Claudio Ferrufino-Coqueugniot
De mi archivo de música saco un disco viejo: Mama Catash, de Los Engreídos Olímpicos de Huancayo. Bellísimo. Lo conseguí en Denver gracias a Juan Cántaro, compañero de labor y nativo de Huancayo. Pequeño y furibundo. Llegó hacía años con otros paisanos suyos contratado para cuidar caballos en California. Luego derivó en Colorado, y allí trabajamos juntos. Recordé, viéndolo, el retrato que hacía José María Arguedas de los indios del Mantaro, nunca sojuzgados. Juan discutía y se enfrentaba a tipos el doble de su tamaño que le temían porque su rostro se transformaba en ira. Dioses antiquísimos de la montaña. Está en uno de los más bellos libros escritos: Los ríos profundos.
Suena la
María Angola en el fondo de la memoria, campana con gotas de oro. Continúo yo
con la conquista del Perú. Huáscar Inca ha sido detenido por Quiz Quiz y
Atahualpa por Pizarro, casi al mismo tiempo. Al sur, cerca del Cuzco el
descendiente del sol; al norte, en Cajamarca porque no se pudo en los Baños de
Cunoc, el usurpador. El cura Valverde, con cota de malla sobre el pecho, alcanzó
a Atao Huallpa, el quiteño, las Escrituras y este las arrojó lejos. Nos
enseñaron en la primaria esta escena que supuestamente habría decidido la
suerte del rey. El sacerdote demandó a Francisco Pizarro el castigo del hereje.
El soberbio magnate andino que se creyó invencible cayó al silencio de la
oscuridad. A Fray Vicente de Valverde lo devoraron los isleños de Puná en el
futuro.
Difícil
escribir y no bailar con esta música. La lluvia me tiene de rehén dentro del
departamento, a pesar de que me encanta mojarme. Pretexto. Euforia de estos
musicantes que bien se llaman a sí mismos engreídos y olímpicos en justicia. Región
caótica desde siempre, además de hermosa. La resistencia a España, las hordas
de Sendero Luminoso, el narco desperdigado en cada rincón.
Perú.
Magnificencia del Señor de Sipán. 5000 años de Caral.
Vallejo y
Scorza. Ricardo Palma y Mariátegui. Escribía el poeta César Calvo en Nocturno de Vermont:
(Qué luna
inalcanzable
desmadejan tus manos
en tanto el tiempo temporal golpeando
como una puerta de silencio suena.)
He visto
llorar a Juan Cántaro, cuando por la noche limpiábamos los oscuros antiguos
pasillos de la Universidad de Denver. Lloraba por María, mexicana, a quien
había arrebatado a un coyote guatemalteco, detestable y más pequeño que él, que
traficaba personas y cobraba a las mujeres que pasaba con su cuerpo. Se las
chingaba atravesando Las Cruces, Nuevo México, al borde del desierto de
Chihuahua. Allí hay un puesto fronterizo norteamericano. Volviendo de uno de
sus viajes, encontró a su esposa, en su cama, con el peruano y el drama finalizó
el matrimonio. Ellos, los infieles, se casarían y terminaría también mal.
Lloraba Juan en la oscuridad de la
biblioteca en el sótano, con originales de Desiderio Erasmo y Descartes iluminados
con lamparillas singulares. María no era linda pero sensual. Tenía gran éxito
entre los hombres.
Se volvió a
casar, con otra mexicana. Tenía Juan un carácter de mierda, irascible, no
aguantaba nada. Trabajando él de noche, así fue por largos períodos, ella
consiguió sustituto; el invierno de Colorado es durísimo. El feroz indio del Mantaro
reaccionó de forma extraña. Compró una casa porque había ganado mucho dinero y
permitió a su esposa vivir con el otro en la parte superior mientras él
adecuaba el sótano para sí. Más una vagoneta cero kilómetros que se la regaló.
Más todavía: registró una empresa de canaletas para el “muchacho”, como lo
llamaba e incluso lo ayudaba en eso cuando había demasiada demanda. Caminos de
la vida…
Hablaba tanto
de la muerte siendo menor que yo. Sabía, decía él, que al envejecer lo
soterrarían en un asilo y que su fortuna se quedaría con el otro; con su hija
también por supuesto. Lo había aceptado. Volver al Perú era impensable. La
guerra de Sendero había eliminado todo recuerdo del país. Destrozó el recuerdo,
aniquiló la esperanza. Alcanzó en los Estados Unidos lo que nunca había soñado.
Supongo que las vicisitudes resultaban minucias dentro del amplio panorama. Yo
discrepaba con lo que hacía pero lo respetaba y jamás se lo mencioné. No tenía
amigos y de los que más desconfiaba era de sus compatriotas. He oído eso antes
con distintos grupos étnicos…
Cinco
canciones del disco. En cuarenta minutos se escucha. Lo vuelvo a poner. Mama
Catash es mama Catalina. Aquí se utiliza el vocablo “mamacata” para referirse a
mujeres gruesas. Se deriva de mama Catalina pero no sé mucho más. En algún lugar
del disco el vocalista grita “puro Huanta”. Hablamos de Ayacucho, de una ciudad
que dicen la esmeralda de los Andes, cercana a la región del VRAEM, centro de
la guerrilla post senderista y del narcotráfico ligado a ella. Vaya ritmo,
perfecto para bailar y derramar chicha desde inmemoriales tutumas. Violencia
imperando por sobre la belleza del valle de los reyes. Tragedias nuestras.
De Juan me
queda este disco. Lo llamé el último junio pero no pudimos vernos. Le conté que
estuve en España. También historias de su raza, su pueblo, de cuando la vida
era pobre pero no corría la sangre en las acequias. Su negocio, porque es suyo,
de las canaletas va muy bien. Prestar servicios es la mejor manera de
enriquecerse en el norte. Cada vez más los inmigrantes latinos fundan pequeñas
empresas, algunas se hacen grandes. Inmigración de gran dinamismo y brutal
trabajo. Su mujer parece contenta con su “muchacho” y el viejo Juan Cántaro con
proveerlos con esa felicidad. Vale, claro que sí.
Silencio en
la noche. Aquella canción argentina se referiría al Somme, a la calma que
sucede al horror. Abro la puerta y mi departamento se diría que es la boca del
lobo del quinto piso. Nadie otro vive en él. Solo mío. Hay dos puertas cerradas
enfrente. Gradas hacia arriba y hacia abajo. La espiral que permite ver el piso
del fondo. En Nueva York me gustaba salir del cuarto del Hotel Chelsea y
apoyarme en las escaleras interiores y contemplar su fondo. Algo de mágico en
ello, hechizo de lo solo.
Dylan
Thomas muere en la habitación 206 del Chelsea. “Do not go gentle into
that good night”. Do not.
26/12/2025
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Imagen: Huancayo antiguo

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