Monday, August 4, 2014

De Bosnia a Denver/CRÓNICAS DE PERRO ANDANTE

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Se han cumplido veinte años del inicio de la guerra en Bosnia, conflicto que obligó a mucha gente a buscar refugio en otros países. Buena cantidad de bosnio-herzegovinos terminaron en los Estados Unidos, y un nutrido número en Denver, Colorado.

Entonces, fines de 1992, yo tenía un delicatessen en la ciudad de Lakewood, luego de una en principio muy productiva sociedad de restaurante en el pueblo montañés de Leadville, villa que había sido la Meca de la minería del lejano oeste, y, como tal, nido de tahúres y bandidos. Oscar Wilde pasó por allí, leyendo poemas en el Saloon que aún se conserva. Era en ese tiempo la segunda ciudad de importancia en el estado. Hoy un lugar pequeño que ha perdido el inmenso glamour que poseyó. La visita cierto turismo, de gente interesada en las agotadas vetas de plata, aunque su nombre haga referencia al plomo, o en la historia del Far West que parece intocado en algunas edificaciones. En el bar cruzando la calle desde el salón, observé cowboys con pistola  y cartuchera al cinto. Dudo que lo hicieran como show. Era gente que se negaba a perecer. Leadville, situada en las cabeceras del río Arkansas es buen lugar para rafting y la vista de paisajes casi pintados.

Pues bien, mi restaurante en Leadville, The New West Café, tuvo duración efímera y el restaurateur, yo, cuyo menú incluía cosas tan diversas como el ají de fideo boliviano, terminó sus días en la cárcel, un día y una noche para ser precisos, por líos domésticos con el socio. Aprendía más lecciones de las diferencias culturales que no había atesorado en Virginia. El socio norteamericano se quedó con el lugar y la carta, sin durar mucho por la tragedia marihuana que asola este país.

Ya que estaba en el negocio de comida, abrí un lugar de emparedados, sopas, ensaladas, basándome en el estilo neoyorquino que aprendí en mis tiempos de la costa este. Con gran éxito. Sin embargo decidí para sustentar en inicio el funcionamiento del local repartir periódicos, que era una labor independiente, tranquila, muy bien pagada. Allí es donde un día, sentado en una de las bancas esperando que llegase el diario, al amanecer, leía Sucedió en Bosnia, voluminosa novela de un escritor que me deslumbró la primera vez, Ivo Andric. Se me acercó un hombre alto y rubio, con ojos celestes, y en su mal inglés me dijo que Andric era yugoslavo, como él. Nos enfrascamos en interesante charla que cada día fue convirtiéndose en amistad. Junto a él estaba un grupo de hombres y mujeres, paisanos suyos, quienes preparaban el periódico, es decir lo embolsaban para que los repartidores salieran a entregarlos. Humilde comienzo en el exilio obligado, pero un ingreso muy superior al que jamás habían conocido. La alegría de contar con auto usado, cada uno de ellos, y ropa nueva, mitigaba el dolor por su tierra y ocultaba quién sabe qué sufrimientos que no querían contar.

Un par venía de Sarajevo, pero otros eran de la Krajina, tanto la que fue ente autónmo serbio durante la guerra, enclavado en Croacia, como dentro de los límites de Bosnia, de un pueblito no lejano a Banja Luka.

Como ha sucedido con rusos, indonesios, los bosnios me cayeron bien y yo a ellos. Tal vez por el contraste con la fría seriedad de los sajones, quizá porque mi variado interés en la historia del mundo me hacía interlocutor válido para rescatar al menos en palabras lo perdido. Los norteamericanos que repartían diarios recibían los suyos, los alistaban en silencio y en silencio se marchaban. No sucedía así conmigo, un brasilero y un mexicano. De esos días surgió una amistad con dos hermanos, musulmanes a la manera del islamismo en Bosnia, y con un aspecto tan igual al de los serbios que los combatían que daba lástima el fratricidio, porque esa guerra fue entre hermanos.

Enriquecí mis conocimientos de la región. Me proporcionaron películas, con subtítulos en inglés, que daban fe de la gran vida cultural que se destruía en el conflicto. Me queda en la memoria el Sarajevo que me narraron, un pequeño París con efusividad balcánica. Sé que reconstruyeron la ciudad y así como Croacia ofrece playas maravillosas y antiguas fortificaciones que miran al mar Adriático, Bosnia oferta Sarajevo que según dicen ha recuperado su estatura de ser uno de los más hermosos centros urbanos de Europa. Y Banja Luka, capital de la Serbia bosnia, que acabó vencida, me pregunto cómo está, porque tanto Jamal como Nisvet Brakmic hablaban de sus calles arboladas por las que paseaban cuando hacía parte de su país natal, Yugoslavia, que la demencia barrió.

Lo extraño, que no tan extraño luego de 20 años, es que Jamal, a quien vi hace una semana en la reunión de managers del Denver Post, es un ferviente seguidor del tenista uno del mundo, Novak Djokovic, de origen serbio, como lo fue de Goran Ivanisevic, croata, un día campeón de Wimbledon.



Los bosnios que conocí hace veinte años conformaban un hato de seres humanos asustados por su destino. Solo uno que recuerde mostraba la altivez de quien había combatido por su tierra y matado. Nunca supe de él después de unos meses. De aquellos preparadores de diarios, ayudantes para lo que fuere conveniente en las inmensas bodegas de un medio impreso que alcanzaba el tiraje de un millón de ejemplares los domingos, tres terminaron en cargos de conducción. Uno se retiró no hace mucho por el fallecimiento de su mujer; otro, Nisvet, renunció voluntariamente ante la oferta de un buen desahucio, y mi amigo Jamal continúa firme en su lugar. Tiene ya tres hijos norteamericanos, con orgullo, dice. Y él y su esposa bosnia van de vez en cuando de visita a los Balcanes, y no se circunscriben a los poblados de donde vinieron, sino que van a pasar días de placer en la bella Belgrado. Como si el alejamiento, la acogida que tuvieron en USA, el éxito económico que alcanzaron, les borrase la pesadilla. Cuando paseamos por Belgrado, cuentan, nos sentimos en la capital de nuestro país. Yugoslavia renace en el sentimiento y la memoria. Siempre lo he afirmado, que el exilio protege aquello de más íntimo que tiene uno en relación a su país, su tierra, su bandera para los que les gusta la idea de patria. Y a pesar de que la historia haya establecido algo irreversible, ni ella puede controlar el corazón de las personas. 

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Publicado en Crónicas de perro andante (La Hoguera/Santa Cruz de la Sierra), 2013

Imagen: Diseño de TRIO Sarajevo (Bojan Hadzihalilovic, Dada Hadžihalilović, Lela Mulabegović Hatt)

3 comments:

  1. Extraño sentimientos de los bosnios exiliados que a pesar de las todavía no sanadas heridas no guardan rencor a los serbios, tomando en cuenta que estos fueron los peores y más sanguinarios de la guerra civil yugoslava, solo hay que recordar masacres horrorosas como la de Srebrenica o acciones de terror contra la población civil. A propósito, bien recuerdo una película, “Grbavica”, que narra el drama de una adolescente de Sarajevo ansiosa por saber quién ha sido su padre y cuya madre siempre esquiva el tema, hasta que finalmente le revela que ha sido producto de una violación por parte de soldados serbios. Lo inexplicable es que se hayan producido en un país europeo aparentemente civilizado acciones tan crueles y bárbaras como si habláramos de tiempos tribales. Diferencias, más allá de las religiosas, no eran del todo claras, como bien dices, todos son eslavos con fisonomías parecidas. Rivalidades ancestrales e históricas (como leí alguna vez en un reportaje de National Geographic) que apenas se contuvieron bajo el gobierno de Tito y que tras su muerte terminaron de estallar. Al final todos perdieron. Yugoslavia solo fue un espejismo, al parecer. Con razón se habla del carácter “balcánico”, antes no lo tenía muy claro. Gracias por la lectura y por compartir anécdotas personales, un tanto aventureras como las evocaciones al viejo Oeste. Así hasta el ají de fideo se antoja sabroso, eso sí, no hay mejor picante que un uchu al modo palqueño (con bocadillos de ceibo se acostumbraba antes, sabroso recuerdo, jeje). Un abrazo.

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  2. “Lo poco que aprehendemos de valía está en lo más simple, lo imperfecto, lo temporal, en el beso de una mujer, la sonrisa de un hijo, el afecto de los padres, un sabor, una mirada, alguna memoria, un vino, un picante…” elocuente, exquisito y evocador, fue este párrafo, al modo pavloviano alimenta mi espíritu el aroma (con perejil recién picado) y textura de un uchu familiar que de vez en cuando prepara una de mis tías (y al que procuro no perderme), recordando alguna fecha especial, como puede ser un aniversario de la muerte de abuela Virginia. (me veo obligado a comentar en este sitio respecto al último post, porque desafortunadamente el cibercafé tiene activado el filtro y por el título de “pornográfica” no me permite el acceso). Elocuente diatriba a los majaderos que nos gobiernan, pero sobre todo a los miles de idiotas educados que aplauden o son cómplices del circo.

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    1. En primer lugar, José, gracias por los detalles del uchu palqueño. Te he robado eso para un texto inédito aún. ya te avisaré cuando salga.
      Respecto a lo otro, ojalá tuviésemos un filtro similar para purgar a los plurinacionales, que nos dejen en paz.
      Bosnia y los bosnios... es increíble cuánto se puede olvidar y perdonar. Bosnia pagó en carne propia el dolor que causó a serbios y croatas cuando eran parte del imperio otomano. Un asunto que comienza con esa elección religiosa y el enfrentamiento con sus hermanos de raza. Los señores bosnios tenían privilegios otorgados por los turcos; los otros no. Ese rencor quedó muy hondo en la memoria, hasta 1992. En la diáspora pareciera, parece, que las cosas mejoran. Saludos.

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