Thursday, August 13, 2015

La polimatía de Claudio Ferrufino-Coqueugniot


PABLO MENDIETA PAZ

Luego de ser testigo de las brillantes exposiciones de Claudio Ferrufino-Coqueugniot en la Feria del Libro, sobre todo por la presentación de la novela Madrid-Cochabamba (Cartografía del desastre), escrita por él y por Pablo Cerezal, y publicada por la Editorial 3600, traje a la memoria una breve reseña que escribí de Claudio hace unos años, cuyo contenido exalta su capacidad de asimilar y conocer con profundidad otras materias. La reproduzco ahora. 

Ganador del Premio Nacional de Novela 2011 (Diario secreto); mención del Premio Casa de las Américas de Cuba con El señor don Rómulo; y Premio de Novela del año 2002 en el mismo certamen (El exilio voluntario), Claudio Ferrufino-Coqueugniot, un auténtico prestidigitador de las letras es, para quien escribe, el amigo cibernético de las redes sociales que un buen día se dio a conocer a raíz de un comentario personal sobre la obra de O. Henry, el magistral narrador norteamericano. A partir de entonces se entabló una amistad en que, espontáneamente, como suele ocurrir en el ancho escenario de Internet, cada cual reveló sus afectos y desafectos literarios y sus preferencias artísticas. Así, en un sinfín de diálogos en que la economía de tiempo por poco hace desaparecer al gran Tiempo (una de las cualidades más sobrecogedoras de la revolución tecnológica), Claudio se descubrió como hombre versado en el conocimiento de diversas expresiones musicales como son, por supuesto, los entrañables y variados ritmos bolivianos, o la música mixteca, aquella de bandas de viento y grupos de cuerda presente en festejos profanos y religiosos mejicanos donde desborda la alegría, o el dolor en los funerales. Pero esta yuxtaposición de facetas musicales de nuestros pueblos confluye de pronto en otra y disímil corriente musical, encarnada sin duda en la sangre europea que corre por las venas del escritor: la chanson francesa del siglo XX, de la que, según se extrae de sus comentarios, surge con nitidez la figura de Léo Ferré como su más consumado exponente, no sólo por la creación musical, sino por su lírica (no hay que olvidar que Ferré es considerado uno de los últimos poetas malditos que ha dado la lengua de Baudelaire); y junto a él habla de Georges Brassens, el cantautor de música poética e inconformista; de Boris Vian, autor de canciones, poemas y dramas precursores del teatro del absurdo. Pero no queda ahí. En cierta ocasión, discurriendo sobre un tema atípico –músicos que habían cometido crímenes-, y luego de mencionar a Sid Vicious, antiguo bajo de la banda Sex Pistols que asesinó a su novia; o a Jim Gordon, baterista esquizofrénico que mató a su madre con un martillo (este músico escribió la conocida canción Layla con Eric Clapton), recalamos, a través de una escabrosa travesía por la criminalidad de músicos, en Carlo Gesualdo, extraordinario compositor italiano del Renacimiento quien, luego de sorprender a su esposa en flagrante adulterio, mandó asesinar brutalmente; hecho del que se tejieron múltiples historias sazonadas a placer por los autores, y que quizá algo de ello acompañe a su obra premiada (Diario secreto), pues en el momento de las felicitaciones subrayó que al terrible Gesualdo le habría gustado su novela. En fin, otro palpable ejemplo, el de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, de que al mundo de las letras, en una esencial como inseparable unicidad, se asocian las artes.


De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 12/08/2015



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