lleno de fantasmas y maricas. Llegar a una puerta que en este caso será de destino y arrojarme al precipicio. Al fondo corre turbulento río con peces carniceros, agua clara turbia al revolcarse. Caer en ti, averiguar si no solo las piernas se han pintado, tal vez el vientre, los senos, la naciente del cuello con dos puntos colorados marcados para el vampiro. Luego dormir, dormir, dormir, soy la bella durmiente del bosque y escucho crepitar de caballos. Despierto y se escucha el grito agudo y persistente de las chicharras. Detrás de él, silencio y la puesta del sol teñido.

 

Deambulo en la caverna musgosa de tu sexo, inquietantes coralinas, cloroformo y floripondio. Recuerdo, cómo no, el viaje al centro de la tierra, las veinte mil leguas de viaje submarino, el correo del zar. No libros pesados, sesudos, sino colores de fanfarria, de pífanos y muros derribados por trompetas. En tu rictus entreabierto, anteojos desubicados, la tenue sonrisa del desvelo y el más que encanto. Entonces sí, Zelda, te digo, y nada en esta noche de agosto podrá alterar la cábala del encuentro. Borges quedó atrás conversando sobre Spinoza con judíos ciegos, y Lytton Strachey describía la elegancia victoriana. Tú, con leve baba glamorosa en la mejilla, oliendo a infierno paraíso anuncias que el plato que he escogido es el mejor de la casa, el que más te gusta, por el que me harías el amor como lo haces, con delicado tono de azahar y agrio jugo de pimientos griegos. No habrá postre, apúrate que esta noche tomo un viaje sideral, que únicamente postergaré por un minuto más en donde tus tatuajes se han puesto izquierda y derecha al alcance de mi vista, mientras tomo té chino ¿o es de frambuesa y granada?

 

Imágenes superpuestas, juegos de cámara como en Abel Gance. Explorarte, mujer tatuada, jugar a Ray Bradbury, mientras la delicada argolla de tu labio fustiga la afonía a manera de antiguo obús de campaña. Dime, Zelda, observa por la ventana si la noche ha terminado. Dependerá de ti que sea un cuento de hadas. Caso contrario, crucemos el parque Cheesman por un café, no donde los rusos porque la repostería es vieja, a otro lado. Café con chocolate y masitas danesas y entonces hablemos de futuro. O, como te dije, que esto quede en cuento de hadas y al salir nos desvanecimos haciéndonos domingo y rutina.

31/08/2024

 

_____

Imagen: Theodor de Bry