Luego de ser testigo de las brillantes exposiciones de Claudio
Ferrufino-Coqueugniot en la Feria del Libro, sobre todo por la presentación de
la novela Madrid-Cochabamba (Cartografía del desastre), escrita por él y
por Pablo Cerezal, y publicada por la Editorial 3600, traje a la memoria una
breve reseña que escribí de Claudio hace unos años, cuyo contenido exalta su
capacidad de asimilar y conocer con profundidad otras materias. La reproduzco
ahora.
Ganador del Premio Nacional de Novela 2011 (Diario secreto);
mención del Premio Casa de las Américas de Cuba con El señor don Rómulo;
y Premio de Novela del año 2002 en el mismo certamen (El exilio voluntario),
Claudio Ferrufino-Coqueugniot, un auténtico prestidigitador de las letras es,
para quien escribe, el amigo cibernético de las redes sociales que un buen día
se dio a conocer a raíz de un comentario personal sobre la obra de O. Henry, el
magistral narrador norteamericano. A partir de entonces se entabló una amistad
en que, espontáneamente, como suele ocurrir en el ancho escenario de Internet,
cada cual reveló sus afectos y desafectos literarios y sus preferencias
artísticas. Así, en un sinfín de diálogos en que la economía de tiempo por poco
hace desaparecer al gran Tiempo (una de las cualidades más sobrecogedoras de la
revolución tecnológica), Claudio se descubrió como hombre versado en el
conocimiento de diversas expresiones musicales como son, por supuesto, los
entrañables y variados ritmos bolivianos, o la música mixteca, aquella de
bandas de viento y grupos de cuerda presente en festejos profanos y religiosos
mejicanos donde desborda la alegría, o el dolor en los funerales. Pero esta
yuxtaposición de facetas musicales de nuestros pueblos confluye de pronto en
otra y disímil corriente musical, encarnada sin duda en la sangre europea que
corre por las venas del escritor: la chanson francesa del siglo XX, de la que,
según se extrae de sus comentarios, surge con nitidez la figura de Léo Ferré
como su más consumado exponente, no sólo por la creación musical, sino por su
lírica (no hay que olvidar que Ferré es considerado uno de los últimos poetas
malditos que ha dado la lengua de Baudelaire); y junto a él habla de Georges
Brassens, el cantautor de música poética e inconformista; de Boris Vian, autor
de canciones, poemas y dramas precursores del teatro del absurdo. Pero no queda
ahí. En cierta ocasión, discurriendo sobre un tema atípico –músicos que habían
cometido crímenes-, y luego de mencionar a Sid Vicious, antiguo bajo de la
banda Sex Pistols que asesinó a su novia; o a Jim Gordon, baterista
esquizofrénico que mató a su madre con un martillo (este músico escribió la
conocida canción Layla con Eric Clapton), recalamos, a través de una escabrosa
travesía por la criminalidad de músicos, en Carlo Gesualdo, extraordinario
compositor italiano del Renacimiento quien, luego de sorprender a su esposa en
flagrante adulterio, mandó asesinar brutalmente; hecho del que se tejieron
múltiples historias sazonadas a placer por los autores, y que quizá algo de
ello acompañe a su obra premiada (Diario secreto), pues en el momento de las
felicitaciones subrayó que al terrible Gesualdo le habría gustado su novela. En
fin, otro palpable ejemplo, el de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, de que al
mundo de las letras, en una esencial como inseparable unicidad, se asocian las
artes.
De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 12/08/2015
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