Tuesday, June 25, 2013

Ferrufino y el icono del Che



La figura del Che Guevara sigue provocando pasiones, sobre todo en Latinoamérica. En Bolivia, donde perdió la vida en una aventura guerrillera que constituyó un error monumental que le costó la vida al médico argentino, esas pasiones son encontradas. Las refleja incluso la literatura o el periodismo. Claudio Ferrufino-Coqueugniot, uno de los escritores bolivianos más prestigiosos, da buena prueba de ello. Nacido en Cochabamba en 1960 y residente en Denver (EEUU) desde 1989, Ferrufino obtuvo entre otros el Premio Casa de las Américas en 2009 y el Premio Nacional de Novela de Bolivia en 2011. Ferrufino consideraba los libros sobre el Che de Humberto Vázquez Viaña, recién fallecido, “documentos imprescindibles para hacer revisión de nuestra historia”. En el número 25 de ATLÁNTICA XXII, aparecido el pasado mes de marzo, Ferrufino publicaba un artículo sobre la figura y la influencia del revolucionario argentino en el dossier que la revista dedicó al Che. Lo publicamos a continuación.

Los pasos del Che

Por Claudio Ferrufino-Coqueugniot.

En casa nos formamos sin iconos: ni vírgenes, Cristos, revolucionarios. Ninguno decoraba las paredes. En la biblioteca del largo pasillo, al lado de bloques de vidrio que permitían pasar mejor la luz, la cosa era diversa. Se hallaban Papini y suHistoria de Cristo, como el Manifiesto Comunista y El corto verano de la anarquía, de Hans Magnus Enzensberger. Y Mi lucha (Mein Kampf). Leer, no idolatrar, esa era la idea, supongo, detrás de la educación de mis padres. La Biblia participaba también como un libro más de asuntos interesantes, no como objeto de dogma.

Crecimos con el Che. Nací en 1960 y desde temprana edad sonaron los nombres de Cuba y Ernesto Guevara en nuestras conversaciones. Che, además, había vivido en la sierra de Córdoba, como tías mías y mi madre en Córdoba capital, lo que lo hacía cercano, hasta familiar. El nombre de Cuba hoy ha perdido mucho de su encanto, hechizo tal vez, sin que ello impida que a pesar de todo, la “isla” sea un hermoso país. Resulta complicado, difícil, deshacerse de los ideales que nos alimentaron.

Recuerdo un atardecer, mientras el crepúsculo se ahogaba en el mar y el bus corría por delgados caminos vecinales, que miraba el Escambray y ni pensaba en la otra guerrilla, la no castrista que hubo allí, llamada ahora “de bandidos”, sino en el Che. Lo mismo en Cienfuegos, inventándome historias con la chatarra militar que la invasión de Cochinos dejó por el campo. Dudo que incluso un análisis somero de la experiencia socialista, guerrillera, los errores de concepto y planificación de la experiencia boliviana, la inmundicia de la traición y el abandono, alejen de mí la admiración que sentía, y aún siento, por él.

A fines de los setenta, principios de los ochenta, varios amigos viajaron de incógnito a entrenarse en la isla. Todavía entonces, una década después, se creía en la estrategia de la lucha armada por una facción de élite. Tenía, aparte del hecho de la aventura, el aliciente cercano de la victoria sandinista en Nicaragua, hecho que festejé con alegría. Lo mismo cuando hicieron volar a Somoza en Paraguay. Sobre esto, mucho después, leí un libro que escribía el hijo de Massetti (absurdamente muerto en Salta), y comenzó a desfallecer el ímpetu “revolucionario” que se originó en la zozobra de 1967 cuando lo que más se esperaba eran noticias de Ñancahuazú.

La muerte del Che no tuvo entre nosotros ese flujo mesiánico que corrió por el mundo al ver el cadáver con un dejo de sonrisa e imagen de profeta. Che, lo que nunca hubiese él querido, nacía allí como asombro, religiosidad, y el trágico destino de convertirse en icono pop de la sociedad de consumo, asunto aprovechado incluso en la Cuba que amó. El mito arrasó con la idea. Hoy lo venden al lado de Marilyn y John Lennon.

¿Que si se equivocó? Hace unos años, antes de otro mesianismo oscuro, el de Evo Morales, creí que no cuando vi una foto del New York Times de un campesino de Eterazama, de los que combatían a los soldados, con la figura del Che. Vana ilusión. En Chapare no se acunaba una revolución guevarista; era simplemente otra manera de aprovecharse de una imagen que por encima de la muerte sigue teniendo algún significado. El presidente de Bolivia protege sus espaldas, en palacio, con la famosa toma de Korda. No tiene implicación ideológica. Che incluso sirve para una experiencia de capitalismo salvaje, de pillaje con etiqueta de socialismo, como sucede en la Bolivia actual. Destino inevitable de los grandes hombres.

Antes de su muerte, ambicioso lector que fui de niño, recorría siempre los reportajes que hacía Siete Días Ilustrados, de Argentina, sobre los focos guerrilleros de América Latina. En Guatemala, en Venezuela, con las constantes voces de que Che andaba por allí. Y estaba en África, al lado de quien el comandante consideró inútil: Kabila. Kabila llegó a presidente; Che se pudrió bajo el concreto de una pista de aterrizaje, vilipendiado por la deprimente casta militar boliviana, traicionado por su no menos deprimente izquierda. Se equivocó entonces. Pero no todo por ser Bolivia. Las lecturas eran erróneas. El mundo no funciona según patrones, así parezca.

Atrás en el tiempo, en un cinema de avanzada en Denver, miramos con mi esposa la película del segundo Che. La primera de Soderbergh mostraba al triunfador. La que presenciábamos, al derrotado. No era la derrota en sí. El filme abundaba en tristeza, en la desesperación inútil de contemplar un absurdo: hombres deambulando en busca de poco de comida, olvidados, abandonados. Épica de tragedia griega, últimos destellos de grandeza humana, para luego caer pasto de la insania, la locura, estupidez que dejaron los gringos en nuestros países con la pesadilla de la seguridad nacional. Digan buen día a papá, denle matarile.

Humberto Vázquez Viaña, hermano del “Loro” (cuya forma de morir martilleó incansable mi infancia), escribió no hace mucho dos libros (Editorial El País, Santa Cruz de la Sierra) sobre hechos de los que fue testigo presencial: la guerrilla del Che, el nacimiento y fin del ELN. Documentos imprescindibles para hacer revisión de nuestra historia. Pero, en ámbito más privado que académico, desazón de escuchar lo mal que se programaron las cosas, las deficiencias logísticas, la miseria intelectual y espiritual de algunos actores en contraste con la inmensidad de otros. Relatos en que lo político deja lugar a una historia de hombres llena de traiciones, desencuentros, fracasos. La incansable pregunta de mi padre que cómo un hombre como Che vino a morir acá, en qué pensaba. Los comunistas locales sufrían de las mismas taras de aquellos a los que deseaban combatir.

En Los Ángeles, 1997, exhibieron una colección gráfica sobre la figura del guerrillero argentino-cubano. El espíritu difería de aquel del mercado. Lindo homenaje. Resulta extraño que hoy bailemos -ritmo similar- Hasta siempre, comandante, con la misma soltura que lo hacemos con El chacal de la Cabaña. Dualidad nuestra ¿o dualidad del Che?  
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Publicado en ATLANTICA XXII, Revista asturiana de información y pensamiento, 05/05/2013
Fotografía: En el mundo el Che es un icono y en Cuba se le rinde veneración, como en este cine de Camagüey. Foto / María Arce 

4 comments:

  1. Mito. Prefiero definir con esa palabra al Che. Los jóvenes d hoy veneran -en su estampa- una leyenda, con un romanticismo absoluto, y toda veneración -fanatismo- es un disparate ofensivo a la razón. Hace años leí unos crudos textos del hijo de Vargas Llosa acerca del "santo" guerrillero, con fiables testimonios de un cura q daban cuenta del "fanatismo comunista" en Guevara. Una mente atribulada que probó distintos roles, padre y comandante irresponsable, estratega pasmosamente ingénuo, y socialista con las mismas contradicciones de los especímenes actuales(apego a un buen Rolex, gusto por deportes capitalistas, verticalidad, silencio cómplice ante canalladas del loquito mayor..) En fin, un tipo atormentado q supo mañosamente mimetizar sus graves conflictos existenciales con un "arrojo" desmedido.., pero lo irreflexivo es un rasgo (psicótico) muy propio de los psicópatas q se consideran líderes o guías sin par, y autocomplacidos por su "magnificencia", acaban provocando -comandando- suicidios colectivos. El tipo comenzó digamos q bien, se hizo médico, pero luego decidió q era más bonito matar enemigos "contrarrevolucionarios". Matar, pues cualquiera puede hacerlo. Hasta una ameba puede, pero hallar gusto en ello, ya es cosa d otro nivel. Es mi opinión, sin ningun animo d ser malcriado, estimado Claudio. Abrazos.

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  2. Una opinión, Achille, y vale como todas. En mi juventud gusté de Guevara; nunca he idolatrado a nadie, ni a él ni a los ídolos de yeso. Soy más bien escéptico y cínico, pero valoré muchas cosas suyas. Su historia está ya trillada, y bien dices, hablamos de un mito. Cuando vi la película Che, la segunda parte, "la boliviana", me dio hasta rabia, porque aquella era una cojudeza mayúscula, peor fue la de Teoponte, y no puedo comprender, a no ser que hablemos de alucinacieon colectiva, como alguien en sus cabales puede elucubrar patraña semejante. No es que no crea en la acción directa, pero cuando leo la historia del ERI, irlandés, y la comparo con estos santos, asesinos, mártires, veo mucha distancia. Me pasó leyendo las Actas Tupamaras, qué era eso, niños bien jugando a ser apóstoles, dejeandose cazar como conejos. Pienso distinto. Abrazos.

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  3. Yo, como nacido a finales de los setenta, no he estado influenciado por las ideas revolucionarias y tampoco he vivido las dictaduras, con uso de razón quiere decir. De ahí que las ideas del Che no me producen ninguna pasión, soy indiferente y escéptico mas bien. He leído tanto a los apologistas como a sus detractores. Sin embargo, haciendo a un lado las acusaciones que pesan sobre él (que de chico era sádico con los animales, su machismo, su racismo con los soldados negros cubanos e indios de México, y sobre todo, su facilidad para mandar a fusilar como en La Cabaña, incluso conozco el poema de Stefan Baciu) me sitúo como boliviano que soy y me pregunto en qué carajos estaba pensando para ir a parapetarse en una región como La Higuera, a todas luces el peor lugar posible para esconderse y emprender una lucha armada. Y considerando que tenía la experiencia previa del Congo, me suena absurdo que no haya tenido la suficiente preparación de la campaña. ¿Qué clase de guerrillero que se respete a si mismo va a parar a un lugar así? ¿Acaso era ingenuo para dejarse engañar de esa manera por Fidel? ¿o el tipo tenía ideas suicidas para dejarse cazar como conejo, buscando ser un mártir?
    De ahí que no me extrañe que ningún intelectual de izquierdas (por lo menos no conozco) tome su figura como icono a seguir. Al contrario, es curioso que la gente más estridente y vulgar (Maradona, Evo Morales y su chaqueta) y la gente más joven e inexperta lo idolatre como si fuera Jesucristo. Un saludo cordial.

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  4. Toda la razón, José. Noté, entre los intelectuales de Bolivia, a partir de los ochentas, que trataban de desmarcarse de la "influencia" del Che. Incluso era mal visto, como cojudezas de jovenzuelos. ¿Maradona y Evo? Qué puedes esperar de estos especímenes. Saludos.

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