Claudio Ferrufino-Coqueugniot
La Raza, así se
llama una de las mayores organizaciones latinas de los Estados Unidos. Y los
mexicanos se describen a uno y a otro como “raza” o “no raza”. Ya en el siglo XXI,
en los Estados Unidos, estas diferenciaciones parecieran haberse desvanecido,
pero conflictos como el actual de Ferguson, Missouri, recuerdan que la lírica
de una sociedad abierta no ha llegado a convertirse en un círculo perfecto, que
por los intersticios todavía escapan políticas de odio y discriminación: de
blancos a negros y latinos; de negros a blancos y latinos; de latinos a negros
y asiáticos, no tanto a los blancos porque quiérase o no esa es una raza con la
que se identifican, a pesar de que cuesta hacer creer a la mayoría anglosajona
que los latinos también pertenecen a tan amplia denominación.
Que el país ha
avanzado, no hay duda, y fue bastante explícita cierta igualdad en los períodos
de bonanza como los dos gobiernos Clinton. Pero cuando la economía toca la
puerta, otro es el cantar, porque allí hay grupos humanos, diferentes en color
y cultura, que bregan por un espacio de supervivencia y aspiran a más,
avasallando a otros. Lucha antigua entre negros y blancos, donde ahora tercia
una minoría importante, la primera, de latinos que aparecen en bloque, a pesar
de que con el tiempo se resquebrajarán en sus singularidades locales. Los
bolivianos de Virginia desprecian a los mexicanos; los guatemaltecos detestan a
los salvadoreños, y los argentinos, incluso compartiendo así sea mínimamente los
avatares de otras inmigraciones latinas, se consideran harina de otro costal;
sutilezas concretas entre nosotros y ajenas a la mirada miope de la sociedad
anglosajona que los ubica en montón.
Brutalidad
policial, abuso racial, perfil discriminatorio de un grupo mayoritario hacia un
segundo, que, para peor, en su tiempo fue esclavo. Las cárceles están llenas de
negros y latinos, pero, según las estadísticas, estos conjuntos humanos son
quienes cometen el mayor número de crímenes. Ambos lados dan razones y explicaciones,
de índole superflua, cuando el problema es estructural y de resolución a largo
alcance. Incluye educación, igualdad de condiciones, cosas que no se pueden
conseguir de inmediato. Hay un proceso histórico que no puede ser obviado y es
complicado de saltarlo. La economía norteamericana tiene una historia, donde
unos participaron como protagonistas y otros como resaca. Muy difícil obviar
pretéritos que condicionaron el presente y que condicionan incluso el futuro
inmediato.
La economía
siempre es determinante. Cuando sociedades reunidas alrededor de
características similares ven amenazado el status quo se defienden. Nadie
quiere extraños en su casa. Soportarlos nominalmente es una cosa, aceptarlos
otra muy distinta. Cuando en un barrio blanco rico se vende una propiedad a un
negro o a un latino, el precio de las casas contiguas pierde valor. Así de
simple y dramático. Ante situación tal, unos salen en desbandada y los
siguientes invaden. A ello le sigue un deterioro, un “rebajarse” de la zona,
situación que por lo general se confunde como debida a vicios y costumbres
atribuidos al Otro, cosa que a ratos semeja ser cierta, pero que está plagada
en demasía de prejuicios y falsa valoración.
Ferguson,
Missouri, simplemente nos recuerda que no todo lo que se ha hecho está bien. Mucho
sí, lo posible, pero quedan resabios profundos, quizá insalvables.
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Publicado en Séptimo Día (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 24/08/2014
Imagen: Ku Klux Klan costumes in North Carolina, 1870. (Engraving made from an 1870 photograph by U.S. Marshal J. G. Hester.
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