Tuesday, November 8, 2016

La narrativa del fin del mundo/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Era Napoleón, fue Hitler, con un descenso abrupto de escalones. Hoy Trump, de boquita alargada como de picaflor inmundo, y una retórica repetitiva, simple, agresiva, mendaz.

Pareciera que las negras naves sobre el Ponto alistan sus números para destruir las murallas de la humanidad, al otro extremo del mar. El mundo como Ilión, superviviente, inexpugnable por eso mismo. Las naves, las naves, no extraña que el camino de la muerte pase por un barquero. Leo, ahora, en Sánchez-Ostiz, sobre los noventa naufragios registrados en la isla de Juan Fernández; en Richard Henry Dana, Jr. (Two Years Before the Mast) acerca de las “centinelas de perro” (dog watch), guardias de cuatro horas divididas en dos, la mitad de una regular, y que aparecen en todo libro de marina; en Jack London. Si en el agua flotaba el verso bíblico, a decir, la vida, también en el líquido reside la muerte. Será el deseo de que ella venga suave, fresca, movediza, como evitando la tragedia de un fin seco, estático.

¿Por qué esta digresión sobre el agua? Porque por encima de ella se levanta esa verde figura de la libertad que embrujó a tanto inmigrante que llegaba a Nueva York. Falta un día para la elección norteamericana y me sorprendo a mí mismo clavado en el televisor, mirando los mapas tecnológicos que dividen estados, condados, en colores rojo y azul. Me gustan, me excitan cuando el encargado de la noticia toca el ecran y postula las mil y una posibilidades que se juegan mañana, no solo aquella de pantalla y dedo donde se anotan preferencias u odios.

Dice la izquierda europea que Clinton es mayor peligro que Trump. Puede ser porque percibo que su posición en política exterior, léase Siria, Iraq, mostrará una dureza que no tuvo su antecesor. En los Estados Unidos los políticos de cualquier bando se dividen en “palomas” y “halcones”; Clinton es una halcón mientras que Trump tan solo un buitre. El carroñero hará lo que sea, dirigido o caprichoso, para ensalzar su figura y solidificar su ganancia. Hay un espacio entre guerrero y comerciante, sin que el primero tenga superioridad moral. El peligro viene de siempre, Estados Unidos es un país peligroso, abusivo, gananciero, atrevido, sí, mas también ingenuo.

De ahí la referencia a Troya y la flota de los argivos. Allí, dos mil años antes del gran romántico, el Cristo, se jugaba el destino del mundo. En este caso hay dos ejércitos que apuntan a la tierra a destruir, lejana y cercana por igual, a cual peor. Sin embargo, observando otros factores no tremendistas, existe la posibilidad de que un gobierno de mujer mejore el panorama, que no se incline por la guerra de los hombres, que preserve e idealice, así fuere en mucho falso, la imagen de un país abierto, demócrata, libre. En ella, Hillary, han puesto esperanzas las minorías que tal vez la lleven a ganar. Pienso en mis hijas y me alegro repetidas veces que no tengan, como yo, que vivir en Bolivia, que estén libres de la nostalgia de una vida y un terruño que no eran ni luminosos ni alegres aunque querramos inventarlos así. Que sueñen, para eso son jóvenes, y que crean que cerrándole el paso al mandril ponzoñoso y republicano, apuestan por vivir.

Pocas horas para quitar el velo del posible fin del mundo. Repito, nunca me preocupé tanto por alguien que se sentara en la Silla. Se debe a mi condición inmigrante, quizá, al feroz impulso de defenderme y pelear por mis casi treinta años de trabajo ante un advenedizo millonario y analfabeto con ansias de devorarme. No a otra cosa, que en documentos poco se diferencia un gringo de otro.

No habrá noche de los cristales rotos acá. Lo aseguramos con votos, así esto sea un intervalo en el viaje hacia el destino, por el río de la duda.

07/11/16

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 08/11/2016

Imagen: El monje y el diablo, 1512

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