Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Me retrasé, que es palabra decente para decir olvidé, el texto para el diario de mañana. No es que una columna de opinión necesite de un gigantesco intento intelectual, pero al menos algo de preparación. Ahí cuento con la ventaja de que puedo escribir casi lo que quiera, que la trivialidad del panorama nacional, sobre todo el oficial, ofrece caldo riquísimo para preparar cualquier plato: soso, picante, dulzón, amargo. Escribir sobre Bolivia, y no se lo tome a insulto porque representa una realidad concreta y presente, es tan sencillo como sacar del armario el marimacho y cavar las papalisas del patio. Que no sembró mi mujer –aclaración válida- para seguir los consejos del canciller sobre la lujuria intrínseca de este tubérculo, sino por razones netamente agrícolas y experimentales. Que a unos les sirva para el estómago y a otros para el bajo vientre es cuestión de elección política, ni más ni menos.
El domingo
festejamos el cumpleaños de mi hija menor. Si algo he aprendido a apreciar en
los años que sobrepasan la juventud, es el sabor del ron, puro, como lo
sugieren los especialistas, pero también en Cuba Libre con una pizca de limón.
De gusto tal, inevitablemente, tenemos que pasar al dilema de la Coca Cola.
Dimes y diretes, desmentidos, asnadas y mesnadas expresadas y aleccionadas,
sobre esa bebida que representa el capitalismo, el avasallamiento, etcéteras,
pero que tiene un irremplazable sabor. Si en el bar plurinacional me traen un
Havana Club, 7 años, mixturado con mocochinchi, habrán destapado un foco de
sedición, porque se lo tiraría por la cabeza. Tanto se ha convertido ese trago
en una representación cultural del siglo XX, que no solo se canta en los viejos
calypsos de Trinidad, sino que se lo ofrece, al módico precio de casi cinco
dólares, un cuarto del salario de un empleado público en la isla caribeña, con
Coca Cola de verdad, en los lujosos patios del Hotel Nacional de La Habana,
solo para exclusivos que pueden y tienen, y privativo, por no decir prohibido,
para los locales a quienes se oferta una bebida similar (TuCola), que algunos
consideran de calidad infecta e imposible para el gusto cincuentañero del Rum
and Coca-Cola sobre el que cantaban en 1945 las Andrew Sisters.
Es que todo se ha
trivializado. De pronto los mayas aparecen cómplices de la conspiración contra
la Coca, Cola porque la otra es cantar distinto, y resulta que sus ahaus y
katunes sirven de pretexto a representantes de un pueblo pregonado más antiguo
que ellos para determinar el fin de un estadio y el principio de otro ¡en el mundo!,
y enseñar los misterios de la en verdad misteriosa por fantasmal fuente de sus
saberes. Que nos libre Dios, o la papalisa, en esta juntucha de necedades en la
que nos hemos convertido, donde amautas sagrados cargan como prosaicos
cargadores material y producto del tráfico de droga, a no ser, y eso pronto nos
lo dirán, que somos ignorantes y no conocemos los vericuetos de la sabiduría
eterna y sus engañosos caminos para alcanzar la gloria ancestral, eso sí, sin
faltar buen whisky, satélites, bemebés, hummers, ternos de lujo, y, seguro, a
escondidas, Coca Cola para la elite mientras la chusma pelea a sangre y fuego
por el mocochinchi que no alcanza ya que nadie cultiva los pobres duraznos por
la exagerada actividad con secadoras portátiles en otro rubro, ajena a la
producción de aquella bebida comunitaria.
Lo dije, basta
rascar un poquito en la superficie para hallar temas que darían libros en
volúmenes mayores a los de la biblioteca de Alejandría, que es donde se
quemaron, y por eso ya no hay, los secretos de la desmesura plurinacional.
Mientras tanto digiero, porque no me gusta su sabor, un trozo de papalisa. Lo
apuro con Coca Cola, por las cualidades de plomero que le atribuyó el Profeta
(no el de Gibrán) cuando se alinearon las estrellas en Tiquipaya, aunque en
realidad eran tres focos de 40 watts que entre el polvo zapateado parecían los
ojos de la Vía Láctea.
02/08/12
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Publicado en
Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 03/08/12
Imagen:
Goya/Capricho #38 (Brabísimo), 1796-1797
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