Thursday, August 31, 2017

La marcha en Pongo/CRÓNICAS DE PERRO ANDANTE

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ver de lejos, con mares y arenas y selvas y montañas entre medio, el drama épico de la “marcha por el Tipnis”, la de defensa del parque Isiboro-Sécure, llamada por algunos no sin razón, del “orgullo y la dignidad”, hizo que el escritor soslayase el invierno, él que odia el frío y el trópico con vehemencia, sin ser, realmente, templado en sí mismo.

Tanto machacar en contra del mentado “proceso de cambio” va construyendo más que una amargura un cinismo del que luego cuesta despojarse. No creer resulta ejercicio de mayor dificultad que lo contrario, al principio, aunque tal vez ya hecho costumbre los papeles se vuelcan y los crédulos sufren la inclemencia de su candidez con peor rigor.

Comenzó sin bombos y platillos. Quizá no pensó el gobierno que tuviese alguna significancia. Pero los acontecimientos modifican. La propuesta verbal, no práctica, de Evo Morales acerca de la Madre Tierra, con mayúscula, personificada, y que le dio estrado internacional al principio de su mandato, en parte por el paternalismo congénito de los grandes poderes, siempre ávidos y de pronto acongojados por un pasado nebuloso y cruel, fue cambiando hasta presentarse tal como es: capitalismo indigenal en teoría y expolio desmesurado de la ilusión patria y sus recursos en concreto.

Un editorial afirma que los indígenas de tierras bajas siempre marcharon. En parte alude al carácter nómada de algunas etnias, y por otra a la febril resistencia de estos pueblos ante la invasión y usurpación blanca, de pronto convertida, por hálito de votación y  hervidero popular, en invasión morena. Oligarca puede ser cualquiera, de cualquier color u origen. Y los marchistas del Tipnis, esta vez, movieron los pies para protegerse del avance de los que por experiencia debieran ser sus iguales, pero que por el impulso despiadado, avasallador, del narcotráfico devinieron en hidra de siete cabezas. Enemigo tenaz, difícil, escudado en reivindicaciones supuestamente similares; agazapado bajo los harapos que disimulan opulencia; mimetizado en pieles y vestimentas indias. Aprender a desconfiar del hermano…

Larga marcha, de mujeres niños y ancianos también. Cuando se pierde, lo hace la comunidad entera, y de nada sirve que solo caminen los hombres. Este era un asunto colectivo de los habitantes de la región mojeña, entre Villa Tunari, Cochabamba, y San Ignacio de Moxos, Beni, en una tierra a la que el conflicto ha quitado misterio, que antes de que los ávidos mercenarios gubernamentales y empresariales la evaluaran y catalogaran como negocio, representaba, aparte de refugio étnico, un espacio nebuloso plagado de leyendas de jesuitas y oro. Cuán ciertos son los cuenteríos populares y antiguos tal vez no sabremos. En el siglo XXI no preocupan ya enigmas de ciudades perdidas o minas enterradas en el monte, custodiadas por calaveras y fantasmas. El dinero, como siempre y como a todo, destruye poesía e ilusión con indiferencia, ni siquiera con desdén.

Seguí la marcha desde mi departamento de Aurora, Colorado, ciudad desabrida y chata, que al conocerla en intimidad se hizo casa, hogar, casi mitad de vida. Con una ventana en frente, que da hacia el parqueadero y los vecinos; fui paso a paso siguiendo en un conjunto de mapas muy detallados del Instituto Nacional de Estadística, por lugares cuyos nombres descubría. ¡Tan grande es la tierra de uno y cuán leve la mirada que le echamos! Me hizo recuerdo a esas fotos de guerra en las cuales los generales se inclinan sobre una mesa y ubican con alfileres y banderitas posiciones, avances, retrocesos en los nombres que pueblan el papel. Al final esto era un juego de estrategia entre pobres y ricos, entre desahuciados y gamonales, por ponerlo en términos muy generales.

San Borja, Limoncito, los marchistas se aproximan al límite departamental entre el Beni y La Paz. La guerra se desata en Yucumo. Pero guerra implica dos contendientes que se disparan y matan entre sí. Cierto, mi error; Yucumo viene a ser lugar de masacre, no de combate. Hordas de uniformados se abalanzan como carroñeros sobre los indígenas del Tipnis. El mapa que apoyé en la cama se desmorona, tanta la ira que me causa leer y ver las imágenes de lo que está sucediendo allí. La ventana de Aurora se ha esfumado. Me sumerjo en la pantalla del ordenador. Hay cientos de personas en Facebook con novedades controversiales. Insulto, insultan otros. Qué hijos de puta son, lo sabíamos, pero nadie esperaba esto, nadie creyó que la estupidez fuera tal como para echar por tierra una imagen, al menos internacional, que les había costado levantar. Pero el mandarín se cansó. La gota de agua que rebalsó el recipiente fue cuando mujeres mojeñas, chimanes, yuracares, empujonearon al extraño canciller Choquehuanca: el poder detrás del trono. Luego vendrían alusiones, dimes y diretes, suposiciones, de quién dio la orden, en un grotesco carnaval que comprobó que Bolivia se maneja en un rudimentario estadio de desarrollo.

La espontaneidad del empute general hizo efecto. Los jerarcas tuvieron que retroceder; se humilló su prepotencia y vanidad. Al fin el país daba la impresión de ser algo más que un reinado asiático, donde la voluntad del amo no se discutía jamás. En un cliché necesario diría que el sol volvió a brillar. Fracasaron los intentos de genocidio, de hacer desaparecer dirigentes en aviones preparados para tal. A partir de Yucumo, lugar de triste memoria por el abuso ejercido sobre pacíficos marchistas, el asunto se transformó. Por un momento Morales & Cia recularon, tanto que cuando los indígenas del Tipnis llegaron a la sede de gobierno, en lo único apoteósico de varias décadas, se convirtieron en topos, escondidos en palacio detrás de ventanas y portones cerrados, con guardia armada. Ahora dicen que la turba quería colgarlos, y por un momento pensé que así sería. La historia se repite siempre, más que nada en sus momentos trágicos. Pero esa es otra narración.

De Yucumo a Quiquibey, a atravesar el borde interdepartamental. Los temores fueron apaciguándose como un café que ya servido humea menos y menos hasta entibiarse. Ya hombres y mujeres del Isiboro-Sécure cargaban heroísmos merecidos. Dejé el reporte municipal del INE en la biblioteca. No es que conociera ya de sobra el camino que de Caranavi iba hasta La Paz. Los aires olían a triunfo.

Hay que calcular que este movimiento humano partió de llanos y selvas del trópico, muy abajo, y que tuvo que trepar hasta las alturas en odisea que tuvo no sólo altibajos sino muertos. Aníbal de Cartago cruzando los Alpes, José de San Martín sobre su cabalgadura en la cumbre de los Andes, Bolívar en el Chimborazo y el Potosí. Épico, no existe otra definición. Valiente.

Un fotógrafo los acompañó, Samy Schwartz, para eternizar como se dice la epopeya. Y, entre las tomas, una me ha quedado grabada; eran dos: todavía con luz, y ya oscureciendo, los marchistas se han detenido en Pongo, entre unos cerros medio pelados, medio boscosos. La toma al oscurecer muestra como un vivac primitivo, estacionado en el tiempo. Esos planos que al verlos erizan los escasos vellos indios que pueblan el antebrazo. Las nubes bajan, pronto se presupone que no se verá nada: la niebla parecerá ocultar la realidad. Justo ahí el artista oprime el disparador y conquista lo que los alquimistas buscaban sin sosiego. Imagen que resumió para el escritor la grandeza de lo que pasaba, allá lejos, en la tierra vetada por la distancia, sabiendo que aquí, contemplando un parqueo insulso de una ciudad no ajena pero fría, perdía la posibilidad de asistir a donde se escriben los libros.

Los marchistas de Pongo comparten el muro con fotos de mis padres, de Ligia, Emily y Aly, las cortes musulmanas de India, Paul Surtel. Cuando se acomodan para dormir, en medio de nubes, martillea en mi cabeza el cuervo de Poe que grazna “nunca más, nunca más”.

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Publicado en CRÓNICAS DE PERRO ANDANTE (con Roberto Navia Gabriel), LA HOGUERA, Santa Cruz de la Sierra, 2013

Fotografía: Samy Schwartz 

2 comments:

  1. Claudio, lo que escribiste el 2013, está plenamente vigente hoy en el Tipnis mismo, pues trataron de detener la reunión de pueblos indígenas con militares, golpes, gasificación. El objetivo es claro; toda la tierra del parque, no sólo por donde pasa ya la carretera. Derogar la ley de intangibilidad para todo el territorio es para favorecer a cocaleros, madereros y los que pronto se dejaran ver: petroleros, que es botín mayor que buscan. El daño se está consolidando y las protestas no los afectan para nada. "Metámosle" o matémoslo, que es lo mismo, ya sentenció el delincuente al mando.

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    1. De la larga lista de oprobio de los falsos amantes de la Pachamama. Esta, pobre, ha quedado como meretriz barata.

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