Decían que el
león de Nemea cayó de la luna, fruto de los amores de Zeus con Selene. Habitaba
una tierra que para Bolivia podría ser Cinti, Camargo o Villa Abecia; quizá
incluso los Chichas, la fértil aridez de Culpina. Esas tierras, entre desierto
y vergel, como diosas griegas con espada y desnudas. Nemea, pedregosa y pródiga
en arbustos. Cayó de la luna, tal vez, y quizá hijo de dioses, pero Hércules
igual lo mató. Sangre roja sobre el polvo marrón con color de vino, olor de
vino, sabor de muerte.
Licorería Ouzo.
La penumbra se ha apoderado ya de Denver. En el mall descansan los sillares abandonados de grandes compañías de
abasto. Las luces de la licorería titilan como estrellitas que no creen aún que
el invierno terminó. Ouzo es una bebida griega, clara como el vodka y el agua,
fuerte. Deduzco que la tienda ha de ser helena y que quizá ofrezca algo que
otras “americanas” no tienen. No me falta razón. El dueño, esmirriado y marrón
como la greda de Nemea, sigue mis pasos por los recovecos atiborrados de
botellas. Desconfía tanto de mí como mi alma cochabambina desconfía de él, sin
razón y desde el principio.
En el horizonte
no hay Olimpo. Lejos la épica homérica de negras naves sobre el Ponto. Sin
embargo, en esta trivialidad comerciante se escurren subrepticios deseos y
memorias. Estiro el brazo hasta una botella de boutari carmesí. La etiqueta
Reza “Nemea”, la sangre del león. Estoy yo, acompañado de mi esposa en un casi
sombrío local balcánico de expendio de bebida. El precio es un poco elevado y
hasta ahora el vino griego que he tomado no tiene otra memoria que la vanidad
de mentarlo como algo exótico. Vuelvo a ser niño. Infante alcoholizado en el
momento en que descorche. Pero hay un instante, una fracción de tiempo que ha
corrido con ansias suicidas hasta un rincón de mi cerebro, hasta un cuarto y
una cama soleada cochabambina desde donde se veía un molle y yo soñaba con
Hércules, Diómedes, Belerofonte e Idomeneo. Protesilao… quien si bien recuerdo,
y ante la cobardía del resto de los argivos, echó pie en arena troyana
desafiando al augur que profetizaba la muerte al primer griego que violara
suelo teucro. Era Paris, Alejandro seductor de Helena, que terminó con su vida
con una de sus magníficas flechas, solo comparables a las de Filoctetes y a las
del propio Teucro, hermano del trágico Telamonio, Ayax.
Y era solo una
botella, negra con etiqueta roja, mágica.
Seguimos por los
refrigeradores llenos de cerveza, a ver si el encanto del vino extendía su halo
sobre lo que quizá se escondía en el Ouzo. Botellas de vino dulce chipriota y
moldavo. Slivovitz, licor de ciruela, croata. Delirante periplo, hasta
detenerme en un rostro conocido, el de Pulaski, Kazimierz Pulaski, cuya estatua
estaba hace poco cerca del Arroyo de los Cerezos, en Denver. Ya no; no pregunté
por qué. Padre de la caballería de la independencia norteamericana, guerrero
contra los rusos en la destruida Confederación de Bar (cuyo hermoso castillo en
la frontera ucrania fue parte de mis sueños), lo encontré esa noche en una
etiqueta de cerveza Warka, polaca, que también mostraba un antiguo húsar y su
par de gigantescas plumas en la espalda. Caballería pesada de la República de
Polonia en el siglo XVII, que molía a las infanterías sueca, turca y cosaca
como rodillo de tanque, menos elegante pero más sobria que la de los afamados
dragones del mítico pan Miguel Volodiovski…
Era demasiado. El
mareo no lo produce solo el alcohol, también los fantasmas, aun si son aquellos
que vienen de las delicias de la niñez ilustrada. Mas la embriaguez no siempre
es burda, tiene azahares poéticos en medio de una barahúnda de muerte y sables
decapitadores. Hércules rompe las quijadas del león en Nemea, región que podría
calcarse en las olvidadas colinas de Cinti.
Reúno un par de
cervezas más, lituanas ahora, y no me extiendo porque lo que se tuvo que decir
de Lituania ya lo hizo Oscar V. de Lubicz Milosz y me da pudor.
Me imagino en un
ruidoso colectivo rumbo a la Cruz del Sur. Me despierta el patrón cobrándome
veintitrés dólares. “Spasibo”,
agradezco en ruso, que es lo más cercano de mi verbo a su geografía, mientras
me estiro los bigotes al costado para afinarlos a lo Pulaski y un poco sentirme
si no héroe, importante.
23/03/16
_____
Publicado en TENDENCIAS (La Razón/La Paz), 03/04/2016
Imagen: Heracles y el león de Nemea/Sebald Beham, 1548
No comments:
Post a Comment