Monday, February 22, 2010

Premuras/MIRANDO DE ARRIBA


Creer que el texto que uno ha enviado cubre la responsabilidad
semanal de escribir puede ser seguridad mal comprendida. Cuando
se trabaja en prensa se sabe que a veces hay un espacio inesperado
-que hay que llenar- y que no puede ir vacío. Se echa mano a textos
antiguos, fotografías, lo que sea y venga.
Hoy ocurre algo así. Me disponía a dormir una siesta, alternarla tal vez con los juegos de invierno en Vancouver cuando al ver mi correo electrónico un aviso de ¡¡urgente!! destroza los sueños de inercia y me sienta incómodo ante mi computador con la mente en blanco. Repaso la temática última de mis escritos de prensa. Me cansa ya la mascarada boliviana y me niego -hoy- a recordarme las individualidades que detesto y que también merecen descanso luego de la feria de Alasitas donde, en miniatura, rogarían por su ambición.
Son las doce cuarenta, apenas pasado el almuerzo, y creo que la comida y comer son tema literario inagotable y rejuvenecedor. Comienzo entonces con un programa televisivo, donde un chef de gran maestría y dudosa virtud sugiere algunas delicadezas para recibir la gente en casa. Agarra el mandil, se lo ciñe, y palpa el filo del cuchillo en premonición.
El atún es un pez que jamás engaña. Pobre, pensar que para semejante lealtad necesita estar muerto, sacrificado, cazado, descuartizado, congelado, vendido tocado y retocado por manos orientales en el mercado de peces japonés, donde se negocia con sabor y donde la humanidad pierde, más rápido de lo que se piensa, lo poco que le queda. Pues bien, nuestro chef se dedicará a describir un platillo de atún que recordaré con esta mente que todavía no tocó el Alzheimer para calcarlo hoy en que no hay clases y la nieve cubre casi todo lo que vive afuera, porque lo de adentro, como en el tango, no descansa... por el contrario crece, inventa, trafica. Hace frío y manos a la obra.
Lo ideal es utilizar un filete de atún fresco. La delicia cuesta como diez dólares sin embargo y es menester cambiarla por un par de latas, dos por un dólar, con el mismo pez, y un gusto que no tiene nada de malo. Vaciar el atún en recipiente hondo, rociarlo con jugo de limón, bañarlo con un chorrito de aceite de ajonjolí mientras se le pone mayonesa hasta alcanzar un tipo de textura suave sin ser aguada. Se aumenta algo de mostaza, gotas de vinagre de manzana y salsa de soya medida para que su fuerte sabor no elimine el de la carne que comienza a aromatizar la cocina.
Muero por una copa de vino que tengo a mano. Un McManis californiano, cabernet- sauvignon. Pienso que con esta comida beber un poco disminuiría la posibilidad de diferenciar un almuerzo con una obra de arte. Nada mejor que el agua entonces para la sed y el deseo de éxito, que en caso de comidas se torna imperecedero como en conquista amorosa. Sal, pimienta, vinagre de nuevo.
Hay que añadir, cuando ya la pasta parece lista, jengibre fresco, o en polvo si no queda opción. Algo, muy poco, de wasabi, que, junto al jengibre, si se exagera, pondrían un dejo picante que no se quiere alcanzar. Cebollines en picado fino, rociados como confites de matrimonio, más el toque mágico de semillas de ajonjolí y está listo. El preparado se sirve sobre paltas cortadas por la mitad, paltas rellenas acostadas en cama de lechuga. Se salvó el hambre y se escribió algo. Casi lo mismo.
22/2/2010

Publicado en Opinión (Cochabamba), 2/3/2010

Imagen: Arte aborigen australiano

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