Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Tres de la mañana. Acostado en el que fuera dormitorio de mis hijas contemplo las cosas de sus armarios, bibliotecas, paredes, escritorios. Al frente, en la entrada de un pequeño pasillo, justo al medio, una bandera boliviana, entre un afiche del Festival Shakespeare de Colorado 1994 y un batik balinés en papel, al carbón.
En la franja amarilla destaca un escudo que cambió con el tiempo. Recuerdo escribir un ensayo sociológico sobre ideología en la filatélica boliviana y anotar las variantes de este en su conjunto y detalles.
¿Fantasma de Bolivia en un raro tórrido septiembre en la pradera norteamericana? No, presencia en el hogar, libros, tejidos, y etcéteras que ligan esa tierra al presente y la memoria. Pero desdeño el concepto de patria, vocablo equívoco y falaz. Eso me permite pecar y decir las cosas como las veo, amén de sentirme libre en una relación dinámica e indisoluble. Claro que me ha traído problemas, que un carajo me interesan. El de herir (entre comillas) los absurdos sentimientos de personajes que aseguran poseer códigos de ética y que en realidad tienen una cobardía que se les escurre por entre las piernas con aroma y temperatura de orina de vieja. Hay que lidiar con ello, con el provincianismo petrificado, con el mestizaje y sus vaivenes emocionales, con la solícita venia del servil. Ante el asombro que guardan por el poder y los omnipotentes. Endémica mudez que condena toda forma de expresión que carezca de “decoro” y que sea contestataria. No hagas, no digas, no opines. Esencia altoperuana.
Una silente zampoña cuelga en lugar de crucifijo. No hemos sido de misas ni frailes en casa; se lo debo agradecer a mis padres. Las manos sirven para algo mejor que persignarse. A diferencia de los “marxistos” bolivianos (que marxistas no son, o tal vez sí, si seguimos la visión apocalíptica que Bakunin tenía de estos tipos) mis labios no se hicieron para besar anillos cardenalicios ni faldones. Para besar mujeres y llamar cabrón al cabrón e ingenuo al santo. Claro que molesta, en ambigua sociedad de descastados y mentirosos, pletórica de apariencias e inventadora de mitos.
Un trozo de tela es un trapo. Si se le estampan colores, se le agrega algún símbolo, pasa a ser trapo colorido. Soy iconoclasta, pero veo a mis hijas norteamericanas, de sangre materna noruego-irlandesa, valiente y tozuda, demostrar tanto cariño por las banderas bolivianas que ellas mismas escogieron y compraron en calles que adoran y me guardo el comentario. Además que si entre un grupo de gente veo esos tres colores, inconscientemente me reconozco en ellos. Nos hace distintivos, como a cada quien le hará lo suyo. Sin embargo, ese sentimiento, o acción refleja, no impide la ferocidad con que se descubre lo que esconde debajo de sus pliegues. A no confundir, la defensa a ultranza de lo “nuestro”, que muchas veces es circunstancial, no puede conducir a la ceguera. “Caña, hay que dar caña”, me dice un amigo, porque de ella viene la crítica y luego la reflexión. No reaccionar como perras en celo, sentirse atacados porque algo supuestamente mella la dignidad nacional. Y menos orgullosos de que un individuo de extremadas viveza criolla y suspicacia indígena -hecho presidente- se pasee por el orbe mitificándose a sí mismo, y siendo mitificado por su población.
Mapa, bandera, himno, de una u otra manera están arraigados. Nos lo machacaron en la escuela, no puedo negar que con algún resultado, por más oculto que parezca. Entonces, por eso mismo, para defender un espacio sutil e ideológico que nos separa de otros, hay que hablar, decir las cosas, explotar contra los desmanes y desbaratar de ser posible el imperio hideputa de cualquier facineroso de turno.
A las tres de la mañana -ya las cuatro- miro la bandera boliviana que cuelga en la pieza de Emily y Alicia; cerca hay un cuadro de Seurat en el Palais de Tokyo y la fotografía de un gato negro; debajo una bolsa guaraní de fibra vegetal y una ch’uspa de Leque.
09/09/13
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 10/10/2013
Alta cadencia d fuegos.., la mejor. Gran verdad aquello d la necesaria "Caña", estimado Claudio. Dejemos las flores y los besitos pa los santos y maricones whipaleros; porque la brutalidad y vehemencia hasta en la medicina son necesarias -y deben usarse- ocasionalmente para revertir lo nefasto. El famoso "puñetazo precordial", una bofetada d gran calibre, por lo espectacular, para despertar a un flojo y distraído miocardio.. Amerita pues lo "violento" si así han de espantarse las anomias y asistolias. Doloroso? Si . Pero ya lo dijo un sabio amigo: No estamos en jardín d infantes.. Las moralinas y delicados saltos d danzarina, q las hagan esos q visten d tiernos y suaves colores.
ReplyDeleteUn placer d siempre degustar tus valientes luces, Claudio. Abrazos.
No había pensado en ese brutal golpe revividor de ustedes los médicos, Achille. Justa comparación. El cojo John Silver, de la Isla del Tesoro, esa joya de Stevenson, repetía, y me lo repetía mi padre Joaquín, "paciencia, mucha paciencia, y luego directo a la cabeza, sin contemplaciones". La paciencia se terminó.
ReplyDeletePlacer de leer tus comentarios también, lo sabes, y tus textos. Abrazos.
"Extremada viveza criolla y suspicacia indígena..." Qué bien se entiende eso por estos lados. Nos conocemos tan bien.
ReplyDeleteExcelente narración, estimado amigo.
Somos lo que somos, Jorge, y estos señores podrán engatusar a kis gringos, pero a nosotros no. Como dices, nos conocemos tan bien. Gracias y saludos.
DeleteDolorosa verdad esa de “esencia altoperuana” que nos define como país: calladitos, sumisos, agachaditos, resignaditos y hasta felices con los que nos toca vivir y tener de gobernantes a una manada de codiciosos oportunistas. Respecto a los simbolismos, siempre me ha llamado la atención que los norteamericanos pongan una banderita en el porche o frontis de su casa, todos los días del año, sin esperar a que las autoridades lo digan. ¿son patrioteros o quieren realmente a su país?, como no conozco la realidad suya me quedo con la duda. Eso sí, como conozco bien a mis compatriotas no me cabe duda de que somos unos patrioteros a ultranza, unos días específicos cantamos himnos y desfilamos y el resto del año torpedeamos o ponemos zancadillas a los intentos de progreso, ya sea mediante bloqueos, feriados y fiestas folclóricas. Así que ver una tricolor en el extranjero me parece un detalle colorido nada más. ¿orgullo de qué?
ReplyDeleteLos símbolos... Eso de las banderas norteamericanas en los porches, los automóviles, solapas, etc, todos los días del año, es un asunto muy complejo. Por un lado el feroz individualismo que no quiere saber de que el gobierno tenga mayor poder, y por otro el orgullo de ser "norteamericano" cuando esa caracterización es un conjunto de cosas tan diversas que su esencia se difumina. "No quiero que el gobierno husmee en mis cosas, pero estoy dispuesto a defender la patria". Puras interrogantes.
ReplyDeleteDe acuerdo con lo nuestro. Patrioterismo in extremis, pero a quién le importa lo que nos estamos haciendo, el yermo legado que fabricamos día a día para un incierto o un no futuro. La patria y sus fechas importantes es otro pretexto para la fiesta, que es la institución que mejor nos pinta. Personalmente no siento orgullo al ver una tricolor en ningún lado, pero sí interés porque querrámoslo o no son símbolos que nos agrupan. De ahí a hablar de patria es cosa distinta.
Totalmente de acuerdo con aquella idea de que hay que aferrarnos a algo, aunque sean unos colores que nos agrupan, porque finalmente son herencia de nuestros antepasados y nos proporcionan una identidad histórica. Pueblo sin memoria, pueblo sin alma, diría alguien. Gracias por la clara explicacion sobre la esencia norteamericana y esa tremenda desconfianza que sienten sus ciudadanos hacia su gobierno y al mismo tiempo amor al terruño.Un saludo.
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