Sunday, May 12, 2019

El suicidio de los políticos/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La trágica mascarada del suicido de Alan García solo confirma que estamos metidos en la boca del lobo. Del chacal, mejor dicho, el de la risa cobarde y la pasión por el latrocinio.

¿Qué pasó? Se suponía que la política era un arte. Ligada al intelecto, conocimiento, olfato, astucia, visión y perspectiva. De pronto, arriba, se entronizaron rateros de poca monta, Garcilineras que hasta roban en los bocadillos que se entregan en el avión. ¿Capaces de crear ideología, de fundar escuela? Si lo único que saben es lo más sencillo que existe: alargar la mano para robar tanto como para limpiarse el culo. Ni hablemos de derecha o izquierda, de Lula o Alan García, truhanes de mala muerte que jamás fueron lo que desearon ser y quisieron alcanzarlo como majaderos y delincuentes.

No sé, tal vez me equivoco –o nunca se puede leer tanto como para afirmar-, pero ha habido en la historia gente que se dedicó a ello con fervor. No cuento de los muertos útiles, por miles o millones, que en nombre de habladurías con tinte de ideas se hicieron matar. ¿Para qué?, me pregunto, para engrosar el abono en beneficio de los maleantes. El ser humano… buena mierda, con excepciones. Leo, de pasada, hoy, que Johnny Rotten, el más radical del movimiento punk, se queja que los mendigos invadieron su exclusivo barrio angelino. Mejor morirse, y razón que tenían Hendrix, Morrison y Joplin, para no caer en la demencia genital y general que nos transforma en macacos adornados de lentejuelas, con acciones que ahogan la voz, matan la palabra.

Suicido es lo menos que pueden cometer. Sabido es que ni a cielo ni infierno nadie se lleva nada, y que en aquellos supuestos espacios de bienaventuranza y castigo cabe exhaustiva selección. Club exclusivo. A los que se deja de lado, pues purgan por ahí, en lamentación eterna. Que si existen, los espacios estos, sabemos que al señor Morales, inca con alma de conquistador, le espera mortificación medieval. Achachilas y demás patrañas perecerán ante la patraña mayor. O, peor castigo, ahí en la tierra se hacen polvo y no existe memoria, ni recuerdo, ni nada. Entonces, dada esa posibilidad, a robar, a robar que el mundo se va a acabar. Pero a veces se termina antes de lo pensado, caso presidente peruano, o son manos ajenas las que se encargan de acortar la vida de los amos. Que no quepa duda que siempre hay, y muchos, quienes por motivos diversos, incluida la envidia, se desviven por ajustar la cuerda de los mandamases.

Parece que en el Perú, y Brasil, a la presidencia le sucede la cárcel. Sana costumbre que hay que imponer en Bolivia. Aunque más expeditivo, claro y limpio, sería el paredón para los que hacen usufructo del Estado. Estaría el dificultoso factor numérico en nuestro país, porque para acabar con los galardonados masistas habría que instalar ametralladoras en cuatro esquinas y apretar el gatillo. Este club de violadores y cuarenta mil ladrones, masivos como son, necesitan solución masiva. El riesgo en está en caer en una suerte de “solución final” nazi que no le haría bien a nadie, pero que estaríamos mejor sin este forraje inútil, por supuesto que sí.

Ojalá que lo sucedido con García en el Perú se convierta en síndrome de los gobernantes de América Latina, con clases especiales para que no yerren el tiro y se vuelen las cabezotas inútiles sin costo para los contribuyentes. Eso, o alistar una generación de verdugos, y hasta sicarios si se diera la necesidad, que barran con la escoria y dejen los zócalos limpios. Otra vez, caemos en una especie de fascismo desenfrenado. Pero ¿a alguien le importa ya, en el muladar en que habitamos, la forma y la destreza con que nos liberemos de esto?
28/04/19

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 30/04/2019

Imagen: Jan Saudek

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