Monday, February 15, 2010

Entre dos mundos/MIRANDO DE ARRIBA



Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Mientras en Bolivia sonaban las bandas y el baile era flor, en Aurora, Colorado, el invierno se hacía benigno y nos regalaba apenas diez grados bajo cero. El hielo se rompía como en cristal bajo las ruedas del automóvil y la nieve oblícua deformaba la realidad de las cosas.

Los días son un vaivén entre la nostalgia y el desespero del tiempo; difícil mantener un equilibrio que permita no formarse ideas erróneas sobre lo que fue y lo que es. Péndulo doloroso, quizá, de todo inmigrante, aunque la riqueza de saberse partícipe de dos o muchos mundos, en lo cotidiano, alienta el deseo de vivir y conocer, de sentirse tan uno ante una máscara punu -gabonesa- como ante un tejido de los yuras de Potosí, ante una cachaça nordestina y un tequila blanco de cien años; con un danzón -veracruzano o matancero- o un taquirari de los llanos orientales.

Los días de Carnaval agudizan el recuerdo, porque siempre conservamos algo de la niñez, o de la juventud en que los globos con agua se acompañaban de mujeres alegres que tal vez ya sean tristes, que ya no jueguen con globos porque hasta éstos caen víctimas de las horas, inocentes e irrestrictos como parecen.

Los danzantes en ese rectángulo populoso de la televisión, llegaban en hordas desde Oruro, Nueva Orleans, Rio de Janeiro, Vallegrande, Trinidad; en Aurora los motores echaban exhausto, agredidos los vehículos por el frío, que amenaza con extremo convertir a los hombres en animales salvajes, cubiertos de pieles, sangrantes las bocas de carne cruda, ateridos, aterrados y energúmenos frente a la superioridad natural, cuando, al mismo tiempo, las tetas del Mardi Gras se cubren de collares de cuentas, donde los que trafican reciben amor a cambio de pelotitas plásticas, de violetas imperiales que alucinan ser las conchas marinas de admirable color que alguna vez cubrieron los cuerpos creoles de la Luisiana.

Un día sí, un día no, deambulando como Evtuchenko entre los lados del péndulo, en el eterno retorno que tanto evoca a Nietzsche como a Azorín, intentando hacer de dos senderos uno, o al menos dos que se unan de cuando en cuando para asegurar un fin conjunto y compartido, aquel que permita conservar los dos polos del mestizaje cultural que no pueden ser menos que buenos, así frío y calor, baile y abstinencia, carnaval y ostracismo, aportan al desarrollo personal, al intelecto, a la sensibilidad y también a la sensiblería para no dejar de ser humanos.

Momento habrá en que los cabos que en apariencia flotan sueltos se unan, que esta novela negra de subsistir y progresar al mismo tiempo, de incertidumbre y de verdades encuentre su medio, una ínsula donde los continentes y las lenguas converjan, no para convertirse en unidad, sino para convivir en paz entre todas en instantes que pueden ser segundos o largos, cuando los bailarines desnudos de Bahía descongelen el invierno de Vancouver, o cuando los ciervos de las altas colinas de Colorado se paseen por lo bellamente histérico del Socavón en febrero.

I Tunes toca "La guacamaya", de Veracruz: "cuando me llevaban preso de Veracruz a Orizaba", "ser quisiera guacamaya, pero de las más azules, para sacarte a pasear sábado, domingo y lunes y hasta el martes que me vaya". Ave popular en tonada popular que me hace volar sobre diabladas y morenadas, sobre linces y estruendo de hielo.
15/02/2010

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Publicado en Opinión (Cochabamba), 23/02/2010
Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Sucre), 18/02/2010
Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 20/01/2010
Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 14/03/2011

Imagen: Guacamaya en vuelo

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