Retiro de la
pared la Carta de Asia (junio 1723)
de Guillaume Delisle, geógrafo primero del rey de Francia, para ubicarme en el
contexto terrenal de la Rebelión de los
tártaros, de Thomas de Quincey (1830), literatura que relata historia, la
recrea en mucho sin saberla en detalle creando una obra de ficción histórica
notable, breve e intensa, la de la huida de los calmucos del oriente del Volga
hacia las fronteras de la China. Liberarse de Rusia, era el lema, en una
historia de intrigas entre el khan y un pariente suyo que se consideraba
relegado de un puesto que por origen debía pertenecerle.
Diáspora genocida
que causará un cuarto de millón de muertos por las penurias del viaje, el
constante asedio cosaco, kirguiz y bashkir hasta llegar a orillas del Gobi para
ser recibidos por el Hijo del Cielo con los brazos abiertos. Se levantarán
columnas allí en medio de la nada recordando la hazaña tártara y la
benevolencia china.
El pretexto para
devorar este libro del comedor de opio inglés, que no conocía hasta leer un
texto de Pablo Cingolani al respecto, me sirve para desentrañar el misterio de
este mapa que poseo con fortuna. De un metro de largo y sesenta centímetros de
altura, comienza en el cuerno de África, Abisinia y Somalia, hasta el Japón y
las islas del Mar del Sur, toda la tierra con formas extrañas. Abajo el Mar de
las Indias y al norte el Mar Glaciar, Nueva Zemlia. El centro destaca la parte
que nos interesa en el libro, la Tartaria moscovita, la Gran Tartaria, la
Tartaria independiente, la china, etc.
Turquestán, el reino de Astrakán, el del Gran Tibet; los desiertos pequeño y grande por donde huyeron los calmucos y el de Chamo o Gobi como una frontera impasable hacia el este, con el reino de Tebetchinga al norte, los mugales negros en la parte oriental y Tangut y Chensi al sur. No olvidemos que la Carta de Delisle es de 1723, y el hecho narrado por De Quincey comienza en 1771.
Turquestán, el reino de Astrakán, el del Gran Tibet; los desiertos pequeño y grande por donde huyeron los calmucos y el de Chamo o Gobi como una frontera impasable hacia el este, con el reino de Tebetchinga al norte, los mugales negros en la parte oriental y Tangut y Chensi al sur. No olvidemos que la Carta de Delisle es de 1723, y el hecho narrado por De Quincey comienza en 1771.
Cincuenta años de
guerra constante; calmucos que servían al zar o la zarina en su momento en
contra de pueblos belicosos de origen turco, los mismos, como los bashkires, que
se lanzarán a segar cabezas rebeldes siendo parte del castigo ruso. Volvemos al
mapa: calmucos blancos a orillas del Caspio, rodeados por la extraña descripción
del geógrafo de “bandas errantes” de cosacos, dedicadas sin duda al pillaje y
extendidas por toda el Asia Central. Calmucos negros más hacia el norte en los
límites bashkires, del reino de Kazán y hordas como la de Ablai, mongolas, obstáculo
hacia la más lejana Siberia y bastante cerca de los kirguizes.
Dice Luis Loayza
en el prólogo del libro hablando de aquellas divisiones de ficción y no
ficción, que en una “estimamos la originalidad, el poder de invención; en la
otra exigimos la veracidad, el rigor objetivo”, no se aplican a De Quincey. Y
cómo, si a partir de un hecho real el poeta transmigra por su emoción y su
fantasía hacia mundos que imagina y que sin embargo no cesan de existir como
concretos. Prosigue Loayza: “En su obra, la parte de ficción es casi
insignificante, mientras lo que se llamaría la no-ficción –las memorias, las
biografías, los ensayos históricos o filosóficos- son una creación imaginaria:
dicen la verdad pero una verdad suya, una “verdad sospechosa” lo cual, según
Alfonso Reyes, es una buena definición de la literatura”.
No todos los
calmucos de Rusia huyeron con el khan Oubacha y el intrigante y celoso primo
Zebek Dorchi. De estos dos, el “bueno” sobrevivirá y será acogido por el
emperador de la China; el otro, acorde con una ley natural que castiga la
ignominia, terminará muerto. No la totalidad, decimos, porque los que habitaban
el oeste del río Volga no tuvieron tiempo de hacerlo. Hoy, siglo XXI, todavía
sus descendientes viven en una república autónoma, parte de la Federación Rusa,
con sus propias leyes y religión budista. Esa Kalmukia (a poca distancia de lo
que fue Stalingrado) recuerda el inmenso drama de sus parientes.
Hago como De
Quincey y me pierdo en las posibilidades de la literatura con el pretexto de la
historia. Elucubro acerca de Astrakán, de Saratov que fue calmuca y luego
alemana, en plena Rusia. Con Delisle descubro nombres que ya no se encuentran
en la virtualidad moderna, que no desaparecieron gracias a un papel colorido,
ajado, que no sé por qué razón tiene en colores destacados a Persia, Laos y Japón.
Busco en Google
las hordas de Taifa Jalbadois, Kontascini, Kasania, sitas en la estepa sin
ningún resultado. Nombro el reino de Usurtai o de Calka y me refiere a un
libraco viejísimo y voluminoso de Antoine-Augustin Bruzen de La Martinière
donde anota que según Marco Polo “Calacia” era una villa de idólatras donde
había unos pocos nestorianos con tres iglesias; sujetos al gran Cham y
tejedores en lana blanca de hermosos textiles. Allí donde se pierde ya la
historia y comienza el infatigable mundo de los sueños.
03/01/17
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Publicado en TENDENCIAS (La Razón/La Paz), 08/01/2017
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