Recuerdo ese
diciembre del 71 cuando, pegados a Radio Nacional, escuchábamos, mi padre,
Armando y yo, la victoria de Nicolino Locche sobre Kid Pambelé. La cercanía con
Argentina nos tenía parcializados y festejamos de acuerdo. Pambelé lo noquearía
el 73. No dispongo memoria de la fecha. Era diciembre, lo sé porque amenazaba
la Navidad, que a los once años que eran los míos guardaba caricias.
El oro y la oscuridad. La vida gloriosa y trágica
de Kid Pambelé ha sido mi
único, y formidable, acercamiento a Alberto Salcedo Ramos. No diré que basta ni
sobra, sino que fue lo necesario para conocer a un escritor, periodista, de
mucha talla. Esta crónica sobre la vida del más grande boxeador que tuvo
Colombia es una obra maestra, en periodismo y en literatura. Siguiendo la gran
tradición norteamericana de la crónica, Salcedo Ramos presenta en este libro la
imagen de Antonio Cervantes, Kid Pambelé, bajo la multifacética mirada del
tiempo, la multitud y la distancia, rica en verbo mas escasa en retórica,
tratando de descubrir la verdad fuera del sortilegio literario, consiguiendo,
sin embargo, algo que excede aquello que consideramos periodismo y que se
adentra en la escritura como forma artística, aun exenta de vericuetos, tropos
y metáforas. Una parábola, lo dicen por ahí en el libro, fue lo que creó,
profundamente humana y con sonrisas en medio del más feroz drama, aquel que
hace caer al individuo de cima a sima, el mismo artificio, quizá inevitable,
que desbarrancó a Lucifer. “Mejor reinar en el Infierno que servir en el
Cielo”, le hace a este decir Milton y, aunque no se mencione, podría atribuirse
al pegador que sigue viviendo en la ilusión de su grandeza pero se maneja a la
perfección, y hasta goza, en el submundo del averno. Permanece campeón para
siempre, siendo la única forma de lograrlo en la invención que trae consigo el
desastre, en la creatividad superviviente del fin. Son notas personales, no del
autor.
Se afirma que el
periodista, cronista, narrador de prensa, debe mantener una impoluta relación
con sus personajes. Quizá esto vale para el reportaje inmediato, en el que no
debe contar la subjetividad del relator para contar los hechos tales y como son,
los protagonistas sin máscara; pero encuentro en esta notable obra colombiana
no subjetividad pero sí alta empatía. Más que perceptible, siento, la relación
de Salcedo con Cervantes, a pesar de que quiere el primero exprimir los
detalles que sostengan un relato verosímil. Como un hombre de más de cincuenta
–tal vez la edad tenga de todos modos su peso- yo sí pongo mi alta dosis
subjetiva y leo en las páginas lo que quiero leer con tres décadas al menos de
nostalgia. Por eso considero a El oro y
la oscuridad libro más cercano a la literatura que a otra cosa. No discrepo
con la información bien desarrollada ni con su cronología; no dudo en que lo
dicho sea verdad, pero es que el estilo da para más, da para creerse uno mismo
una historia que de tan rica parece ficticia, o parábola, según anotamos antes,
o mito. O es que el personaje tiene, incluso en su más desvencijada humanidad y
miseria, el porte y el talante de un héroe antiguo, un Prometeo reacio a ser
encadenado y que sufre al mismo tiempo la calma como la borrasca.
En algún momento
el personaje se rebela contra el autor y lo encara. Prueba de que estas son
notas de sangre y piel.
Cuenta Salcedo Ramos
lo que contara a su vez el presidente Betancur: que llegado García Márquez a un
agasajo, alguien dijo que llegaba “el hombre más importante de Colombia”, a lo
que Gabo respondió: “¿Dónde está Pambelé?”
Nacido Antonio
Cervantes en San Basilio de Palenque, tierra de comida y baile como no hace
mucho fue festejada en el mundo. De color. Su nombre suena en cumbias y
vallenatos (“Palenque, la tierra linda de Pambelé”). Gozaba, Pambelé, con el
escritor y lo azuzaba para que terminase “su” libro. Un volumen dedicado
exclusivamente a su persona y su gloria –que de lado habría él seguro de dejar
lo penoso del descenso-, el climax urgente de una vida que de sufrir se fue a
gozar y que de gozar cayó al abismo sin al parecer darse cuenta de ello el
afectado. De algún modo, Alberto Salcedo Ramos, hasta narrando la infinitud de
la desgracia luego de la bonanza, ha fundido en hierro un Kid Pambelé
intocable, indestructible. Páginas con un dejo de bíblicas, maestras,
entusiastas y generosas. El personaje en su laberinto, y con él el
pintor-cronista, ese apóstol del infierno para alegría nuestra.
19/07/17
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Publicado en
TENDENCIAS (La Razón/La Paz), 23/07/2017
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