Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Guardo antigua afición por los inuits. Entonces les decíamos esquimales, término que, Ander Izagirre señala, no gusta a los pobladores de esta región ártica por su connotación peyorativa. Esquimal significa “comedor de carne cruda”, y en verdad lo son, según cuenta el autor, tragando él mismo con dificultad, como inmensas aspirinas, trozos de narval crudo -cetáceo mitológico-, en un viaje a Groenlandia.
Cuando mi hija
Emily visitó Manitoba, le pedí que fuera, ya que no podía hacerlo yo, a la
Bahía de Hudson y me trajese algún objeto de arte popular de Nunavut o Nunavik,
dos de las cuatro regiones inuit del ártico canadiense que colindan con tal
provincia. Eso a raíz de haber visto el catálogo de la soberbia colección de
Chauncey C. Nash de arte inuit y otros fascinantes detalles.
Groenlandia, e
Izagirre lo relata, ha entrado en un período en que las prospecciones
petroleras, azuzadas por el calentamiento global que permitirá con el deshielo
acceder al petróleo a menor costo y mayor facilidad, la casi obligan a hablar
de independencia. Hace muy poco, sin embargo, esta conversación independentista
se ha visto truncada en base a referencias a la tradición local de caza y
pesca, asunto que en Groenlandia cruje (eCícero, 2012) se mira
como cosa de ayer gracias a la globalización, turistas, muebles Ikea y
televisores Samsung. El rescate del pasado, para la nueva dirigencia local que
no desea romper lazos con Dinamarca, forma parte de su política de
contrarrestar el en apariencia imparable avance chino en pos de los recursos
naturales de la isla-continente. Con lo que eso conlleva, de acuerdo al
capitalismo salvaje que idolatran los comunistas de Beijing, paradojas afuera.
Groenlandia
cruje es un
magnífico libro de viaje, periodismo al natural sin pretensiones que abarca un
espectro amplísimo, desde la geografía a la historia, al cotidiano vivir de
isleños en los dos países visitados; crónica contemporánea, leyenda, y el acre
pero atractivo sabor de la aventura marina a la que nos acostumbraron los
literatos del norte.
Con rapidez, el
mundo inuit se ha ido derrumbando. Los cazadores de focas hoy sitúan sus cotos
de caza en modernos GPS. “(…) Las focas, ignorantes de los satélites que las
vigilan, mantienen sus costumbres. Los cazadores ya no”. Se ha perdido ese juego
de emoción y peligro que estaba en buscar la subsistencia con pocos recursos
disponibles. Los nómadas se han hecho a la fuerza sedentarios. Abuso y alcohol
en la noche eterna del polo llevan al suicidio. Me recuerda un filme islandés, Noi (Dagur
Kári, 2003), escenificado en Bolungarvik, mínimo pueblo pesquero del noroeste
de Islandia, al pie de una impactante montaña de hielo, donde alguien
acostumbrado a la comodidad consideraría imposible vivir. Aunque en Noi nadie
se suicida -sí mucho en los países nórdicos y abundante en Groenlandia-, ese
entorno me llevaría a opinar que en semejante geografía el suicidio debe ser la
única distracción.
Groenlandia, de
noche permanente y espíritus diabólicos, forma la primera parte del libro
digital de Ander Izagirre. Comienza con una expedición de amigos partiendo de
un punto del que Fridtjof Nansen debiera haber iniciado la suya. Como kivigtoks
que se pierden en la marea blanca del tiempo hasta hacerse mitos. Sociedad
cazadora que, expuesta hoy, se revuelve dramática entre pretérito y futuro;
“sociedad desarraigada, violenta, desesperada”, dice el autor. Cuando la nieve
se derrite, alrededor de las cabañas quedan restos de focas, sangre congelada,
mierda de perro…
Luego Ander va a
Islandia, la tierra que cambia a diario, la más nueva porque se remoza con
estertores volcánicos día a día; la más anciana, Última Thule, de escritores
antiguos y narrativas de parricidios, incestos, lobos devoradores y dioses
jorobados. La de hombres tozudos que levantan otra vez sus casas sobre la lava
que las ha arrasado, que utilizan el calor infernal del vientre de la tierra
para calefacción de hogar, para crecer papayas y bananas en ilógicos
invernaderos.
El viento azota
la isla y en tres ráfagas este periodista de a pie da una imagen sobrecogedora
del país. Camina sobre tierra no muy firme, por lo dicho, y admira el fanatismo
superviviente de un pueblo que navegó hasta el fin del mundo. Los islandeses
secan toneladas de cabezas de bacalao aprovechando los vientos helados. Las exportarán
a Nigeria, afirman, porque se consideran delicadezas allá. Visita un museo
fálico, falos de toda especie, centenares, que ilustrarían los vericuetos de
las Once mil vergas de Guillaume Apollinaire, pero estas están
disecadas, expuestas a los visitantes, y vienen de todo el reino animal (de
goma, las humanas).
De Kulusuk a
Husavik, de Groenlandia a Islandia, jornadas memorables.
06/06/13
_____
Publicado en Puño
y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), 11/06/2013
Imagen: Portada
del libro de Ander Izagirre
No comments:
Post a Comment