Thursday, February 20, 2025

Ekaterina regresa a Kharkiv


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Voy leyendo noticias, escuchándolas. Eterna congoja de entrar o no a Ucrania en este momento.

 

Ekaterina huyó apresurada de Kharkiv aquel febrero de 2022. Los rusos estaban a puertas de la ciudad y la asolaban con cañones, aviones, tanques. Salió rumbo a Lviv, en el oeste, lejos del frente de guerra. Jarkov sigue siendo bombardeada por drones y misiles todos los días. Las explosiones marcan las horas de la noche como serenos. Aun así, tres años después y luego de haber juntado monedas una a una, retorna para ver a sus amigos. Cada tren, todo bus, es apuesta contra la muerte, pero qué es ella para una joven mujer cosaca, zaporoga, si con la muerte conviven por diez siglos. No ve a sus padres desde 2014, cuando los invasores penetraron en la cuenca del Don acompañados de traidores. Extrema crueldad entre hermanos; ni para qué hablar de los otros. La pequeña aldea de los progenitores carece de ventanas desde entonces. Se combate el invierno con cartones. Nunca la he visto llorar ni quejarse de su desgracia. Las mujeres de Ucrania destapan como nadie las vergüenzas masculinas, no de sus propios hombres que matan y perecen como siempre lo han hecho, sino los de lejos, esos que merodean la frontera y temen que un misil caiga justo sobre ellos y termine con su notable existencia de cobardes.

 

Ekaterina va a Kharkov con grabadora en los oídos, con música que de rato en rato se interrumpe por fogonazos de sangre alrededor.

 

Goncharov, Bulgakov, Chejov. Me hablaba en ruso. El 2018 había tanques en las calles y se sabía que hacia el sur las cosas no iban bien. Visitamos iglesias ortodoxas, ella de cabeza cubierta besando pies de iconos de perdida mirada. Yo, embelesado con el canto profundo que sale de detrás de las paredes en esa eterna penumbra de tales sitios. Era obvio lo que sucedería y sin embargo abrí la boca de mal agüero. Vendrán, decía, quién sabe cuándo.

 

Anna volvió de Szczecin a Kiev. Sumy estaba siendo destrozada y no tuvo opción. Viktoriia viaja de Valencia, donde vive ahora, a fiestear en la capital ucrania. Postea fotos del crimen ruso y alegres tomas suyas abrazada con amigas. Peculiar manera de encarar un conflicto bélico. Tal vez Rulfo se hubiera deleitado con ello. Diles que no me maten en versión eslava. No encuentro otro parangón. México siempre fascinó a los escitas. A mí me fascinan ambos.

 

Trenes que aguardan. Los carteles rezan Poltava, Kiev, Lvov. Barcos pescadores se aproximarán por el ponto hasta Odesa. Veré. No puedo prometerme nada a mí mismo pero lo voy a intentar. Justo ahora en que el demonio naranja, mesías adorado por los fascistas evangélicos de los Estados Unidos, intenta hacer realidad las páginas de George Orwell y dividirse el mundo entre tres tiranos. Criminales. Como que no hay Dios ni nunca lo ha habido; solo el valor que nutre una población sufrida y persistente, tozuda como yunque y valiente al extremo.

 

Sotnias cosacas vuelan en la llanura. Águilas, halcones. Pequeños coreanos abren los cerrados ojos ante el terror. El monstruoso engendro de la Casa Blanca cuenta dineros con los que sueña, destruye un país, el suyo propio, con la mitad de su población compuesta por semi alfabetos, cowboys que jamás dejaron en su escasa mente las imágenes de Hollywood. Siguen persiguiendo indios y disparan a todo lo que se mueve, a ellos mismos. De seguro les llega el fin, así parece. Se creyeron Roma y apenas duraron un soplo. Triste, porque allí viví y fui feliz por décadas. Ahora respiro otros aires, nefastos también sin duda, pero las naves me alejan circunstancialmente y sobrevivo. Picasso me observa desde el festival de Avignon, en 1973; se preguntará qué hago, a quién escribo.

 

Siouxsie and the Banshees acompañan la caída de la noche con volumen suave. Las hijas relatan que Denver está bajo cero. Una maleta abierta va recibiendo objetos seleccionados. No muchos. Alistaré el largo viaje en Colorado, no desde aquí. Me emociono con la idea de los aviones primero y los vagones de tren consiguientes, aguas del delta del Danubio. Grito de garzas, canto de ranas. Si se alterna con el vozarrón de obuses pensaré en la Madeleine de Apollinaire, en las cartas de Robert Desnos a Youki.

 

Los villorrios del camino mostraban modestas pero bien arregladas casas en los llanos de Ucrania. Supongo que había pobreza pero también orgullo, la dicha de presentar un limpio hogar, sencilla y olorosa comida. Vi algo similar en los pequeños poblados de Cuba en el Escambray, barridos, impecables. En ese momento lo atribuí a la férrea disciplina comunista sin estar seguro ni cierto.

 

No pude bajar del autobús sino en contadas ocasiones. Crucé el inmenso país desde el mar Negro a la frontera rusa. El único pasajero que encaró el viaje en su totalidad. El resto se iba desgajando en ciudades menores, en pueblos. Al atardecer arribé a Kharkiv. Le hice saber a Ekaterina pero me fui al hotel a descansar. Muy distinto a Odesa a simple vista. Otro tipo de ciudad, de idiosincrasia también, supongo. He de volver de igual manera, ahora o más adelante. No quedará este idilio entre esta tierra y yo en divorcio permanente. De manera alguna. Me falta tanto por ver. Esta tarde recordé Dykanka, del cuento de Gogol. Raión de Poltava, siete mil personas y espectros terroríficos. No impedirán los enemigos, ni siquiera son rusos en su mayoría sus soldados sino minorías étnicas, que lo haga. Imagino mi persona en un café, en el instante en que la tarde se nubla, leyendo de nuevo los relatos del gran escritor, sintiendo sobre mi piel escalofríos, lo irracional que se posesiona del ambiente, cuervos que gritan fúnebres, aletear extendido de cigüeñas que imitan el sonido de sábanas desempolvándose. Primavera, en esta ocasión, tonos de verde y samovares color de heno. Bucolismo de Turgueniev y dulces versos de poetas campesinos. No hay batallas que puedan contra eso.

 

Pregunto a Ekaterina cuándo va de vuelta a Lviv, la Lemberg austrohúngara, y no lo sabe. En esta época el tiempo no es oro en el sentido capitalista; no hay por qué correr a inexistentes salarios. Mejor risas amistosas, vodka que salte de boca en boca, señuelos de compartida felicidad, horas marcadas por bombas a las que poco caso se hace ya. Si la muerte viene cayendo en picada sobre nosotros, sea, no alterará el curso del momento, el instante en que creemos que todo está bien, como cuando por encima de los prados de altas hierbas siseaba el viento, el mismo que al mover los juncos entregaba escenarios distintos cada minuto, igual a un cinematógrafo.

19/02/2025

 

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Imagen: Roksolana, la sultana Hurrem, esclava del serrallo, de origen ucraniano (ruteno), favorita y esposa de Solimán el Magnífico, la mujer más poderosa del imperio otomano. 

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