Claudio Ferrufino-Coqueugniot
El 9 de septiembre termina la reclusión de Manuel Antonio Noriega, general, en los Estados Unidos. Pasaron 17 años desde que el otrora intocable militar se excedió en los límites que le permitía su socio George Bush, padre, lo que causó su caída.
Como buen militar, si dejamos de lado al gran Felipe Angeles (México), Noriega se caracterizó por su ignorancia, su falta de lectura, y no supo ver los ejemplos de la historia (léase Rafael Leónidas Trujillo); menos aprenderlos.
Se creyó, y otra vez volvemos a las notables taras del gremio, imprescindible, hasta ser arrollado como una mustia pelusa de álamo. Igual al "hombre fuerte" de Bolivia, Luis Arce Gómez, el de gorra ladeada de cobrador de cine, terminó sus días entre rejas, haciéndole ver de manera notable que sus servicios de caddie ya no eran requeridos.
Este poco ejemplarizador grupo de sirvientes del imperio, bien uniformados y dudosamente bañados en el panorama nacional, acabó con sus labores con el mismo Bush senior, cuando las circunstancias cambiaron. No significa que no puedan retornar. Allí están, anidando en sus cubiles, aguardando la hora del eclipse. En el caso de Panamá, al menos ahora, el ejército se ha disuelto y el general Noriega sería general de un ejército de uno, según anota un columnista norteamericano.
Francia reclama la extradicción del reo, con cargos de lavado de dinero. El pequeño nativo armado supo hacerse de propiedades por valor de 53 millones de dólares allí. Sus abogados reclaman que como "prisionero de guerra' merece ser repatriado a su lugar de origen.
Muchos mamaron de Antonio Noriega, porque estos generales se comportan como tremendas vacas lecheras y distribuyen favores, no suyos, a diestra y siniestra. Esos, algunos, están todavía en el gobierno, así como el partido que lo sustentaba.
Hay cargos criminales contra él en su país, pero sabemos cómo es la justicia en casos similares en el continente, y sería mejor que terminara sus días en una prisión francesa.
Dadas las circunstancias en la región, con la presencia de Hugo Chávez en Venezuela, un retorno de Noriega a Panamá sería harto peligroso. Nada raro que el "Bolívar de barro" -como lo nombra mi padre- lo adopte como otra bandera en su peculiar lucha contra los Estados Unidos.
Lo que corresponde hoy, ante un criminal común, es regalar su planchado uniforme de tropa al chino de la tintorería, al garzón del bar, y encerrarlo en la sombra hasta que él mismo se olvide.
29/07/07
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 07/2007
Wednesday, September 18, 2013
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