Pido a Ligia que
anote el detalle de los productos alimenticios que compra el sábado. Se centra
en las frutas y me alarga el papel con 7 de ellos y su lugar de origen: pepino,
de México; moras, de Chile; piña, Costa Rica; plátano, Guatemala; palta,
también de México; mango del Perú y tomate mexicano. Buscamos los mismos pero
producidos aquí, en los Estados Unidos, y no los hallamos. Cierto que aparecen,
de cuando en cuando, como paltas californianas, naranjas de Florida y frutillas
y otras bayas, tomates… Simplemente que el precio, por ejemplo de las fresas,
debe incluir el salario de los que las cosechan, braceros mexicanos o
centroamericanos, que a pesar de no ser pagados como lo sería un trabajador
local (inexistente), reciben mucho más que los de su gremio al sur del río
Bravo.
Trump construyó
su imperio de bienes raíces con brazos mexicanos y acero chino. Poco de
nacionalista en ello: la plata vale más que la patria, lo sabe bien.
Sin embargo, su
péndulo racista va de somalíes a chihuahuenses, fuera de control, secundado en
todo, así a escondidas disientan, por los líderes republicanos Paul Ryan y
Mitch McConnell, gusanos de cuero duro. Estos individuos, entre una multitud
lacaya, y cipaya, sonríen ante la inminente destrucción del sistema democrático
de los Estados Unidos, contra lo que pregonan. A decir verdad, demasiado ha
aguantado ya esta sociedad cada vez más diversa para caer en el lodo del
populismo latinoamericano. El famoso, e infame, slogan trumpista de Make
America Great Again tropieza con la burda realidad de la caída de la potencia
hacia el Tercer Mundo. Allí, según lo usual, los amos protagonizarán en el escenario, la
riqueza estatal caerá en bolsillo propio y las dinastías han de comenzar a
formarse al mejor estilo de Somoza/Ortega y la desfachatez enferma de Evo
Morales.
Todavía es
temprano para establecer fundamentos monárquicos, pero desde las primarias
hasta el triunfo por la presidencia, Donald Trump ha incluido a su progenie, y
al millonario hebreo y yerno suyo, Jared, en el espectro del mandato. De ahí a
elucubrar hacia Ivanka I, Jared el Primero, Donald el Segundo y Eric el Bravo
(mata animales con su hermano en África, de lejos), hay un paso. Habrá que
fundir el oro de Fort Knox para trabajar semejantes y tantas coronas. Quizá, en
este hipotético y posible futuro, Mitch McConnell (senador casado con la china Elaine
Lan Chao, ministro del actual gabinete) haga las veces de solícito eunuco. El
rostro lo acompaña.
Ando pegado al
televisor porque este tiempo horrendo es fascinante. Olvido por el momento a
Evo y Alvarito, insectos de poca monta, para observar lo que pasa y lo que se
cocina. Al parecer desde el 20 de enero hay circo cada día. Ya aparece, muy
temprano, la trompa alargada del presidente dictando en un lenguaje muy básico
sandeces que repite más tarde Spicer, allegado de prensa, de quien ya no
muestran los calcetines rosa que usaba en las entrevistas antes de convertirse,
creerse, capitán de SS.
Recuerdo las
imágenes infernales de El hijo de Saúl,
película húngara de László Nemes: lanzallamas, tiros, desnudos, alaridos de
mujer en la noche polaca y advierto a los que me escuchan que algo similar se
está gestando en los Estados Unidos de Donald I. Lo predijo Kurt Tucholsky en
Alemania y no le creyeron. Esos hornos y grupos de sonderkommandos lavando los
fétidos rastros de los asesinados viven activamente en la mente de personajes
como el alcohólico Stephen Bannon, elevado esta semana al cargo más alto de
asesor de seguridad, quienes sueñan con amplios campos de muerte donde se
pudran musulmanes y latinos (como extensión de mexicanos).
Por ahora les
cuesta. Hay protestas y durísima oposición de la prensa. La perspectiva puede
cambiar cuando Trump ponga en línea furibundos conservadores en la Corte
Suprema. Viene el tiempo de resistir y atacar. Si retornan los hornos, que
pueden, habrá que inaugurarlos con sus creadores antes de que sea tarde.
30/01/17
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 31/01/2017
Imagen: Graffiti en Atlanta
Resistir y contraatacar. Para eso estamos. Un fuerte abrazo, querido amigo.
ReplyDeleteHay una fuerte oposición entre la juventud, Jorge, debemos por ahora aferrarnos a esa esperanza. Sin descansar, por supuesto. Abrazos.
DeleteHabrá que ver hasta dónde puede llegar Trump con sus arremetidas. Las respuestas de algunos estados, como California, contra sus políticas migratorias parecen una buena señal de que los contrapesos institucionales todavía funcionan. A diferencia de nuestras republiquetas populistas, dudo mucho que la mayoría republicana se mantenga callada o contemplativa ante las locuras que se propone el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Algo de mesura tiene que haber en el país más poderoso del mundo. De lo contrario, saldríamos perdiendo todos. Saludos.
ReplyDeleteEsperemos que sí, José. California, Nueva York, y algunos otros mantienen la esperanza de que no será tabla llana para el nuevo fascismo. Hay mucho por ver todavía. Lo cierto es que esto habrá destruido, quizá para siempre, una aparente unidad que los hacía grandes. Habrá llegado el tiempo de separarse las piezas. Quién sabe. Saludos.
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