Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Una pornstar, tal vez de las menos connotadas porque no recuerdo el nombre, dijo que tener coito con John Holmes era hacerlo con un pene blandengue. Es que, ciencia explicativa de por medio, llevar sangre a un miembro de doce pulgadas para producir una erección, podría hacer que el dueño de semejante arma sufriese un desmayo por falta de irrigación sanguínea en el cerebro. Seka, actriz alemana y un icono de la industria pornográfica, sentenció que el de John Holmes fue el más grande que tuvo el gremio. Vendido como el mayor, el más duro, permitió al actor tener su momento de gloria con más de 500 filmes en su currículo.
Uno recuerda a los amigos por memorias precisas, nítidas. Al envejecer se afinan, por decirlo así, cuando los personajes de entonces ya están muertos. Y me sorprende, a mis cincuenta y algo, recordar momentos en los que el único sobreviviente de los que estaban presentes soy yo. Una tarde, por ejemplo, justo enfrente de la casa del general René Bernal, 1980, cuando el mediocre aquel todavía pisaba fuerte, estamos Ricardo, Chino, Pepe y yo, con una prensa metálica en la que ponemos grandes clavos que descabezamos con tenazas y, a golpes de martillo, los convertimos en casi una cruz gamada fabricando miguelitos. El golpe militar arrecia. La resistencia en las radios mineras forma parte de una épica inolvidable. Nosotros, muy jóvenes, aportamos con este poco al llamado a enfrentarse. Luego, cada uno los irá arrojando por las calles. Yo, de uno en uno, desde la carrocería de la Chevrolet roja de mis padres, modelo 50, que cruza el centro. De los cuatro, tres no están. Solo quedo para contarlo. El ruido del martillo, a pesar de la guardia permanente del milico al frente, golpea incesante la memoria.
Boogie Nights dicen que cuenta la historia de John Holmes; la gloria y el trágico final. La industria del sexo se dora con velos de entretenimiento, de diversión, pero esconde un rictus trágico y un espíritu corrupto. De Norteamérica hoy el espectro se movió, desde hace un par de décadas, hacia el este de Europa. Una de las notables secuelas del comunismo es que dotó a Occidente, tanto como a Oriente, de una camada de bellas jóvenes que ingresaron en el negocio de la trata de blancas inicialmente para comer. Por lo que percibo, el paso primero para iniciarlas en la carrera del sexo era someterlas a sitios porno de ancianos, donde estos que ejercían, y ejercen, el poder económico, se regodeaban con casi adolescentes para “capacitarlas” hacia el mercado que incluiría todas las sevicias posibles. Aprovechar la pobreza, necesidad, para “entretener” al público con carne nueva y fresca. Abuelos con adolescentes, reza la propaganda.
Muchas digresiones posibles ante el tema. Pero vamos a John Holmes. Si Seka, que lo elogió, era húngara o alemana tendré que buscarlo. Aquellas actrices clásicas del porno son hoy como los calendarios de bolsillo con desnudas que guardaba mi padre en la billetera. Todo se ha explicitado. Recuerdo la lujuria que despertó en mí una fotografía de revista de Milene Dumongeot. No mostraba nada, algo de pierna, nacimiento de pechos, caderas marcadas en el vestido. Ni hablar de la locura que causaban las tetas memorables de Isabel Sarli, o recordar las filas para entrar al cine a ver a Laura Antonelli en Malizia (Malicia). Edvige Fenech, Agostina Belli, y ya en cosas mayores la Cicciolina en el cine Víctor, con el sexo afeitado que de pronto crecía vellos en las tomas en primer plano. Entonces la Cicciolina no era la Cicciolina, casi tan engañoso como el comunismo que fotografió al “hombre del timón” (Stalin en Barbusse) con Yezov para luego mostrar la misma toma en donde Yezov habíase esfumado.
Estoy en más de la mitad de una excelente serie rusa para televisión: Zhukov, acerca del gran mariscal vencedor en la Segunda Guerra Mundial. Mirándola pienso en el pobre individuo que fuera Stalin, rodeado de idólatras e inseguro, envidioso, el macho que no quiere que nadie dispute que su miembro es mayor que el resto. Los militares soviéticos vencedores posan para una foto de la victoria. Yugashvili asoma y lo invitan a ser parte de ella pero rehúsa. Cuando recibe las pruebas de lo que publicará el periódico, la fotografía de los vencedores sin él, comienza una cacería de brujas de quienes aguantaron en la “guerra patria”. Los editores se desviven por incluir al Gran Líder en la foto. Como hizo antes de la invasión alemana, cuando arrasó con la oficialidad que quizá hubiera evitado la catástrofe, lo hace ahora, ya de retorno las tropas, para dar a los militares como premio por su labor el castigo y la muerte.
El tamaño… ¿cuenta o no cuenta? Quién sabe, a pesar de que sugieren los sexólogos que no existe en ello relación con el placer. El sexo tiene mucho de subjetivo, pero con el porno se hace frágil, se da rienda suelta al gozo animal, intentando con aburridos y tontos argumentos darle cierta narrativa.
John Holmes, la estrella mejor dotada en la antigüedad del género terminó mal. Vendiendo, según el filme, su carne a cualquier postor, incluido el acto homosexual. El glamour de las millonarias casas donde se filman escenas cede paso al hastío, al vacío intelectual, al asco. He leído de camarógrafos que vomitan grabándolas, el abandono de los sets por ya no soportar esta suerte de esclavitud, de muchachas que tienen que sonreír para llenar el sueño aterrador de la imbecilidad solitaria de los hombres. No quiero ejercer de Savonarola, pero, fuera de algún juicio moral es obvio que en el negocio hay quienes ganan y quienes pierden, y la efímera gloria de las cada vez más numerosas jovencitas seducidas por la esperanza se reduce con celeridad. De ahí a convertirse en mercancía de exportación a Turquía, China, los Emiratos Árabes, adonde está el dinero y los machos juegan a ser jeques y dioses de un destino incierto para todos; también para ellos.
Con la tecnología cambió mucho en el porno. Parejas que hacen cintas con solo un ordenador, prescindiendo de cámaras y de terceros. Cualquier millonario contrata bellas jóvenes húngaras o checas para crear películas caseras que se introducen en la Red. Volvemos a lo mismo, a la necesidad del macho de alabarse por su calidad de semental. La imagen no cuenta del dinero detrás de ello, del abuso de la condición humana y la miseria, del fracaso de los regímenes políticos, del aprovecharse de la pobreza y el desempleo. Sodoma y Gomorra revisitadas, con la ira de Dios escondida en cualquier nube donde Juno seduce a Júpiter para desviar el curso de la guerra en Ilión.
Una excelente película, Boogie Nights, que basándose en la realidad de un trágico actor porno cuenta las minucias de un triste mundo, caduco, vicioso, desesperanzado y cruel.
20/04/2021
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Imagen: Escena del filme
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