Había un libro de
Debray con ese título. Valoración y crítica de la guerrilla latinoamericana:
las armas sin el pueblo, el pueblo sin las armas. Daba fin, en teoría, a la
alucinación foquista que comenzara en Cuba y que años después parecía reafirmarse
en Nicaragua. No es el impulso de mi texto pero sirve mencionarlo. Además que
recuerdo unos “cursillos” de lucha armada en los que sociólogos (esa grey entre
pavo real y gallinazo) impartían lecciones de historia y del futuro de la
revolución a partir del libro del francés. La boca se llenaba de épica y se entumecían
los cojones.
Hay en Estados
Unidos más de 300 millones de armas en manos de civiles. Tal número ha excluido
ya la discusión acerca de la Segunda Enmienda, obsoleta, de 1812, haciéndola
parecer pretexto irrisorio para algo que se fue hace mucho de las manos. Entre
la Biblia y la ametralladora podría llamarse el retrato en grande de la
sociedad norteamericana, a pesar de que esta descripción muy adecuada al
ciudadano blanco, se ha extendido a las minorías seducidas por el mismo encanto
de la muerte, o del poder que trae la muerte.
Existe el temor
válido del habitante común a las desviaciones de su gobierno, a que este en un
momento dado adquiera tonos dictatoriales. En ese caso tendrá en el lado
opuesto a un millonario ejército de civiles armados que lo pondrá en su lugar. Divagación
no imposible, sobre todo hoy que la amenaza del terrorismo global tiende a
vulnerar derechos individuales, quebrantar la ley y solidificar el poder en
nombre de la defensa.
¿Cómo ceder
entonces el derecho a defenderse por cualquier medio? Sin embargo en EUA hay
infinitos más muertos por armas civiles que por actos de terror. ¿Estamos ante
una disyuntiva o ante un absurdo? Demasiado complicado pero se necesitan
soluciones, ya parciales dado el avance irreversible del fenómeno.
Suceden entonces
hechos como los de la sala Le Bataclan en París y sus noventa muertos por
yihadistas encubiertos y posiblemente ignorantes de las razones en detalle para
hacerlo. Todo, hasta la muerte, se maneja a nivel superficial. Unos cuantos
cerebros que manipulan ignorancia y fanatismo, en cualquier lado u ocasión. La
masacre del teatro parisién no hubiese sido posible en los Estados Unidos ya
que buena parte de los presentes estaría armado y con ánimos de defenderse o
solo de lanzar tiros. La masacre de la inauguración de la última película de
Batman, hace unos años en Aurora, Colorado, lo desmentiría, pero aquello
sucedió a oscuras y por un instante semejó ser parte del espectáculo. París fue
diferente.
He visto carros
de asalto militares en barrios de mi ciudad actual. Me pregunto para qué quiere
un dependiente de tienda (por darle profesión al personaje) semejante potencia
de fuego. Cuán sobrio debe ser este individuo para aguardar por una ocasión
-ojalá imposible- de usarla. Nadie garantiza que en instantes de desasosiego,
depresión, alcoholismo o tantos males de la sociedad moderna, crea que (culpa
de Orson Welles) vienen los marcianos y elimine a toda la cuadra. O que Dios y
sus innumerables caminos le sugieran que el vecino está poseído por el diablo y
que es labor suya como creyente borrarlo.
Durante años me
he mantenido al margen de las tiendas de armas. Nunca necesité defenderme hasta
un extremo así y nunca tuve temores rayanos en la desesperación tampoco. Sé,
además, que con tanto hideputa suelto no faltaría ocasión de reivindicar lo que
pienso. Decisión personal. O vivimos en colectivo y en cierta concordia o
primero nos matamos el uno al otro y luego comenzamos a devorarnos. El caníbal
adentro no duerme y le llega otra vez su hora... Endebles razonamientos porque
sé que si tocaran a los míos despertaría la bestia. Y ganas no faltan, viendo a
los de arriba, de abordar el asunto de modo expeditivo y tal vez como excepción
a la regla.
04/01/16
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 05/01/2016
Imagen: Caricatura del Sun Sentinel
Imagen: Caricatura del Sun Sentinel
Escalofriante la cifra de saber que hay un arma por cada habitante de EEUU y la facilidad con que pueden conseguirse también, incluyendo las de grueso calibre. Los yanquis me generan sentimientos encontrados, como seguramente a muchos. Por un lado es admirable ese amor que le tienen a su país, el espíritu visionario de sus grandes constructores (todavía me quedo de piedra cuando leo que el Empire State lo levantaron en apenas un año, o ver que casi cien años después el Golden Gate sigue tan moderno y bello a la vez), el empuje de sus enormes industrias, el liderazgo en los campos de la ciencia, medicina, finanzas, aeronáutica, etc, los ha convertido indudablemente en la primera potencia del planeta. Pero, en contrapartida, resulta difícil de creer que aun hay mucha gente con creencias que parecen traídas de la Edad Media, o peor, de los tiempos bíblicos. Inverosímil aquello de procurarse armas por temor al Estado, cuando está demostrado que su sistema de gobierno es uno de los más estables y democráticos. No resulta alentador que viviendo en medio de grandes comodidades, nadie está a salvo de que un desquiciado o adolescente deprimido se aparezca en un cine, colegio, o centro comercial y dispare a discreción sin aparente motivo. Vivir en esa amenazante lotería no es nada tranquilizador. Como bien sugieres, hasta los negros y latinos se han contagiado de la paranoia colectiva. Supongo que aun viviendo en medio de ellos, se torna complicado intentar descifrar sus motivaciones que al resto del mundo hasta nos parecen infantiles. Qué gusto leerte de nuevo, estimado Claudio. Mis mejores deseos para el nuevo año. Saludos.
ReplyDeleteGracias, José. Mis mejores deseos para ti también. Respecto al tema de las armas, parece aquí una discusión interminable y dudo que las tibias movidas de Obama sirvan para algo. Acabo de ver Foxcatcher, un magnífico filme que puede aportar algo al tema. Hay un imparable frenesí, ahora con el tema terrorista, de compras de armas. Texas, por supuesto, sale con la tamaña estupidez de que se pueden portar armas a la vista de todos y en cualquier lugar. ¿Nostalgia del Far West? Quizá, pero muy peligrosa. Saludos.
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