Claudio Ferrufino-Coqueugniot
La cerveza es mal consejero antes de un viaje. Pero no se
puede disputar con el sabor y una charla amena. Tiempo perdido y ganado al
mismo tiempo. Así, una usualmente columna seria, se transforma en página
suelta, escrita con la velocidad de cita pecaminosa, de encuentro fortuito y
efímero. Lo que no deja de ser bueno e interesante.
Hay un avión esperando. Poco se puede adentrar el autor en
los malabares confusos y complejos de la política, en arcanos que no pueden ser
vistos al vuelo. A la rápida, mientras se cierra la camisa, bombas e incendios
por todo lado: Afganistán ¿a quién asombra? en la encrucijada eterna de la
muerte. Tierra arrasada por la historia, tal vez por eso indómita. Acabo unas
páginas de un libro de viajes (1929) de Manuel Chaves Nogales, de un diario
madrileño. Va en avión, entonces todavía el ingreso a una modernidad
inesperada, a un sueño casi inconcebible si no fuese por las ilusiones de
Verne, de sobrevolar por encima de los tejados, aunque los barbados judíos de
Chagall lo hacían mucho antes, sin máquinas, en el frío cubierto de humo encima
de las isbas bielorrusas.
Vuelan las novias en los filmes de Kusturica. Los velos
semejan corrientes de aire frío. La paradoja de Bosnia, de la fantasía
incontrolable y la realidad bruta. A la magia del puente de Mostar, destruido
por tropas croatas, se adjunta la muerte en masa de Srebenica. Otra tierra
arrasada. Por eso indómita. Viajar es quizá la mejor página literaria. Hay que
adosarla con lecturas para situarse en los contextos. Otra vez, tiempo perdido
y ganado el de los aeropuertos. De aquí a unas horas veré el desfile de aviones
en Dallas, impresionante, mejor detallado y más marcial que cualquier desfile
militar. Entonces me adhiero a Chaves Nogales en su afición encantada de vuelos
y aviones. Como él miraba asombrado la campiña fértil y cultivada de Francia
así miraré la pradera y sus círculos dispersos, multicolores, de granos .
Tenía un par de temas que desarrollar y que guardo para
siguientes textos. Eso si no los avasalla la historia, que se ha convertido hoy
en tiempo de los teléfonos inteligentes, en una catapulta veloz e impiadosa. Lo
que es hoy no será mañana, algo que hace tambalear la idea de que la historia se
repite. Lo contemporáneo, gracias a la tecnología, ha ingresado en territorio
prohibido donde conceptos y conceptualizaciones anteriores tiemblan si no se
desmoronan, comenzando con la religión. Así, pensándolo bien, lo que se escriba
en no ficción peca de insustancia enfrentado al frenesí del tiempo. Resulta
entonces que cada página es apresurada, y que un artículo escrito entre hacer
la maleta y abrocharse el cinturón no desdice la época, es consonante y
coherente con ella. Qué alivio.
El vuelo tantos está preparándose a salir… Hallan restos del
avión malayo desaparecido; tal vez. ¿Es cada viaje una apuesta al vacío? Como
todo, como el diario trajinar al trabajo o almorzar un guiso casero. Mejor
dejar de elucubrar y asegurar los cierres, controlar el peso, revisar si pasta
de dientes y gomina para el cabello lacio están junto a las aspirinas. Empacar
un libro, claro. Escogerlo… ya más difícil. Me decido por El diario del ron,
de Gonzo, para continuar la noche y la trasegada fresca y mareante de una
Stella Artois tras otra.
03/08/15
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 04/08/2015
Imagen: Cristóbal Toral Ruiz
Ja, doy fe de que la cerveza es lo más contraindicado para un largo viaje en avión. Hace muchos años en vuelo directo a Madrid (y mi único al extranjero), creía que lo mejor para conciliar el sueño era tomarme dos latas casi seguidas, a modo de calentar la cabeza. Mala idea, ni dormí ni fue placentero el viaje en esas estrechas carcachas del Lab (lo que me hace pensar en esa apuesta al vacío, y haber tenido tanta suerte de llegar sanos y salvos), y con la vejiga oprimiendo ni siquiera pude hacer uso del asqueroso baño y tuve que aguantarme hasta llegar al aeropuerto de Barajas. De ese viaje me impresionaron los inmensos y geométricos campos de (probablemente) olivos y naranjos que se podían divisar desde mi ventanilla al atardecer, no parecían tener fin. Y contemplar el grado de desarrollo urbanístico, sobrevolando Madrid antes de aterrizar fue como ver otro mundo. Siempre se aprende algo de los viajes. Aquella vez aprendí de primera mano que como país no éramos nada. Viajar hace falta- aunque sea a países vecinos- a tantos bolivianos ensimismados entre sus montañas mentales y supinamente autocomplacidos. Un saludo.
ReplyDeleteNada más cierto, José. Dices lo mismo que afirmaba Chaves Nogales entonces entre las diferencias entre su país y Francia. Es despiadado en su descripción del retraso ibérico. Lo de la cerveza.., bueno. La evito en los viajes y peor al vino. Aunque alguna vez no me cayó mal un champán rosado que servían las líneas paraguayas entre Asunción y Madrid. La autocomplacencia y los escollos mentales los conversamos siempre en nuestros respectivos textos, tanto que parece que hablamos de una eternidad. Abrazos.
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